Voces bajo el cementerio de la colina y el terror oculto en las criptas antiguas
En la pequeña y olvidada aldea de Valadouro, sombreada por la imponente colina de Cruces Negras, se erigía el antiguo
cementerio.
Pocos eran quienes se aventuraban cerca de sus desmoronadas tumbas al caer la noche, pues decían que en ese lugar moraban los susurros de aquellos que jamás encontraron reposo.
En este sombrío rincón, vivía el joven Tomás, un muchacho de cabellos como la noche y ojos tan profundos que parecían ocultar universos enteros.
Intrépido y curioso, Tomás siempre sintió una peculiar fascinación por las historias de terror que tejían los ancianos del pueblo.
Una noche, una voz inusualmente clara resonó entre las paredes de su habitación, susurrando una invitación que heló su
sangre: «Ven al cementerio, descubre lo que las criptas guardan».
Su corazón latía con un compás frenético, la curiosidad
triunfó sobre el temor.
Al llegar, la luna opaca iluminaba apenas las lápidas, creando sombras de danzaban como espectros. «¿Quién me llama?» interrogó Tomás al vacío, su voz se perdía entre los ecos del lugar.
Sin respuesta, se aventuró hacia las criptas antiguas, donde el aire se volvía más frío y los aromas a tierra húmeda y olvido saturaban sus sentidos.
De improviso, una figura femenina apareció frente a él.
Su piel era pálida, y su mirada, una mezcla de melancolía y dolor.
«Me llamo Elisa», dijo ella, «y mi espíritu ha quedado atrapado en este mundo. Necesitas ayudarme, y yo te ayudaré a ti.»
De su boca brotaron historias de antaño, de la tierra antes de ser un cementerio, cuando secretos oscuros se ocultaban
bajo la colina.
Eventos desgraciados se desdoblaban como las hojas de un libro maldito, donde cada nombre susurrado reavivaba un alma olvidada que yacía en esas tumbas.
Tomás y Elisa, unidos por una causa ajena pero a la vez profundamente personal, comenzaron a explorar el misterio que los envolvía.
Las criptas guardaban más que restos mortales; eran celdas de antiguos espíritus, algunos clamando venganza, otros, simplemente la libertad.
Cada noche, acudían a su cita con lo desconocido, y en cada encuentro las voces se volvían más intensas, como si la oscuridad misma les diera fuerza y propósito.
Las paredes hablaron de una antigua maldición, de un mal que infestaba no solo el cementerio, sino la colina entera.
Entre susurros y lamentos, un nuevo personaje irrumpió en escena; un anciano herrero cuyo linaje se decía extinguido.
Su nombre, Fausto, quien en vida forjó las rejas y candados que aprisionaban a los difuntos en su eterno lecho.
«Los espíritus buscan a quien deshacer la maldición», explicó Fausto con voz ronca y temblorosa.
«Pero liberarlos no es tarea sencilla, hay que enfrentar el corazón del mal que se oculta en las entrañas de la colina. Solo así hallarán paz.»
Con valentía, pero también con miedo, Tomás se propuso descubrir el origen del maleficio.
Noche tras noche, y con la guía de los espectros, fue juntando las piezas del puzzle.
A través de diálogos con los muertos, aprendió que la maldición había sido creada por un dañado corazón en busca de venganza eterna.
Los días fueron pasando y con ellos, cada pedazo de la maldición se desvelaba ante sus ojos.
Con cada secreto revelado, Tomás se encontraba más cerca de deshacer el hechizo que aprisionaba a las almas del cementerio.
La prueba final le llevó a una antigua cripta, descubierta tras una lápida que la luna jamás tocaba.
Allí, en el silencio más absoluto, descubrió el reloj antiguo, cuyas manecillas marcaban la hora maldita, y cuyo péndulo encerraba el dolor eterno.
Con un acto de coraje inaudito, Tomás detuvo el péndulo y el tiempo maldito se quebró.
Las sombras huyeron y las almas encontraron su paz.
El viejo cementerio se transformó, y la colina fue conocida desde entonces como el Cerro de la Redención.
Elisa, ya libre, se desvaneció con una sonrisa y una promesa cumplida: «La verdad os hará libres».
Tomás, por su parte, regresó a Valadouro, más sabio y con el corazón lleno de valor.
Ya no eran los cuentos de terror lo que le atraían, sino la certeza de que incluso en la oscuridad más profunda, puede encontrarse la luz.
Moraleja del cuento Voces bajo el cementerio de la colina y el terror oculto en las criptas antiguas
En ocasiones, el coraje para enfrentar nuestros miedos y curiosidades puede llevarnos por caminos oscuros y peligrosos,
pero mientras mantengamos la fe y la determinación, incluso las sombras más temibles se disiparán para dar paso a la luz
de la redención. La valentía y compasión son llaves que pueden liberar no solo a los espíritus aprisionados, sino también
las cadenas que a veces nos impone la vida.
Abraham Cuentacuentos.