Cuento: El gatito y la Luna de Algodón y las canciones de cuna desde el cielo

Breve resumen de la historia:

El gatito y la Luna de Algodón y las canciones de cuna desde el cielo En la pequeña aldea de Villazul, donde las casitas parecían brotar como setas entre colinas esmeralda, vivía un gatito llamado Misi. Misi tenía el pelaje tan negro como la noche sin estrellas pero sus ojos brillaban como dos luceros recién…

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Cuento: El gatito y la Luna de Algodón y las canciones de cuna desde el cielo

El gatito y la Luna de Algodón y las canciones de cuna desde el cielo

En la pequeña aldea de Villazul, donde las casitas parecían brotar como setas entre colinas esmeralda, vivía un gatito llamado Misi.

Misi tenía el pelaje tan negro como la noche sin estrellas pero sus ojos brillaban como dos luceros recién encendidos.

Era un gatito inquieto, siempre explorando cada rincón del lugar, dejando su delicada huella en el corazón de todos.

Una noche, mientras la luna llena se elevaba majestuosa en el cielo, Misi observó algo peculiar: un tenue resplandor se desprendía de su superficie.

Parecía algodón, pero no uno cualquiera, sino uno que relucía con la suavidad de un susurro y el calidez de un abrazo.

«¡Ah, la Luna de Algodón!», exclamó Misi, alzando su pata en un ademán de saludo.

La Luna, que no estaba acostumbrada a ser admirada de tal manera, parpadeó con sorpresa y emitió un brillo aún más cálido.

«Gatito, ¿te gustaría escuchar las Canciones de Cuna desde el Cielo?», preguntó con voz melodiosa.

«¡Oh, sí!» respondió Misi, sus bigotes temblorosos de excitación. «Nunca he oído música que venga de tan alto.»

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Y así comenzó la aventura del pequeño gatito y su amiga la Luna.

Cada noche, Misi se trepaba al tejado más alto de Villazul, cerraba los ojos y escuchaba las dulces melodías que la Luna le dedicaba.

Las canciones hablaban de lugares lejanos y mágicos, de valientes marineros y praderas encantadas, de amor, coraje y amistad.

Pero una noche, algo extraño sucedió.

Una canción nueva surcó el silencio de la noche, una melodía enigmática que hablaba de un tesoro escondido. «¿Un tesoro?», pensó Misi, «¿Dónde podría estar?»

La Luna guiñó uno de sus cráteres y susurró, «En el corazón de la aldea, donde el agua canta y la tierra susurra, hallarás lo que buscas.»

Convencido, Misi se lanzó de la azotea y recorrió las calles empedradas, moviendo sus orejitas al compás de los susurros de la tierra y el canto del río.

Finalmente, frente a la fuente del viejo roble, excavó con sus suaves patitas, desenterrando un cofre diminuto.

Al abrirlo, la música se desbordó en el aire, llenando Villazul de alegría y asombro.

Eran pequeñas notas que, al estar juntas, formaban la más bella de las melodías.

El tesoro era la propia música, que ahora viviría para siempre en el corazón de los aldeanos.

Los días pasaron y Misi se convirtió en el guardián de las canciones.

La gente de Villazul venía de todas partes para escuchar las historias que Misi relataba, aquellas insufladas de magia por la luna. Los niños se dormían sonriendo, los ancianos recordaban sus sueños y todos encontraban consuelo en las dulces tonadas.

El gatito entendió que las canciones eran como un abrazo invisible que la Luna de Algodón había regalado a la aldea, un vigilante silencioso que protegía sus sueños y alegraba sus despertares.

Sin embargo, una noche la Luna no apareció. El cielo se tornó oscuro, las estrellas perdieron su brillo y un viento frío sopló entre las colinas.

Misi, preocupado, se aventuró más allá de lo acostumbrado, buscando alguna señal de su amiga.

«Luna de Algodón, ¿dónde has ido?», llamaba Misi, temiendo lo peor. Las notas musicales parecían temblar, ansiosas por la ausencia de la luna.

Justo cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse, un rayo de luz plateada rompió la oscuridad.

Era la Luna, que había ido en busca de nuevas melodías para compartir con Misi y los habitantes de Villazul.

«¡Misi, mi valiente gatito!», exclamó. «He viajado por los cielos y traigo canciones de lugares aún no soñados.»

Y así, con un concierto celestial que resonó hasta el amanecer, la Luna y el gatito celebraron la música y la amistad.

La Luna de Algodón nunca olvidó la lección que Misi le había enseñado: aunque estemos lejos, el amor y la música siempre encuentran su camino de regreso a casa.

Moraleja del cuento «El gatito y la Luna de Algodón y las canciones de cuna desde el cielo»

Nunca dejes de escuchar la música que llevas dentro, pues ella es capaz de iluminar la noche más oscura y de unir corazones a través de la más vasta distancia.

Abraham Cuentacuentos.

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