Las luces eternas de Lea y Sirius
La ciudad de Estrellado dormía bajo un cielo que nunca dejaba de brillar.
Cada noche, el firmamento se iluminaba con millones de estrellas, tan resplandecientes que parecían farolillos flotando sobre los tejados.
La gente del pueblo creía que esas luces eran guardianes silenciosos, observando desde las alturas a quienes aún soñaban despiertos.
Entre ellos estaba Lea, una joven de cabellos oscuros como la medianoche y ojos tan profundos que parecían contener el reflejo de cada constelación.
Desde niña, había sentido una conexión especial con el universo.
Podía pasar horas mirando el cielo, preguntándose qué secretos escondía.
Siempre a su lado estaba Sirius, un perro de pelaje blanco con manchas negras que dibujaban constelaciones en su piel.
No era un perro común; su energía parecía ligada a las estrellas, y su mirada tenía la sabiduría de alguien que comprendía cosas que otros no podían ver.
Esa noche, algo diferente flotaba en el aire.
Lea lo sintió incluso antes de que ocurriera.
Acostada en su cama, con Sirius dormitando a sus pies, vio cómo las estrellas bordadas en su almohada comenzaron a brillar.
Al principio fue un parpadeo sutil, como un eco de luz, pero luego se tornó un resplandor cegador.
La habitación entera pareció desvanecerse.
Y, de pronto, Lea ya no estaba en Estrellado.
Un mundo entre las estrellas
Cuando abrió los ojos, se encontraba en un prado de césped azul eléctrico, tan suave que parecía flotar sobre nubes.
Sobre su cabeza, el cielo no era negro, sino un lienzo de colores en constante cambio, donde las constelaciones no solo brillaban, sino que se movían, formando imágenes como si narraran historias olvidadas.
Sirius apareció a su lado de un salto, sacudiéndose como si el viaje lo hubiera dejado aturdido.
—¿Dónde estamos? —susurró Lea, aunque no esperaba una respuesta.
Pero alguien sí respondió.
—Bienvenida, viajera de las estrellas.
La voz venía de una figura luminosa que descendía del cielo.
Era una mujer de piel resplandeciente y cabellos plateados que fluían como un río de estrellas.
—Mi nombre es Lyria, y soy la guardiana de las constelaciones.
Lea sintió que su corazón latía con fuerza. No estaba soñando. Todo era real.
—¿Por qué estoy aquí?
Lyria sonrió y extendió la mano hacia Sirius.
—Porque no eres una observadora común del cielo. Hay algo en ti, algo que ha despertado. Y en él también.
Lea miró a su perro, que ahora tenía las manchas de su pelaje brillando con una tenue luz azulada.
—Sirius… —susurró, acariciándolo con cuidado.
Lyria asintió.
—No es coincidencia que lo llamaras así. Él es el guardián terrenal de las constelaciones. Y ambos han sido elegidos para restaurar el equilibrio en nuestro mundo.
El peligro que acechaba el universo
Las estrellas alrededor de Lyria se atenuaron un poco.
Su expresión se volvió seria.
—El orden del cosmos ha sido alterado. Las constelaciones están perdiendo su luz y el universo mismo se debilita. Algo las está desalineando… y tememos que sea el regreso de una fuerza antigua.
Lea tragó saliva.
—¿Qué fuerza?
Lyria miró el cielo, donde una sombra oscura comenzaba a deslizarse entre las estrellas.
—El Vacío.
Sirius gruñó en voz baja, como si aquel nombre lo inquietara.
—Hace siglos, el Vacío intentó apagar la luz de las estrellas, sumiendo el cosmos en una oscuridad infinita. Fue contenido, pero no destruido. Ahora, ha encontrado la manera de regresar.
Lea sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y qué puedo hacer yo?
Lyria le tomó las manos con suavidad.
Su tacto era cálido, pero la luz de su piel titilaba como si ella misma estuviera perdiendo fuerza.
—Las estrellas te han elegido. Tú y Sirius tienen un lazo único con el universo. Solo ustedes pueden viajar a través de las constelaciones y restaurar su equilibrio antes de que el Vacío las reclame.
Lea miró a su alrededor.
El cielo, tan hermoso e infinito, estaba en peligro.
Y de alguna manera, ella tenía el poder de salvarlo.
Inspiró hondo y apretó los puños.
—Entonces dime lo que tenemos que hacer.
Lyria sonrió.
—Tu viaje comienza ahora.
Y con un simple gesto de su mano, el cosmos entero se desplegó ante ella.
El cielo se abrió como un inmenso tapiz en movimiento.
Cada estrella, cada constelación y cada galaxia eran caminos posibles, destinos aguardando ser explorados.
Pero entre los destellos de luz, había sombras que se alargaban y serpenteaban como raíces podridas.
El Vacío ya estaba despertando.
—Debéis restaurar el equilibrio antes de que su oscuridad lo cubra todo —dijo Lyria, su voz cargada de urgencia.
Con un chasquido de sus dedos, Lea sintió que su cuerpo se elevaba sin peso, como si flotara en el espacio.
