Unga y el fuego que no quería encenderse
En un amanecer brumoso, donde la niebla se abrazaba a las piedras y los ecos de la montaña parecían susurrar secretos ancestrales, Unga caminaba entre los árboles milenarios.
Su piel era marrón como la tierra que pisaba, y en su corazón habitaban tanto sueños como temores.
Hoy, el frío se colaba por su aliento y en su pecho ardía un deseo: encender el fuego que daría calor a su comunidad.
«¿Por qué no me ayudas, pequeño?» decía mientras observaba la piedra de fuego en su mano.
El pájaro negro que lo seguía, una criatura curiosa con ojos vivaces, pareció entender su súplica.
«Pienso que el viento juega conmigo», rió Unga entre dientes, frotando dos palos con fuerza, pero ninguna chispa iluminó su alrededor.
Al ver su esfuerzo vano, una niña del clan apareció entre las sombras del bosque; Era Tuli.
«Unga», dijo con voz suave, “el fuego es más que solo madera. A veces, lo que falta es el aliento de la vida.»
Mirándola con sorpresa, Unga entendió: no se trataba solo de fuerza bruta.
Juntos tomaron un respiro profundo y exhalaron juntos sobre la madera seca.
Poco a poco, un pequeño destello emergió; era tan tímido como el primer canto del gallo al alba.
Unga sonrió y animó a Tuli: «Unimos nuestras fuerzas».
Con cada soplo, lograron hacer crecer aquel centella fugaz en llamas danzantes que devoraban ansiosamente el lecho de hojas secas.
Los rostros de los amigos reflejaban ahora luces cálidas; habían conseguido lo imposible.
«¿Ves? No era solo tu fuerza ni la mía», murmuró Tuli mientras ambos miraban las llamas brincando con alegría; aquel fuego también contenía su risa compartida y su fe renovada.
Moraleja: «Unga y el fuego que no quería encenderse»
A veces el camino hacia nuestro deseo puede estar lleno de sombras y fríos silencios; sin embargo, cuando unimos nuestras esperanzas y nos apoyamos mutuamente, las chispas se convierten en llamas que iluminan no solo nuestra senda, sino también nuestros corazones.
Abraham Cuentacuentos.
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