Viaje al corazón del arcoíris descubriendo la diversidad y la belleza del mundo
En un rincón olvidado del vasto universo, existía un pequeño planeta llamado Armonía.
Allí, los colores brillaban con más intensidad que en ningún otro lugar conocido.
El verdor de los campos cantaba melodías de tranquilidad y las aguas claras relataban antiguas historias.
Los habitantes de Armonía vivían en perfecta sintonía con la naturaleza; eran seres luminosos, cuyas alas de mariposa brillaban al reflejar la luz del sol.
Entre ellos destacaba una niña llamada Aura.
Su risa era como una dulce melodía que se esparcía a través del viento, tocando los corazones de todos quienes la escuchaban.
Sus ojos mostraban la pureza de su alma y su cabello era un manto de hilos dorados que ondeaba al compás de sus movimientos.
Ella poseía el don más preciado de Armonía: la habilidad de ver la belleza en el corazón de cada ser.
Un día, el cielo claro de Armonía oscureció.
Una sombra misteriosa cubrió el resplandor del sol y un color gris se diseminó por doquier.
Los armonianos se reunieron alrededor de la Gran Fuente de Colores, cuyas aguas alimentaban la vida misma del planeta.
Observaron, inquietos, cómo su brillo se apagaba lentamente.
«Debe ser un eclipse», murmuró uno.
«Quizás un hechizo del otro lado del cielo», comentó otro.
Pero Aura sabía que algo más grave afligía su querido hogar.
Con valentía, se dirigió al consejo de ancianos, los Guardianes del Color, y expuso su inquietud.
«Debemos encontrar la causa de esta penumbra», proclamó con determinación.
Los ancianos, impotentes, aceptaron la sabiduría de la pequeña y la enviaron en una misión para restaurar la luz.
Armada con el valor que da el amor por su hogar, Aura inició su viaje montada en su fiel amigo, Zephyr, un dragón de viento cuyas alas podían cortar los cielos con la ligereza del aire mismo.
«No te preocupes, Aura. Juntos atravesaremos las nubes y encontraremos la fuente de este mal», prometió Zephyr con su voz profunda y calmada.
Así, iniciaron su aventura hacia el desconocido y amenazante exterior de Armonía.
Cruzaron campos de estrellas fugaces, que les regalaban destellos de esperanza.
A veces, una estrella caía junto a ellos, regalándoles un ánimo renovado.
«El universo nos acompaña», decía Aura, observando cómo cada estrella iluminaba su camino.
Una noche, mientras se adentraban en la oscuridad del cosmos, encontraron a un grupo de criaturas, los Espectros del Olvido, seres que habían perdido todo resplandor.
Los Espectros se acercaron lentamente, sus voces casi un susurro, «¿Podrías devolvernos nuestra luz?» Aura, conmovida, tocó a cada uno con su pequeña mano y, ante su tacto, los Espectros brillaron de nuevo con colores vibrantes.
«Tu bondad trasciende los mundos», dijeron agradecidos antes de partir.
Continuaron su viaje hasta que se toparon con un planeta azotado por tormentas perpetuas.
Los truenos y relámpagos no cesaban, y sus habitantes vivían sumidos en miedo y tristeza.
Aura descendió, y con Zephyr enfrentaron la furia de los cielos.
«¡Muestren su verdadera forma!», exclamó al cielo. Y al instante, el viento y la lluvia se acallaron; las nubes tejieron un manto de calma y los habitantes salieron a contemplar la serenidad que había traído la niña de la luz.
En su trayecto se encontraron con la Melancólica Luna, un satélite que había olvidado cómo brillar.
Su superficie, antes llena de brillo plateado, ahora era gris y sin vida.
«¿Por qué no luces?», preguntó Aura.
La Luna suspiró, «He perdido mi reflejo, el Sol se ha ocultado y con él, mi razón de ser.»
Con ternura, Aura unió sus manos y sopló sobre la Luna, la cual comenzó a recuperar su resplandor.
«Tu luz interna es inagotable», aseguró Aura, y la Luna resplandeció de nuevo, agradecida por el recordatorio.
Pasaron días y noches, y cada encuentro enseñaba a Aura el valor de la diversidad y la fortaleza que se esconde en cada rincón del universo.
Con cada acto de bondad, su esperanza crecía y el misterio de la oscuridad en Armonía comenzaba a esclarecerse.
Finalmente, Aura y Zephyr llegaron al corazón del arcoíris, donde se decía que la fuente primordial de la luz hacía su morada.
Allí, ante ellos, se erguía un cristal gigante, palpitando con energías de todos los colores imaginables.
Pero algo faltaba; un fragmento del cristal había desaparecido, robando el equilibrio de todo el universo.
«¿Quién habría hecho algo así?», se preguntó Aura en voz alta.
Su pregunta fue respondida por una sombra que se deslizó suavemente hasta ellos.
Era un ser de oscuridad, pero en su interior parpadeaba un destello de color.
«Yo fui», confesó, «en mi afán de tener un poco de luz propia, no medí las consecuencias de mis actos.»
Aura entendió que la oscuridad también buscaba ser parte del resplandor.
Se acercó sin miedo y con la mano extendida dijo, «La belleza está en la unión de nuestras diferencias, no en la separación. Compartamos esta luz.»
Al tocarse, el fragmento se desprendió de la sombra y volvió a su lugar en el corazón del arcoíris.
La luz se restableció, y el ser oscuro, comprendiendo su error, se transformó en una criatura de colores radiantes.
El regreso a Armonía fue una fiesta de color y alegría.
Aura había salvado a su mundo y a muchos otros en su trayecto.
La niña que veía la belleza de todos los corazones había enseñado una valiosa lección: que en la diversidad yace la verdadera esencia de la belleza.
La Gran Fuente de Colores volvió a brillar con más fuerza que nunca, y los armonianos decidieron que cada año celebrarían la Fiesta de la Luz, no solo para recordar el valiente viaje de Aura, sino para compartir con todos los seres del cosmos su mensaje de unidad y armonía.
Zephyr, el fiel dragón, se convirtió en el guardián de los cielos de Armonía, recordatorio eterno de que incluso los vientos más fuertes pueden ser aliados si se les aborda con valor y comprensión.
Aura creció para convertirse en la Guardiana del Color más joven y sabia que Armonía haya visto jamás, guiando a generaciones futuras en la búsqueda de la belleza en todos los rincones del universo, dentro y fuera de sus corazones.
Y así, en un pequeño planeta teñido de todas las tonalidades imaginables, los colores seguían bailando, cantando y brillando, como celebración eterna a la diversidad, la convivencia y el amor que Aura había propagado a través de su viaje al corazón del arcoíris, descubriendo la diversidad y la belleza del mundo.
Moraleja del cuento Viaje al corazón del arcoíris descubriendo la diversidad y la belleza del mundo
En el tapiz de la existencia, cada color aporta su hilo único, y es el entrelazado de nuestras diferencias lo que crea el cuadro más hermoso.
Así como Aura enseñó a ver la luz en cada ser, recordemos que la unión de nuestras singularidades hace que nuestro mundo brille con más intensidad, despertando en cada uno de nosotros, la fuerza luminosa del respeto, la comprensión y la armonía.
Abraham Cuentacuentos.