El burro y el hechicero del lago de las estrellas danzantes
En el pequeño pueblo de Valle Sereno, enclavado entre verdes montañas y surcado por un río cantarín, vivía un burro llamado Platero. A diferencia de otros burros, Platero tenía un pelaje brillante como la luna y unos ojos soñadores que parecían charcos de miel donde se reflejaban los anhelos más profundos del alma. Sus pasos eran firmes pero pacientes, y aquellos que conocían a Platero lo llamaban «el sabio de cuatro patas».
Propiedad de un joven llamado David, Platero acompañaba a su dueño en sus tareas diarias. David, con su cabello negro azabache y piel bronceada por el sol, trabajaba de sol a sol cuidando los cultivos y alimentando a los animales. Era un hombre de buen corazón, generoso con sus vecinos y siempre dispuesto a dar una mano amiga.
Una tarde de otoño, mientras David y Platero caminaban por el bosque cercano recogiendo leña, encontraron un anciano mago que parecía perdido. Este hechicero, conocido como Ernesto, vestía una capa azul oscuro salpicada de pequeñas estrellas doradas. Su barba larga y blanca descendía hasta su cinturón, y sus ojos azules destellaban con una sabiduría infinita. «Joven, ¿puedes ayudarme? He perdido mi varita mágica,» dijo Ernesto, su voz temblorosa pero autoritaria.
David accedió sin dudarlo y él y Platero comenzaron a buscar la varita por todo el bosque. Platero, con su olfato agudo y su instinto infalible, la encontró oculta bajo un espeso matorral. Ernesto, eternamente agradecido, les ofreció algo a cambio: «Les otorgaré un deseo por su ayuda.»
David reflexionó un momento, luego miró a Platero y dijo: «Deseo que Platero tenga la capacidad de hablar, para que pueda compartir con el mundo toda la sabiduría que guarda en su corazón.»
Ernesto sonrió y con un giro de su varita, concedió el deseo. Desde aquel día, Platero podía hablar y su voz era suave como el susurro del viento entre los árboles. La noticia se esparció rápidamente por el pueblo, y Platero se convirtió en una criatura aún más querida y respetada.
Un día, sin embargo, llegaron tiempos difíciles a Valle Sereno. La cosecha había fracasado y el hambre acechaba. Desesperado, el pueblo convocó una reunión para encontrar soluciones. Platero, con su recién adquirida voz, propuso una idea: «He oído la leyenda del Lago de las Estrellas Danzantes. Dicen que en sus profundidades reposa un tesoro capaz de traer prosperidad a quienes lo encuentren.»
David, junto con un grupo de aldeanos, decidió emprender el viaje. El camino al lago no era fácil; estaba lleno de pruebas y peligros. Al cruzar un puente colgante, uno de los aldeanos, Clara, perdió el equilibrio y cayó al río. Sin dudarlo, Platero saltó al agua y la rescató. Desde entonces, Clara consideró a Platero su héroe.
Más adelante, se toparon con un misterioso muro de piedra, cubierto de enredaderas y musgo, que bloqueaba el camino. Ernesto, quien había decidido acompañarlos para guiarlos, usó su magia para derribar el obstáculo y el grupo pudo continuar.
Al llegar al Lago de las Estrellas Danzantes, su belleza los dejó sin aliento. El agua irradiaba un brillo plateado, reflejando las estrellas como si danzaran en su superficie. David y Platero se adentraron en el lago y descubrieron una cueva oculta tras una cascada luminosa.
Dentro de la cueva, encontraron un cofre dorado. Cuando lo abrieron, en lugar de oro o joyas, hallaron siete semillas doradas. Platero explicó: «Estas semillas poseen el poder de regenerar la tierra y asegurar cosechas eternas.»
De vuelta en Valle Sereno, sembraron las semillas y el pueblo pronto floreció con abundancia. Campos verdes y exuberantes se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Las casas, antes tristes y grises, resplandecían de felicidad.
El hechicero Ernesto, sabiendo que su misión estaba cumplida, se despidió con una promesa: «Volveré cuando me necesitéis.» Y desapareció con un destello de luz estelar.
Con el paso del tiempo, David y Platero continuaron siendo los protectores del pueblo. La historia de sus hazañas se transmitió de generación en generación, convirtiendo a Platero en una leyenda viviente. Los niños se acercaban a él, anhelando escuchar sus cuentos llenos de sabiduría. Y Platero, con su voz suave y persuasiva, siempre tenía una historia para compartir.
Una noche, mientras el cielo se cubría de estrellas como diamantes en terciopelo, Platero miró a su amigo David y dijo: «Gracias por creer en mí y darme la oportunidad de expresar mis pensamientos. Juntos hemos logrado que Valle Sereno prospere más allá de nuestros sueños.»
David, con una sonrisa sincera, respondió: «Gracias a ti, Platero. Tú eres quien realmente ha cambiado nuestras vidas.»
Y así, el burro y su dueño vivieron felices, cultivando no solo la tierra, sino también los corazones de aquellos que conocieron su historia. Las noches en Valle Sereno se llenaban de canciones y risas, y las estrellas danzantes en lo alto parecían celebrar cada victoria y cada momento de amor compartido.
Moraleja del cuento «El burro y el hechicero del lago de las estrellas danzantes»
La verdadera sabiduría no reside en la apariencia o en las riquezas, sino en el corazón generoso y en la voluntad de ayudar a los demás. Platero, el burro hablante, nos enseña que cada ser, sin importar su apariencia, tiene un valor inmenso y puede cambiar el mundo con un poco de fe y colaboración.