Dorothy y el mago en Oz

Dorothy y el mago en Oz

Dorothy y el mago en Oz

En un rincón escondido del mundo, donde el tiempo parecía congelarse y los susurros del viento contaban historias olvidadas, existía la pequeña aldea de Villaloma. Inusualmente solitaria, Villaloma estaba rodeada por densos bosques encantados y montañas que muchas veces parecían tocar el cielo con sus picos nevados. Sus habitantes, aunque pocos, eran conocidos por su calidez y bondad. Entre esos residentes destacaba Dorothy, una joven de cabello castaño en cascada y ojos verdes como esmeraldas, llenos de sueños de aventuras más allá de las colinas que limitaban su hogar.

Dorothy solía escaparse a los rincones más ocultos del bosque para explorar y dejaba su mente volar entre cuentos de magia y seres fantásticos. Aquellas caminatas estaban llenas de descubrimientos inesperados: un claro iluminado por luciérnagas danzantes, fuentes misteriosas que brotaban del suelo como si surgieran de otro mundo, y susurros en lenguas antiguas que la hacían sentir pequeña, pero a la vez, poderosa.

Una tarde de otoño, mientras recogía flores cerca de una de esas fuentes, Dorothy encontró un anciano vestido con una túnica azul celeste, su rostro adornado por una barba blanca que caía en cascada hasta su pecho. Su nombre era Atanasio, y su mirada, aunque cansada, emanaba un brillo que hablaba de misterios antiguos y magia por desvelar.

—¿Quién eres, buen hombre? —preguntó Dorothy con una mezcla de curiosidad y precaución.

—Soy Atanasio, guardián de la magia antigua —respondió él, con una voz suave y profunda—. He vagado por estos bosques durante siglos, esperando encontrar a alguien que pueda continuar con mi legado.

Dorothy, sorprendida pero intrigada, se sentó junto al anciano. Esa misma tarde, Atanasio le contó historias de lejanas tierras y criaturas fantásticas, de su misión de custodiar un pergamino que contenía los secretos del universo. A medida que las historias se derramaban de los labios de Atanasio, Dorothy comprendió que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

—Dorothy, el equilibrio de nuestro mundo y el de los seres fantásticos está en peligro —dijo Atanasio—. Necesitas llevar este pergamino hasta la Torre de las Estrellas, en la ciudad de Oz. Allí, encontrarás a Matías, el mago que puede desentrañar estos secretos y salvar ambos mundos.

La joven aceptó sin dudar, sintiendo que su corazón latía con un propósito renovado. Atanasio le entregó el pergamino, que despedía un aura dorada, y le deseó suerte antes de desaparecer en un susurro de viento y hojas.

Esa noche, Dorothy reunió lo necesario para su viaje y se despidió de Villaloma. Al llegar la madrugada, comenzó su travesía.

Los primeros días de su viaje transcurrieron sin mayores sobresaltos, pero al cuarto día Dorothy encontró a Claudia, una elfa del bosque, pequeña y ágil, con orejas puntiagudas y cabello tan dorado como el sol. Claudia jugaba con una ardilla parlante cuando Dorothy la divisó.

—¡Oh! ¿Quién eres tú? —preguntó la elfa, sorprendida al ver a un humano en sus dominios.

—Soy Dorothy, y mi misión es llevar este pergamino hasta la Torre de las Estrellas en Oz —respondió con determinación.

Claudia, intrigada y sintiendo cierta afinidad por la joven, decidió acompañarla. Juntas, se enfrentaron a criaturas que parecían haber salido de las pesadillas: lobos con ojos rojos como el fuego y serpientes susurradoras que intentaban hipnotizarlas. Una noche, mientras acampaban cerca de un río, encontraron a un tercer viajero que se unió a su causa: Diego, un enano forjador con manos fuertes y una voz profunda que resonaba como el trueno en la noche.

—Oz es aún un lugar lejano —les dijo Diego mientras compartían historias alrededor del fuego—. Pero juntos, podemos enfrentar cualquier adversidad.

La sinergia entre Dorothy, Claudia y Diego fue palpable desde el principio. Con cada día que pasaba, su amistad se fortalecía, como los hilos de una tela tejida con esmero. Llegaron a un puente de cristal que atravesaba un abismo de sombras sin fondo. Al cruzar, se encontraron con Isabela, una bruja buena y protectora de aquel paso, con ojos profundos y una sonrisa que transmitía confianza.

—Sé de vuestra misión —dijo Isabela—. Estoy dispuesta a ayudaros. Pero antes, debemos derrotar a Velasco, el hechicero oscuro que reside en la Cueva del Silencio. Sin su derrota, Oz permanecerá inaccesible.

El grupo se dirigió hacia la cueva, donde Velasco dominaba con una presencia intimidante y ojos fríos como el hielo. Tras una intensa batalla, en la que cada miembro del grupo utilizó su habilidad única, lograron vencer al hechicero y liberaron a las almas que mantenía prisioneras.

—Gracias por liberarnos, valientes viajeros —dijo una de las almas liberadas, cuyas palabras resonaron con gratitud—. El camino a Oz ahora está libre.

Continuaron su viaje y, tras días de penurias, llegaron al suelo sagrado de Oz. Allí, la ciudad brillaba con una luz que parecía anidar en los corazones de sus habitantes. Las calles estaban adornadas con flores multicolores y fuentes que cantaban al unísono con el viento. Pero en el centro de Oz, en la cima de la colina más alta, se encontraba la Torre de las Estrellas.

Al llegar a la torre, fueron recibidos por Matías, un mago con ojos color ámbar y un porte que denotaba sabiduría y fuerza interior.

—Os estaba esperando —dijo Matías con una sonrisa cálida—. El pergamino que portáis contiene la clave para salvar nuestro mundo y el mundo de los seres fantásticos.

Mientras Dorothy entregaba el pergamino a Matías, el cielo sobre Oz comenzó a cambiar. Nubes doradas formaron patrones que reflejaban el aliento de vida mismo. Matías recitó un encantamiento antiguo, y del pergamino surgió una luz que envolvió toda la ciudad.

El equilibrio fue restaurado, y Matías agradeció profundamente a los héroes por su valentía y dedicación. Dorothy, Claudia, Diego e Isabela se despidieron, sabiendo que sus corazones habían crecido con la aventura.

Regresaron a Villaloma, donde los recibieron como héroes. Dorothy, sabiendo que ahora formaba parte de algo trascendente, continuó sus exploraciones, pero esta vez con la certeza de que los seres fantásticos y la magia estaban siempre a su alcance.

La vida en Villaloma nunca volvió a ser la misma. La aldea se convirtió en un puente entre mundos, donde humanos y criaturas mágicas convivían en armonía, compartiendo historias y sueños.

Moraleja del cuento «Dorothy y el mago en Oz»

La verdadera magia reside en la valentía de seguir tus sueños y en la fuerza de las amistades que forjamos en el camino. Lo imposible puede hacerse posible cuando cooperamos y creemos en el poder de la bondad y la unión.

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