Sirius, a su lado, parecía brillar con una energía renovada.
—Viajaréis a través de las constelaciones —continuó Lyria—. Cada una tiene una luz que debe ser reavivada.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Lea.
Lyria levantó la mano y, en su palma, apareció un medallón de cristal que emitía un resplandor dorado.
—Este medallón guardará la luz que recuperéis. Cuando todas las constelaciones vuelvan a brillar, el cosmos será fuerte otra vez.
Lea tomó el medallón y sintió un calor suave recorrerle el cuerpo.
—Buena suerte, viajera de las estrellas —susurró Lyria.
Y con un destello cegador, Lea y Sirius fueron lanzados a su primera misión.
El desafío de Orión
Cuando el resplandor se disipó, se encontraron flotando sobre un mar de nebulosas, donde los colores danzaban como fuego líquido.
Frente a ellos, una formación de estrellas titilaba débilmente.
—Es la constelación de Orión —susurró Lea.
Pero algo estaba mal.
Las estrellas estaban desenfocadas, como si su luz estuviera siendo absorbida.
En el centro de la constelación, una sombra flotaba, devorando la energía de los astros.
Sirius gruñó y avanzó con decisión, pero la sombra se estremeció y se abalanzó sobre ellos como una niebla negra.
—¡Cuidado! —gritó Lea, esquivando por poco el ataque.
La oscuridad susurraba palabras en un lenguaje que Lea no comprendía, pero podía sentirlo: era el Vacío hablándole, intentando llenarla de miedo, de dudas.
—No… —murmuró, aferrándose al medallón—. No dejaré que esto suceda.
Sirius, con sus ojos brillando como dos estrellas azules, saltó hacia la sombra y ladró con una intensidad tan fuerte que las estrellas de Orión temblaron.
Lea lo entendió al instante.
—Las constelaciones no están muertas… ¡Solo necesitan recordar su luz!
Cerró los ojos y, con todas sus fuerzas, pensó en lo que Orión representaba: la valentía, el cazador del cielo, el guardián de las estrellas.
El medallón en su pecho comenzó a brillar.
La sombra del Vacío se agitó, debilitándose.
Y entonces, una a una, las estrellas de Orión volvieron a encenderse.
El cielo se llenó de luz.
El Vacío chilló y se disolvió en un remolino de oscuridad.
Lea sintió cómo la energía de Orión fluía hacia su medallón.
Habían salvado la primera constelación.
Sirius se acercó a ella, moviendo la cola.
—Lo logramos —susurró Lea, mirando el cielo resplandeciente. Pero aún quedaban muchas más constelaciones por salvar.
Tomó aire y miró hacia el firmamento.
El viaje apenas comenzaba.
Las estrellas de Orión brillaban nuevamente con una intensidad que Lea nunca había visto.
El medallón en su pecho pulsaba con una calidez reconfortante, como si las constelaciones estuvieran agradeciéndole.
Pero no había tiempo para descansar.
—Hemos salvado una, pero aún quedan muchas más —susurró, observando el cielo infinito.
Lyria había dicho que el cosmos estaba perdiendo su luz, y Orión era solo el primer paso.
Si no actuaban rápido, el Vacío se extendería y apagaría todas las estrellas.
Un nuevo resplandor cubrió a Lea y a Sirius, y el universo volvió a girar a su alrededor.
El medallón, como una brújula estelar, los llevó hasta su siguiente destino.
El Reino Perdido de la Osa Mayor
Cuando la luz se disipó, se encontraron flotando sobre un lago de cristal líquido, suspendido en medio del espacio.
Sobre su superficie, se reflejaban fragmentos de constelaciones rotas, como si el cielo mismo hubiera sido desgarrado.
En el centro del lago, una silueta majestuosa emergió entre la bruma.
Era una enorme osa de luz plateada, pero su cuerpo parecía desvanecerse poco a poco.
—Es Callista, la guardiana de la Osa Mayor —dijo Lea en un susurro.
Sirius corrió hacia la orilla del lago, ladrando suavemente.
La gran osa giró su enorme cabeza, mirándolos con ojos llenos de tristeza.
—Mi luz se desvanece… —susurró con una voz profunda y melancólica—. El Vacío ha robado mis recuerdos.
Lea sintió un escalofrío.
Las estrellas de la Osa Mayor aún existían, pero estaban perdiendo su esencia, su historia.
Sin su identidad, pronto se convertirían en simples puntos de oscuridad en el cielo.
—Debemos ayudarla a recordar —dijo Lea, mirando a Sirius—. ¡Las estrellas no pueden perder sus historias!
Se concentró, tocando el medallón. Al instante, una corriente de recuerdos fluyó en su mente.
Vio cómo Callista había sido creada a partir de la luz de una supernova.
Vio la primera vez que un navegante de la Tierra había seguido su rastro en el cielo para encontrar su camino.
Vio cómo los antiguos observadores la habían convertido en leyenda, en historia, en mito…
Y comprendió que eso era lo que el Vacío quería robar.
