El fantasma del antiguo colegio y un susto por Halloween

El fantasma del antiguo colegio y un susto por Halloween

El fantasma del antiguo colegio y un susto por Halloween

Era la noche de Halloween y el aire se sentía cargado de misterio, una mezcla de risas nerviosas y murmullos emocionados circulaba entre los grupos de adolescentes que recorrían las calles buscando dulces y emociones fuertes. Entre ellos se encontraba un grupo de amigos inseparables, formado por Damián, Clara, Luisa y Javier, quienes aunque disfrutaban de las fantasías de Halloween, tenían un curioso apetito por la aventura. Este año decidieron que no solo pedirían caramelos, sino que también explorarían el antiguo colegio de San Guillermo, un lugar que nadie se atrevía a visitar.

El colegio, abandonado hacía más de dos décadas, se alzaba al final de la calle, oculto entre matorrales y sombras. Sus ventanas estaban cubiertas de telarañas y las puertas crujían como si sus antiguos moradores se resistieran a dejarlo. “¿Estás seguro de que quieres hacer esto?”, preguntó Clara, su voz temblorosa, mezclándose con el viento que aullaba entre los árboles. “Vamos, solo será un par de fotos. ¡No hay fantasmas de verdad!”, respondió Damián, intentando animar a su amiga. “O eso dice la leyenda”, agregó Javier con una mirada burlona que despertó las risas de Luisa.

Así, armados con linternas y una cámara, los cuatro amigos se acercaron al colegio. La entrada les daba la bienvenida con un chirrido ominoso, y el olor a humedad y polvo les inundó las fosas nasales. El pasillo principal estaba adornado con viejas taquillas que parecían susurrar secretos al oído de quienes se atrevían a acercarse. La luz de las linternas danzaba sobre los muros de ladrillo, revelando dibujos de renacentistas que parecían mirarles con curiosidad. “¿Visteis eso?”, soltó Luisa, mirando hacia una de las taquillas que había chirriado como si alguien la hubiera cerrado.

“Solo es el viento. ¿O acaso le tienes miedo a un par de viejas taquillas?” bromeó Damián, intentando mantener el ambiente ligero. Sin embargo, todos sentían una extraña presión en el pecho. Con cada paso que daban, el aire se tornaba más denso, como si el colegio guardara un secreto que deseaba ser revelado.

Mientras exploraban, un grito desgarrador rompió la tensión que se había formado. “¿Qué fue eso?” preguntó Clara, aferrándose al brazo de Javier. Él, tratando de ser valiente, dio un paso adelante. “Voy a averiguarlo”, y se dirigió hacia el origen del sonido. Sus amigos le siguieron, dejándose llevar por una mezcla de curiosidad y temor. Al llegar a un aula, la visión que encontraron los heló. Una luz parpadeante iluminaba la pizarra cubierta de polvo, mientras que un antiguo pupitre se mecía suavemente, como si alguien hubiera estado sentado allí.

“Esto no es normal…” murmuró Luisa, mirando a sus amigos con ojos desorbitados. “Tal vez deberíamos irnos”, sugirió Clara, ya con la idea de escapar, pero Damián insistió: “No, tenemos que descubrir de qué se trata. ¡Es Halloween!” A pesar del pánico que subía por sus espinas, Clara no pudo evitar sonreír ante la valentía de su amigo. “Está bien, pero si encontramos un fantasma, tú serás el primero en salir corriendo”.

De pronto, una sombra pasó velozmente frente a la ventana, y la cámara de Luisa tomó su propia decisión, capturando el momento para siempre. “¡Vi algo! ¡Algo raro!”, exclamó, mientras todos se oprimían contra la pared, como si eso les ofreciera alguna protección. “No eres la única que ha visto cosas extrañas”, retrucó Javier, intentando que la risa calmará sus corazones.

