Cuento: El bosque de los susurros y el secreto oscuro de los árboles centenarios y su maldición eterna

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El bosque de los susurros y el secreto oscuro de los árboles centenarios y su maldición eterna

En el umbral de nuestro conocido mundo, se erguía un misterioso y frondoso bosque, cuyos árboles parecían tocar el firmamento con sus ramas.

Este bosque, conocido como el de los susurros, era el hogar de historias que rozaban la línea entre la realidad y la leyenda.

Nadie que hubiese cruzado su lindero había retornado para contar qué secretos guardaban los árboles centenarios.

Estos guardianes de madera, altivos y silenciosos, escondían algo más que tiempo y vida entre sus cortezas.

Una tarde de otoño, dos hermanos, Elena y Nicolás, emprendieron una travesía hacia el corazón del bosque.

Su abuelo, un anciano sabio y de pocas palabras, les había contado que en lo más recóndito de ese lugar, crecía un árbol capaz de conceder deseos a aquellos que lograsen encontrarlo.

Sin embargo, advirtió sobre una maldición eterna que pesaba sobre la espesura, una que solo la luz de la verdad podía disipar.

«Siempre juntos, prometedlo», les dijo el abuelo con su voz temblorosa.

Elena, la mayor, con su cabello dorado como los últimos rayos de sol y ojos llenos de determinación, asintió sin titubeos.

Nicolás, unos años menor, de mirada curiosa y carácter impetuoso, prometió proteger a su hermana a toda costa.

Cruzaron el umbral del bosque mientras el sol comenzaba a declinar.

La luz crepuscular se filtraba débilmente a través del dosel, tiñendo todo a su paso de un tono anaranjado y sombrío.

Los susurros no tardaron en hacerse presentes, voces apenas audibles que parecían llevar las antiguas historias de aquel lugar.

«Sigue adelante», le pareció oír Nicolás, mientras una brisa fría recorría su espalda.

Llegada la noche, la oscuridad se tornó abrumadora.

Cada ruido, cada movimiento en la penumbra ponía a los hermanos en alerta.

Las sombras de los árboles se retorcían como si tuviesen vida propia, y el suelo bajo sus pies parecía moverse, guiándolos por un sendero conocido solo por el bosque mismo.

«Elena, ¿escuchaste eso?», preguntó Nicolás, su voz delatando un atisbo de miedo. Un crujido los detuvo en seco.

Algo se escondía entre la hojarasca, algo que observaba.

«No es más que el bosque que nos habla», respondió Elena, intentando aparentar calma para no alarmar a su hermano. Extendió su mano, buscando la de Nicolás para darle seguridad.

Sin embargo, sus intentos por mantener la serenidad se esfumaron cuando la tierra tembló.

Un rugido potente y antiguo sacudió el aire, y una sombra gigante emergió de entre los árboles. Los susurros se convirtieron en gritos, y la maldición del bosque parecía cobrar vida.

Era el guardián del árbol de los deseos, un ser imponente cuyos ojos ardían con fuego fatuo.

«Intrusos», bramó la criatura, «¿por qué perturbar el descanso de los árboles centenarios?» Su voz era un vendaval que despeinaba la realidad misma.

Elena, con un valor que no sabía que tenía, dio un paso al frente.

«Venimos en busca de la verdad, para romper la maldición que pesa sobre este bosque y liberar sus secretos. Nuestro abuelo nos habló del árbol de los deseos, y creemos que es la clave.»

El guardián los estudió con sus ojos ardientes.

«La verdad no es siempre lo que uno espera. Si es el árbol lo que buscan, deberán superar tres pruebas. Solo entonces conocerán la verdad y podrán decidir si desean o no. Mas una advertencia os doy: una vez conocido el secreto, ya nada será igual.»

La primera prueba llegó con la forma de recuerdos, sombras del pasado que intentaban atrapar a los hermanos en un laberinto sin fin.

Nicolás se aferró a los momentos felices que compartían con su abuelo, mientras Elena recordaba cada palabra de sabiduría que él les había entregado.

Juntos, encontraron el punto de luz, la salida que los llevó de vuelta al sendero central del bosque.

La segunda prueba fue un mar de dudas y miedo, donde cada ola amenazaba con arrastrarlos hacia la desesperación.

Sin embargo, se sostuvieron mutuamente, recordándose por qué estaban allí.

La confianza fue su faro, cortando la niebla de la incertidumbre y dirigiéndolos hacia adelante.

La última prueba resultó la más difícil.

Una encrucijada donde cada camino reflejaba un posible futuro, repleto de felicidad, poder, tristeza o desgracia.

«¿Qué desean realmente?», parecía preguntar el bosque. Elena y Nicolás, exhaustos pero decididos, eligieron el camino que les pareció más honesto y humilde, el que les recordaba a la esencia de su abuelo.

A su paso, el bosque empezó a cambiar.

Los árboles centenarios susurraban ahora palabras de ánimo y la maldición parecía disminuir su opresión.

Al fin, ante ellos, se levantó majestuoso el árbol de los deseos.

Sus hojas eran de un verde brillante, y su tronco, tallado por los años, parecía guardar en su interior toda la sabiduría del mundo.

«Llegaron», anunció una voz dulce y melancólica que parecía emanar del propio árbol.

«Han demostrado valor, han mantenido la esperanza y han elegido la verdad por encima del engaño. La maldición de los árboles centenarios no era más que un reflejo del miedo a la verdad. Ustedes han traído la luz.»

Elena y Nicolás se miraron y supieron qué deseo pedir.

«Deseamos que el bosque de los susurros sea un refugio de paz, que su maldición se transforme en una bendición para todos aquellos que lo necesiten», dijeron al unísono.

Y así fue como el bosque se iluminó con un aura cálida y acogedora, y los árboles centenarios liberaron su secreto oscuro en forma de una melodía que curaba el alma.

Con el corazón ligero y un nuevo propósito, Elena y Nicolás regresaron a su hogar, donde su abuelo les esperaba con una sonrisa.

«Sabía que lo lograríais», dijo el anciano abrazándolos. En ese abrazo, sintieron la calidez de los días felices, el eco del coraje y la fortaleza de la verdad.

Moraleja del cuento El bosque de los susurros y el secreto oscuro de los árboles centenarios y su maldición eterna

En la profundidad de cada miedo se oculta una verdad que espera ser descubierta.

Solo a través del coraje, la esperanza y la honestidad podemos transformar las maldiciones en bendiciones.

Tal y como Elena y Nicolás aprendieron, en cada uno de nosotros reside la luz capaz de disipar las sombras y de revelar la esencia oculta en los corazones de los bosques y en los nuestros.

Abraham Cuentacuentos.

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