Fábula del agua que fluye
El agua que fluye
Érase una vez, en un bosque muy verde, un pequeño sapo llamado Pepito.
Pepito era curioso, sí, pero su verdadera obsesión era la prisa.
Él vivía en el quietismo de las hojas, donde todo era predecible.
Y justo allí, a unos saltos de distancia, el arroyo de agua cristalina fluía rápidamente hacia el gran río.
Para Pepito, esa corriente veloz era el cambio constante, y el cambio le aterraba.
Un día, vencido por su curiosidad, Pepito se acercó.
Al saltar al borde del agua, sintió la frescura que era también una amenaza: el agua no se detiene por nadie.
Mientras luchaba contra la corriente, vio a un pez que nadaba con una urgencia que no entendía.
—Fernando, ¿por qué huyes del caudal? —preguntó Pepito, su voz rasposa.
—No huyo —respondió el pez, con la mirada puesta en un futuro cercano—. Busco un lugar seguro y lento para empezar. Este río es mi vida, pero necesito un rincón de quietud para que mi promesa pueda nacer.
Pepito comprendió.
El pez no temía al agua, temía a la velocidad que le impedía crear.
Fernando buscaba el equilibrio.
—Dime cómo puedo ayudarte —ofreció Pepito, sintiendo que al ayudar al pez a encontrar la calma, quizás él mismo la encontraría.
Juntos, Pepito saltando por la orilla y Fernando nadando con prudencia, encontraron una pequeña corriente lateral.
El agua allí era clara y lenta, un susurro. Fernando decidió que era el lugar perfecto para su hogar.
Agradecido, le dijo a Pepito que la verdadera ayuda no es dar la respuesta, sino comprender la necesidad.

Pepito se sintió más ligero y continuó su exploración.
Más tarde, se encontró con Bianca, una abeja, cuya ansiedad era palpable.
—Pepito, ¿dónde está la fuente? —preguntó Bianca con un zumbido urgente—. Necesitamos el agua. La colmena no puede esperar.
—Vi el arroyo cristalino y el río grande —respondió Pepito.
Bianca se fue volando. Su necesidad era distinta: el agua no era calma ni cambio, era existencia.
La resistencia al flujo
Después de un rato, Pepito se dio cuenta de algo.
El arroyo, que siempre había sido una sinfonía de prisa, ahora era un suspiro débil.
El agua estaba disminuyendo.
Se preocupó, porque la escasez no era un problema para él, sino un riesgo colectivo.
Decidió que su curiosidad debía transformarse en responsabilidad.
Siguió el arroyo, luchando contra la creciente lentitud, y descubrió el origen del problema: un enorme tronco de árbol, pesado y gris, había caído y obstruía el flujo.
No era un simple obstáculo.
Era la resistencia materializada.
Ese tronco había pasado años luchando contra el viento, aferrándose al suelo, hasta que finalmente cedió y bloqueó el camino a todos los demás.
La caída de uno había paralizado la vida de muchos.

Pepito entendió la moraleja del tronco: la vida no castiga la rendición, castiga la resistencia rígida al cambio inevitable.
Regresó a toda prisa (y esta vez no le importó la velocidad) a pedir ayuda.
Fernando, Bianca, y otros animales acudieron.
No pudieron mover el tronco con fuerza bruta, pero juntos, con astucia y cooperación, lograron empujarlo lo suficiente para que el agua encontrara una nueva ruta.
El agua regresó.
El bosque respiró con un alivio audible.
Los animales estaban felices.
Pepito se sintió orgulloso, no por el logro, sino porque había superado su propio miedo a la prisa del río.
Había aprendido que a veces, para liberar tu propia vida, debes liberar la de los demás.
Y desde aquel día, Pepito siguió la corriente, sabiendo que el flujo no es una amenaza, sino la prueba constante de que la vida avanza.
Moraleja sobre el cuento «El agua que fluye»
El agua no es un recurso que deba ser cuidado solo por su escasez, sino por su simbolismo de vida.
La verdadera colaboración no es solo ayudarse en un problema, sino reconocer que el destino de uno está inevitablemente conectado con el flujo de todos.
Si sientes que tu vida se ha estancado, mira a tu alrededor: la obstrucción no suele ser externa.
Suele ser el miedo que te niegas a mover.
Para que el agua (la vida) fluya, debemos trabajar juntos y aceptar que la perseverancia no es rigidez, sino la voluntad de buscar soluciones en el movimiento.
Abraham Cuentacuentos.

















