La tensión aumentaba cuando un murmullo comenzó a flotar en el aire. “¿Escuchan eso?” preguntó Clara, incapaz de contenerse. La luz de las linternas se apagó súbitamente, sumiéndolos en la oscuridad. “Esto no es divertido”, dijo Luisa. Sin embargo, cuando la luz regresó, se encontraron con el rostro de un misterioso anciano frente a ellos. “¿Qué hacen aquí, jóvenes intrusos?” Aquel hombre, con una larga barba canosa y unos ojos que parecían transmitir tanto tristeza como humor, les miraba fijamente.

“¡Un fantasma!”, chilló Damián, intentando mantener la compostura, mientras sus amigos casi se desmayaban del susto. El anciano sonrió, y su risa retumbó en las paredes vacías como un eco antiguo, “No soy un fantasma, simplemente soy el conserje. ¿Qué les trae a este viejo colegio en una noche tan curiosa?”

Con cautela, Damián se acercó y explicó que solo querían explorar un sitio que había estado cerrado. “Este lugar tiene una historia hermosa, muchachos. A lo largo de los años, he visto muchas cosas. Lo que consideran un fantasma no es más que la memoria latente de aquellos que pasaron momentos inolvidables aquí. ¡Dejen que la historia les hable!” Su tono, aunque intrigante, era reconfortante y seguro.

La conversación fluyó, y el anciano compartió relatos fascinantes sobre el colegio, rondas de juegos, sueños cumplidos y los jóvenes que pasaron por allí. Clara, que había llegado a temer lo desconocido, ahora estaba embelesada por las historias, mientras Luisa tomaba notas emocionada para su próximo trabajo de clase. Javier, por su parte, iba y venía entre el asombro y la incredulidad, preguntando al anciano sobre los eventos más extraños que había visto.

“El verdadero espíritu de Halloween”, declaró el anciano con una sonrisa, “es celebrarlo como un recuerdo, no de miedo, sino de la unión que creamos. Devuelvan a la vida lo que se ha olvidado”. Así que en aquel antiguo colegio, los amigos iniciaron una especie de ritual moderno, decorando el aula con calabazas talladas, telarañas hechas de hilos y dulces que, como legado del lugar, pasaron a formar parte de una extraña pero reconfortante fiesta. A los pocos minutos ya tenían el ambiente iluminado con luces de colores y música que provocó que el viejo colegio recuperara parte de su esencia.

La noche avanzó y, distanciándose del miedo, se llenó de risas y historias. Por un momento, todos se sintieron parte de algo más grande. “¿Nos acompañarás a la fiesta, abuelo?” preguntó Luisa con un brillo divertido en sus ojos. Una expresión cómplice cruzó el rostro del anciano, “Claro, si me prometen que no tienen miedo de lo que pueda desvelar. ¡Después de todo, historia y magia son la misma cosa!”

Los cuatro amigos, cansados pero felices, se despidieron del anciano, dándose cuenta que lo que había empezado como una aventura aterradora había terminado en una hermosa celebración de amistad. En aquel antiguo colegio, que había sido solo un lugar de miedo, renació la alegría, y antes de salir, prometieron regresar para seguir explorando la historia que había quedado encerrada entre sus muros.

De vuelta a casa, su alegría era contagiosa. “¿Vieron? No hay que temer a lo desconocido”, dijo Damián, mientras caminaban entre risas sobre la noche que había sido. “¡Eso sí que es un Halloween para recordar!”, añadió Clara, su corazón aún palpitante de emoción. Aquel encuentro con el pasado no solo les había enseñado a enfrentar sus miedos, sino a valorar cada historia, cada susurro que acompaña a los lugares que habitamos.

Moraleja del cuento “El fantasma del antiguo colegio y un susto por Halloween”

No debemos temer a lo desconocido, pues detrás de cada sombra se puede ocultar una historia que vale la pena descubrir. La amistad y la curiosidad nos guían hacia aventuras que nos enseñan a ver el mundo con nuevos ojos.

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