El espantapájaros de Oz

El espantapájaros de Oz

El espantapájaros de Oz

En el encantado y misterioso pueblo de Luna Nueva, escondido entre montañas y valles nebulosos, vivía una pequeña comunidad que abrazaba la magia y las leyendas antiguas. Allí, en una recóndita granja al borde del bosque, se erigía un espantapájaros singular. Su sombrero de paja ajado por el tiempo, su chaqueta raída y sus ojos de botones negros contaban historias de antaño, pero pocos sospechaban la verdadera esencia que residía en su interior.

Magdalena, la joven y valiente hija del granjero, siempre había sentido una conexión especial con ese espantapájaros. Desde pequeña, pasaba las tardes a su sombra, narrándole cuentos y secretos que solo su corazón guardaba. No era solo un monigote para ella; era su confidente y protector en un mundo lleno de maravillas y peligros.

—¿Sabes, espantapájaros? —le decía mientras amarraba flores en su sombrero—. Desearía que pudieras hablar y que paseáramos juntos por el bosque.

Una noche, bajo la luna llena, Magdalena decidió explorar las profundidades del bosque para hallar un legendario cristal que, según las historias de su abuela, tenía el poder de conceder deseos. Sin embargo, no sabía que Luz, una hada traviesa y curiosa, velaba por ella desde las sombras, dispuesta a darle un giro inesperado a su aventura.

Al entrar en el bosque, los árboles susurraban entre ellos, como si compartieran secretos antiguos. Magdalena caminaba con paso firme, pero su corazón latía con emoción y un toque de temor. Luces centelleantes bailaban a su alrededor, iluminando su camino sereno y misterioso. Sin previo aviso, una de esas luces se transformó en Luz, el hada curiosa.

—Hola, Magdalena —dijo el hada con una sonrisa luminosa—, he escuchado tu deseo y estoy aquí para ayudarte.

—¿Quién eres? —preguntó Magdalena, sorprendida.

—Soy Luz, un hada del bosque. Conozco el cristal que buscas y puedo guiarte hasta él. Pero recuerda, la magia siempre tiene un precio.

Decidida y con una pizca de cautela, Magdalena aceptó la ayuda del hada. A medida que avanzaban, Luz le contó historias sobre el bosque y los seres que lo habitaban. Le habló de dragones dormidos, unicornios invisibles y elfos guardianes que vigilaban celosamente los secretos de la naturaleza.

De repente, el camino se bifurcó en tres senderos, cada uno más enigmático que el otro. El hada explicó que cada camino llevaba a una prueba, y solo superándolas todas podrían llegar al cristal. Magdalena asintió, llena de determinación.

El primer camino los condujo a un claro donde un gigantesco dragón de escamas doradas y ojos sabios descansaba. Para sorpresa de Magdalena, el dragón no era feroz, sino que buscaba compañía. Su nombre era Timoteo, y su único deseo era compartir sus conocimientos con alguien digno.

—¿Es cierto que buscas el cristal de los deseos? —rugió suavemente el dragón.

—Sí, lo necesito para darle vida a mi amigo, el espantapájaros —contestó Magdalena con fuerza.

—Entonces, demuéstrame tu valentía —retó Timoteo—. Convénceme de que tu causa es noble.

Magdalena, con el corazón en la mano, le relató todo al dragón: cómo el espantapájaros había sido su amigo fiel durante años y que su mayor deseo era verlo caminar a su lado. Sus palabras y sinceridad movieron al dragón, quien les permitió continuar su viaje.

El segundo sendero desembocó en un valle encantado, donde una comunidad de elfos hacía ceremonia al crepúsculo. Aquí, Magdalena encontró a Efraín, el líder de los elfos, que propuso una prueba de confianza.

—Para tener acceso al cristal, debes probar ser digna de confianza. Confía ciegamente en nosotros —dijo Efraín, al tiempo que le vendaba los ojos.

Guiada por el hada Luz y los elfos, Magdalena caminó con los ojos vendados, confiando plenamente en aquellos seres desconocidos. A cada paso, su corazón se llenaba de esperanza y confianza, hasta que finalmente Efraín le quitó la venda. Ella estaba ilesa y había superado la prueba.

—Has demostrado que puedes confiar y ser confiable. Continúa tu búsqueda —dijo Efraín solemnemente.

El tercer y último sendero era el más aterrador. Conducía a un lago encantado, donde todo reflejo mostraba los miedos más profundos. Allí, Magdalena tuvo que enfrentarse a sí misma, a sus dudas y temores, que tomaron forma en el agua. Pero con la ayuda de Luz, quien la alentó y le recordó por qué había iniciado este viaje, Magdalena consiguió superar sus miedos y comprender su verdadera fuerza interior.

Finalmente, después de tantas pruebas y desafíos, Magdalena y Luz llegaron a una cueva iluminada por el resplandor del cristal de los deseos. Este cristal brillaba con una luz pura y transformadora. Sin titubeos, Magdalena tomó el cristal y expresó su mayor anhelo:

—Quiero dar vida a mi amigo, el espantapájaros.

En un abrir y cerrar de ojos, el cristal irradió una luz cegadora y, de repente, se apagó. Magdalena y Luz regresaron rápidamente a la granja, temiendo lo peor y esperando lo mejor. Allí, bajo la luz de la luna, el espantapájaros estaba transformado. Sus ojos de botones ahora brillaban con vida, su cuerpo de paja tomaba una forma más humana, y su sombrero danzaba con gracia al viento.

—Gracias, Magdalena —dijo el espantapájaros, cuya voz era suave y llena de gratitud—. Gracias por creer en mí y por este milagro.

Lágrimas de alegría brotaron de los ojos de Magdalena al ver a su viejo amigo caminar, hablar y vivir a su lado. Desde aquel día, la granja y el bosque prosperaron bajo su cuidado conjunto. El espantapájaros, quien ahora tenía nombre propio, Salvador, ayudaba a la comunidad, compartía historias y aventuras y se convirtió en un símbolo de magia y esperanza para todos.

Con el tiempo, el pueblo de Luna Nueva floreció como nunca antes. La relación entre humanos y seres mágicos se fortaleció, y Magdalena y Salvador construyeron un puente entre ambos mundos, demostrando que la fe, la valentía y la bondad pueden superar cualquier prueba.

Moraleja del cuento «El espantapájaros de Oz»

La historia de Magdalena y Salvador nos enseña que los sueños y deseos más profundos se cumplen si los perseguimos con valentía, confianza y nobleza. Nos recuerda que la verdadera magia reside en los corazones bondadosos y en la fuerza de los lazos que forjamos. Nunca subestimes el poder de la fe, ni la capacidad de transformar tu mundo con el amor y la perseverancia.

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