Cuento: Cuando las promesas se desvanecen en el viento por un amor perdido en el tiempo

Cuento: Cuando las promesas se desvanecen en el viento por un amor perdido en el tiempo 1

Cuando las promesas se desvanecen en el viento por un amor perdido en el tiempo

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Desde la ventana del antiguo apartamento, el mundo parecía adormecerse bajo un manto de niebla.

Elena observaba el lento danzar de las hojas caídas, y en su mente, las promesas susurradas se dibujaban con la misma incertidumbre que delineaba los edificios distantes.

Era principios de otoño, y como en cada estación que pasaba desde que Arturo la había dejado, un capítulo de su vida se cerraba sin un final definido.

Arturo, con sus ojos brillantes como el rocío de la mañana y su sonrisa serena, había sido su compañero de viaje durante siete años.

Siete años donde cada risa y cada lágrima habían sido compartidas con la inocencia de quien cree que el amor es eterno.

La tibieza de aquellos días contrastaba con la frialdad de su soledad.

En la cafetería donde se conocieron, aún resonaba el eco de su primer encuentro.

El tintineo de las tazas y las sonrisas cómplices que se perdían entre sorbos de café.

—»El universo conspira a nuestro favor», decías con una convicción capaz de derribar cualquier duda.—

El mundo de Elena se sustentaba en esos recuerdos y promesas: un futuro juntos, un hogar que construir, y un amor que cultivar hasta que los días se tornaran breves.

Pero el destino, con su juego caprichoso, tenía otros planes.

Arturo, atrapado por voces de exploraciones y sueños de juventud, decidió partir hacia horizontes desconocidos, dejando detrás un vacío que el tiempo no parecía querer curar.

Y había dolor en la casa que compartieron, en la ausencia palpable en la mitad de la cama, en las fotografías que proclamaban felicidad en una época que no volvería.

Elena, con cada paso que daba, sentía cómo el peso de los recuerdos la anclaba al suelo, impidiéndole avanzar.

—Siempre estaré ahí para ti, incluso cuando las sombras se alarguen— decía siempre él.

Palabras que reverberaban en su cabeza cada noche, un suspiro en la oscuridad que se confundía con el silencio de las estrellas.

A medida que el tiempo pasaba, y con la ayuda de su fiel amigo, el diario íntimo donde plasmaba sus pensamientos más profundos, Elena comenzó a vislumbrar la posibilidad de un nuevo amanecer.

Inspirada por la naturaleza resiliente del amanecer y el canto de un pasado que se despedía, se permitió soñar de nuevo, ir más allá de la dolorosa ruptura y abrazar las nuevas oportunidades que la vida le ofrecía.

En sus visitas semanales al parque, comenzó a observar a un hombre.

Enrique era su nombre, y su presencia era tan constante como la de las aves que sobrevolaban el lago.

Elena percibía en él una serenidad que hacía años no sentía.

—»¿A menudo vienes a este parque?»— Le preguntó un día, rompiendo el silencio compartido.

—Es mi santuario personal, un lugar donde buscar claridad— respondió Enrique con una voz que parecía contener las mismas notas que configuraban la brisa.

Ese día, las palabras fluyeron entre ellos como dos ríos que llevaban largo tiempo caminando en paralelo, anhelando confluir.

Hablaron de sus vidas, de sus sueños, y más importante aún, de sus penas.

Elena se encontró compartiendo fragmentos de su historia de desamor, y Enrique, por su parte, le reveló sus propias cicatrices.

Había algo profundamente curativo en la forma en que sus conversaciones se desenvolvían.

Elena descubrió, en las palabras de Enrique, un reflejo de su propia búsqueda de redención y sanación.

Juntos, encontraron un consuelo que solo puede surgir en la genuina compañía y entendimiento mutuo.

Los encuentros en el parque se convirtieron en caminatas por la ciudad, y esas caminatas en cenas donde compartían más que alimentos: se otorgaban mutuamente partes de sus almas que habían sido cerradas y olvidadas.

Una tarde, mientras el sol se escondía detrás de las siluetas danzantes de los árboles, Enrique tomó la mano de Elena y le dijo algo que cambió el rumbo de sus vidas.

—Elena, eres como la luz que se filtra entre las hojas. No sé qué nos depara el futuro, pero quisiera explorarlo contigo.

Las palabras de Enrique, tan cargadas de honestidad y esperanza, lograron romper las últimas cadenas que mantenían atado el corazón de Elena.

Ella sonrió, no porque hubiese olvidado a Arturo, sino porque había aprendido a honrar aquel amor al tiempo que abría espacio para algo nuevo y hermoso.

Los días se convirtieron en meses, y Elena descubrió que incluso cuando un amor se pierde en el tiempo, el mundo sigue girando, listo para ofrecer nuevas historias.

Aunque las promesas antiguas se desvanecieron en el viento, su capacidad de amar y ser amada permanecía intacta, llena de promesas aún por descubrir.

La vida, con su paleta de colores y matices, les presentó desafíos y bendiciones por igual.

En su compañía, Elena aprendió que la felicidad no siempre requiere de un pasado inmaculado, sino de un presente vivido con pasión y un futuro forjado con gentileza.

A medida que la historia de Elena y Enrique se desplegaba como las alas de una mariposa preparándose para el vuelo, quedaba claro que mientras algunos amores pueden incrustarse en la piel como la más persistente de las esencias, hay otros, los que llegan sin esperar, que tienden a renovar el espíritu y traer consigo la magia de comenzar de nuevo.

Los años pasaron, y aunque la figura de Arturo se desvaneció en la distancia, el amor que una vez lo unió a Elena se transformó en un valioso capítulo de su viaje vital.

Su corazón, ahora pleno y expansivo, era testimonio de su habilidad para amar, perder, y ante todo, renacer de entre las cenizas de lo que una vez fue.

El mundo, a veces frío y otras veces cálido, continuaba girando como siempre lo había hecho, pero para Elena, nunca volvió a parecer el mismo.

Porque ella había evolucionado, se había convertido en una mujer más sabia, más fuerte y más consciente de que el amor puede tener muchos rostros, y que cada uno deja una marca indeleble en el alma.

Moraleja del cuento «Cuando las promesas se desvanecen en el viento: la historia de un amor perdido en el tiempo»

Tal vez la vida sea una sucesión de amores y desamores, un lienzo sobre el cual pintamos con colores alegres y sombras inescrutables.

La esencia de nuestro viaje no está en la permanencia de cada pincelada, sino en nuestra capacidad de seguir trazando líneas de esperanza en el vasto mural de la existencia.

Porque cada amor que se va, nos prepara para el amor que está por venir, enseñándonos que nuestro corazón, resiliente y generoso, es un refugio infinito de posibilidades.

Abraham Cuentacuentos.

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