Cuento: Veladas en palacios dorados donde las princesas sueñan con valientes hazañas

Cuento: Veladas en palacios dorados donde las princesas sueñan con valientes hazañas 1

Veladas en palacios dorados donde las princesas sueñan con valientes hazañas

En un reino bañado por la luz dorada del sol poniente, se erigía un palacio tan resplandeciente que parecía tejido con hilos de oro puro.

En su interior, grandes pasillos se desdoblaban en salones majestuosos adornados con tapices que narraban antiguas leyendas de valientes princesas y caballeros audaces.

Así comenzaba cada velada en este reino áureo: con historias que alimentaban sueños.

En una de las torres más altas, vivía la princesa Elara, cuya belleza era tan serena y deslumbrante como el amanecer.

Pero más allá de su semblante, su mente albergaba un vasto conocimiento y un espíritu tan aventurero como el de las héroes de los cuentos que tanto amaba.

Cada noche, soñaba con valientes hazañas que algún día ella misma podría vivir.

Cerca del palacio, el joven Élian cultivaba los jardines reales, y aunque parecía un mero jardinero, su linaje ocultaba una nobleza no proclamada.

Élian soñaba con aventuras que trascendieran los límites de su cotidianidad, sueños que la princesa Elara compartía, aunque ninguno de los dos lo supiera aún.

Una tarde, mientras la princesa repasaba antiguos escritos, un susurro rompió la cadencia del silencio. «Princesa Elara», llamaba una voz etérea, «tu destino está más allá de estos muros de piedra. Una aventura se aproxima y tú serás su protagonista.» Elara, sorprendida pero no asustada, aceptó el presagio como una invitación del destino.

Al mismo tiempo, una profecía similar fue revelada a Élian por una mariposa de alas cristalinas, que le habló de un viaje inminente y un encuentro predestinado con alguien que cambiaría el curso de su vida.

Aquella noche, tanto Elara como Élian miraron las estrellas, preguntándose qué podría estar reservado para ellos bajo el manto de la infinitud.

El alba trajo consigo una sorpresa; ambos se encontraron en el vestíbulo del palacio, donde un anciano los esperaba.

Su nombre era Elion, y era el guardián de las profecías del reino.

«Debéis partir juntos», les dijo con urgencia, «un dragón ha despertado en las tierras del norte, y solo vosotros podéis calmar su furia».

Los preparativos se hicieron a la carrera, llenos de secretismo y emoción.

Elara, con una capa de terciopelo que ocultaba su identidad real, y Élian, cargando una espada antigua que había pertenecido a su padre, un caballero caído en desgracia, partieron hacia la aventura que sus corazones tanto habían anhelado.

Atravesaron bosques donde los árboles hablaban entre susurros, cruzaron ríos que fluían con la sabiduría de los tiempos, y escalaron montañas cuyas cimas tocaban los cielos.

Durante el viaje, el valor de Élian y la inteligencia de Elara se conjugaron en una armonía perfecta, creando entre ellos un vínculo inquebrantable.

«¿Crees en las historias de las estrellas?», preguntó Élian una noche, mientras descansaban bajo el firmamento iluminado.

«Creo en ellas tanto como creo en nosotros en este momento», respondió Elara, su voz tan clara y conmovedora como la luz de la luna.

El dragón, que residía en una fortaleza de escarcha y piedra, resultó no ser la bestia cruel de las leyendas, sino un ser milenario que resguardaba el equilibrio del mundo.

«He estado esperando», dijo su voz retumbante, «pues necesito que lleven un mensaje de paz a los reinos del sur, que amenazan con declararse la guerra.»

La sorpresa dejó sin palabras a los jóvenes aventureros.

El dragón, comprendiendo su desconcierto, continuó: «Vuestros corazones son puros y vuestras intenciones, nobles. Os otorgaré mi bendición, y el poder para unificar los pueblos en discordia.»

Con la promesa del dragón sellada en sus almas, Elara y Élian regresaron al reino con una misión nueva.

La princesa reveló su identidad y, junto a Élian, convocó a los líderes de los reinos vecinos.

Sus palabras, imbuidas con la magia del entendimiento, resonaron en los corazones endurecidos por el conflicto.

«La paz», inició Elara, «es el más grande de los tesoros, y no puede ser custodiada por dragones, sino por la voluntad de los hombres y mujeres de buena fe.»

Élian continuó: «Uniremos nuestras tierras, no bajo el temor a un enemigo común, sino bajo la promesa de un futuro compartido y próspero.»

Los líderes, inspirados por la pasión y sinceridad de la pareja, accedieron a sellar un pacto de paz.

Elara y Élian, una vez desconocidos entre sí, ahora se habían convertido en símbolos de la unidad y el coraje.

La velada siguiente, mientras las nuevas alianzas eran celebradas en el palacio dorado, Elara y Élian compartieron un momento a solas en el gran balcón, mirando las estrellas que una vez consultaron en busca de señales.

«Hemos vivido una historia digna de ser contada», dijo Élian con una sonrisa.

Y Elara, su mirada resplandeciente con el reflejo de mil soles, respondió: «No solo la hemos vivido, Élian. La hemos escrito, y continuaremos haciéndolo, juntos.»

El reino durmió esa noche envuelto en sueños de paz y aventuras compartidas, sus habitantes inocentes a la trama que se había desarrollado más allá de sus muros, pero seguros bajo la guía de su valiente princesa y el caballero jardinero que portaba el corazón de un rey.

Moraleja del cuento «Veladas en palacios dorados donde las princesas sueñan con valientes hazañas»

La historia de Elara y Élian trascendió generaciones, recordando a todos que la valentía no radica en la confrontación, sino en la capacidad de unir y sanar.

Que cada estrella del firmamento es distinta, pero juntas forman constelaciones que guían a los marineros en la noche.

Así también, nuestros sueños diversos pueden converger para escribir historias de esperanza y armonía, cuando se les da espacio para brillar.

Y que un corazón puro y una intención noble son la clave para transformar incluso los dragones más temibles en aliados poderosos de la paz.

Abraham Cuentacuentos.

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