—¡Las estrellas existen porque alguien las recuerda! —exclamó Lea.
Sirius lanzó un aullido hacia el cielo y, como si su voz despertara algo dormido, el lago reflejó los recuerdos de la Osa Mayor.
Las imágenes se hicieron más nítidas, más fuertes.
Callista dejó escapar un rugido celestial.
De su cuerpo se desprendieron chispas doradas, y una a una, las estrellas de la Osa Mayor volvieron a encenderse.
El Vacío, que acechaba en las sombras del lago, se retorció y desapareció.
La constelación estaba a salvo.
Callista inclinó su enorme cabeza hacia Lea y Sirius.
—Nunca olvides que las estrellas solo mueren cuando sus historias dejan de contarse.
Lea sintió un nudo en la garganta.
—Lo prometo.
El medallón absorbió la luz restaurada de la Osa Mayor, y una nueva energía los envolvió.
Habían salvado otra constelación.
Pero Lea sabía que el viaje estaba lejos de terminar.
El Vacío aún acechaba en las sombras.
Y el destino de todas las estrellas dependía de ella y Sirius.
El cielo brillaba con renovada intensidad, pero Lea sabía que su misión aún no había terminado.
Cada constelación restaurada hacía retroceder un poco más al Vacío, pero su presencia aún se sentía como un susurro lejano, acechando en las sombras del universo.
El medallón en su pecho latía con un resplandor intermitente.
Era una señal.
—Nos está llamando a otro lugar —susurró, sintiendo cómo una nueva energía la envolvía.
Sirius gruñó suavemente, sus manchas brillando como pequeñas estrellas.
El cosmos les pedía ayuda una vez más.
Y con un destello cegador, fueron transportados a su siguiente destino.
La última constelación antes de la oscuridad
Cuando la luz se disipó, se encontraron en un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido.
No había estrellas, ni nebulosas, ni planetas flotando en la inmensidad.
Solo un vacío infinito.
Lea sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Aquí es donde el Vacío es más fuerte… —murmuró.
Ante ellos, suspendida en la nada, una única estrella titilaba débilmente, al borde de apagarse.
—Esa es la Estrella Primaria —dijo una voz detrás de ellos.
Lea se giró rápidamente y vio a Orion, el guardián del conocimiento estelar.
Su barba plateada fluía como polvo de cometas y en sus ojos se reflejaban miles de galaxias.
—Si esta estrella se apaga, el equilibrio del cosmos se romperá —continuó Orion—. Es el corazón de todas las constelaciones.
Lea tragó saliva. Lo comprendió al instante.
El Vacío no solo quería consumir las estrellas una por una.
Quería borrar su origen, su esencia, para siempre.
—¿Cómo la salvamos? —preguntó, sintiendo que el tiempo se agotaba.
Orion la observó con solemnidad.
—La luz de una estrella solo puede ser restaurada con un recuerdo imborrable. Un momento tan poderoso que trascienda el tiempo y el olvido.
Lea sintió cómo Sirius se acercaba a su lado, su mirada fija en la estrella moribunda. Lo entendió al instante.
La respuesta no estaba en el pasado, sino en el presente. En su propio viaje.
—Sirius y yo hemos cruzado el cosmos, hemos restaurado constelaciones, hemos visto la luz renacer incluso en la oscuridad más profunda —susurró—. Y todo lo hicimos juntos.
Se arrodilló frente a la estrella y colocó el medallón sobre su superficie.
—Mi deseo es que el universo nunca olvide que siempre hay luz en la oscuridad.
Un silencio absoluto se extendió por el vacío.
Y entonces, la estrella comenzó a brillar.
Primero fue un leve resplandor, luego una explosión de luz que se expandió en todas direcciones, iluminando cada rincón del espacio.
El Vacío, atrapado en la inmensidad, se desintegró en un torbellino de sombras, incapaz de soportar la luz que ahora bañaba el universo.
Lea cerró los ojos y sintió que su corazón latía al ritmo del cosmos.
El equilibrio había sido restaurado.
De vuelta a casa
Cuando abrió los ojos, estaba de vuelta en Estrellado, acostada en su cama con Sirius dormitando a su lado.
Pero algo había cambiado.
Cuando miró por la ventana, vio que el cielo era más brillante que nunca.
Cada estrella titilaba con una intensidad renovada, como si la recordaran.
Sirius levantó la cabeza y la miró con sus ojos centelleantes.
Lea sonrió y acarició su pelaje.
—No fue un sueño, ¿verdad?
El perro movió la cola en respuesta.
Desde aquella noche, Lea supo que su conexión con el universo sería eterna.
Porque no solo había viajado a través de las estrellas…
Ahora era parte de ellas.
Moraleja del cuento «Las luces eternas de Lea y Sirius»
La luz de una estrella nunca desaparece mientras alguien la recuerde.
En la inmensidad del universo, son nuestros recuerdos, nuestras conexiones y nuestra esperanza los que mantienen encendida la chispa de la existencia, incluso en la oscuridad más profunda
Abraham Cuentacuentos.
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