El gran consejo de los animales y la profecía del bosque encantado
En el corazón de la selva, donde los rayos del sol apenas alcanzaban el suelo cubierto de hojas y ramas, se encontraba el Bosque Encantado, un lugar donde la magia y la naturaleza vivían en plena armonía.
En este lugar habitaban seres tan variados como majestuosos: desde los astutos jaguares hasta las coloridas guacamayas, sin olvidar a las pequeñas y laboriosas hormigas.
Pero entre todos los habitantes, resaltaban cuatro personajes principales cuyas vidas estaban destinadas a entrelazarse en una serie de eventos sorprendentes.
Martina, la jaguar de pelaje dorado y ojos verdes como esmeraldas, era conocida por su valentía y fuerza.
A pesar de su apariencia feroz, Martina tenía un corazón noble y siempre velaba por el bienestar del bosque y sus habitantes.
Rodolfo, un mono capuchino de pelaje marrón y ojos chispeantes, era el más travieso y juguetón de todos.
Siempre estaba en busca de aventuras y fuegos ilusorios que solo él veía.
Lucía, la guacamaya de plumas multicolores, era la consejera del gran consejo de los animales.
Su sabiduría y conocimiento acerca de las antiguas leyendas del Bosque Encantado la hacían invaluable.
Por último, estaba Alejandro, una tortuga de concha robusta decorada con patrones enigmáticos.
A pesar de su ritmo pausado, Alejandro era el equilibrio mental y espiritual del grupo, siempre dispuesto a brindar apoyo y consejo a quienes lo necesitaran.
Una mañana, cuando el rocío aún colgaba de las hojas, Lucía convocó una reunión de urgencia.
Todos los animales se precipitaron al claro donde solían realizar sus asambleas.
El ambiente estaba cargado de expectación.
«Amigos míos,» comenzó Lucía con su voz melodiosa, «he tenido un sueño inquietante. Una profecía antigua se ha revelado en mis pensamientos, una que habla de un gran peligro y una promesa de esperanza.»
Los murmullos crecieron entre los animales.
Martina dio un paso adelante, sus ojos centelleando con determinación.
«¿De qué clase de peligro habla la profecía?» preguntó con firmeza. Lucía tomó una profunda respiración antes de continuar. «Habla de un terrible incendio que consumirá el Bosque Encantado si no encontramos el Agua de la Vida, escondida en lo más profundo del territorio prohibido.»
«¿Territorio prohibido?» intervino Rodolfo con incredulidad. «¿No es ese el lugar donde ninguno de nosotros ha osado poner una pata desde tiempos inmemoriales?»
Alejandro asintió lentamente. «Así es, joven Rodolfo. Pero debemos entender que la profecía es clara. Si no actuamos, podríamos perder nuestro hogar.»
El consejo decidió que Martina, Rodolfo, Lucía y Alejandro debían embarcarse en esta misión.
Con valentía y determinación, los cuatro amigos se internaron en la densidad del bosque, cada paso acompañado por el crujido de hojas secas bajo sus patas y el susurro del viento entre los árboles.
La selva, usualmente familiar, adoptaba ahora una atmósfera misteriosa y casi ominosa.
Después de horas de caminata, llegando al borde del territorio prohibido, se encontraron con una anciana y malévola serpiente llamada Erzsébet, conocida por su sabiduría y astucia.
«¿Qué os trae por aquí, mis pequeños amigos?» siseó Erzsébet, enrollando su cuerpo alrededor de una roca. Martina, sin mostrar miedo, explicó la situación. «Buscamos el Agua de la Vida para salvar nuestro hogar de un terrible destino.»
Erzsébet, con una media sonrisa, les ofreció un trato. «Responderé a tres de vuestras preguntas, pero deberán pagar con algo valioso que posean.»
Los amigos, desesperados por respuestas, accedieron.
Con gran cautela formularon sus preguntas acerca de la ubicación y la protección del Agua de la Vida.
Cada respuesta de la serpiente conllevaba un nuevo desafío, un enigma envuelto en acertijos y peligros.
Tras recibir la última respuesta, los cuatro amigos se adentraron aún más en la parte más oscura del territorio prohibido.
Allí, encontraron una cueva oculta por la vegetación densa.
Encendieron una antorcha para iluminar su camino.
La cueva estaba llena de pasadizos y galerías.
«Debemos seguir juntos y no separarnos,» advirtió Alejandro con voz resuelta.
En el centro de la cueva, se toparon con un inmenso lago subterráneo, cuyas aguas centelleaban con un brillo sobrenatural.
«Ahí está,» exclamó Lucía emocionada, «el Agua de la Vida.»
Sin embargo, en cuanto se acercaron a la orilla, un gran dragón de ojos llameantes emergió del agua, bloqueando su camino con su majestuosa y temida presencia.
“¿Quién osa perturbar mi morada?” rugió el dragón.
«Somos Martina, Rodolfo, Lucía y Alejandro,» dijo Martina con valentía. «Venimos en busca del Agua de la Vida para salvar nuestro hogar de un terrible incendio que está por venir.»
El dragón, cuyo nombre era Dragomir, miró a los pequeños valientes con curiosidad.
«Muchos han intentado llevarse el Agua de la Vida, pero pocos han demostrado el valor, la sabiduría y la unidad que ustedes han mostrado hasta ahora. Para obtener el agua, deben superar una última prueba: uno de ustedes debe quedarse conmigo como guardián del agua.»
Hubo un silencio sepulcral.
Alejandro, con gran serenidad, dijo: «Yo me ofreceré. He vivido una vida larga y plena. Mi tiempo aquí ha llegado a su fin.»
Los demás protestaron, pero Alejandro estaba decidido. «Es la única forma,» replicó.
El dragón, impresionado por el sacrificio de Alejandro, cambió de parecer. «Tu nobleza ha conmovido mi corazón de piedra. No será necesario ningún sacrificio.»
Y sumergiendo su garra en el lago, llenó un cuenco con el Agua de la Vida y se lo entregó a Lucía. «Llévenlo y protejan su hogar,» dijo.
Emprendieron el regreso con el precioso líquido.
Las dificultades del viaje de vuelta palidecieron en comparación con lo que habían enfrentado.
Cuando finalmente llegaron al centro del Bosque Encantado, Lucía dejó caer unas gotas del Agua de la Vida sobre la tierra. Inmediatamente, una neblina suave y refrescante ascendió, transformando el bosque en una visión de esplendor rejuvenecido.
El peligro del incendio fue neutralizado por completo.
Los animales, aliviados y llenos de gratitud, festejaron la valentía y determinación de Martina, Rodolfo, Lucía y Alejandro.
El Bosque Encantado volvió a su estado de paz y armonía, siendo aún más bello y resistente que antes.
En los días venideros, los cuatro amigos se convirtieron en leyendas vivientes, y su historia fue contada de generación en generación.
La sombra del peligro que había sobrevolado el Bosque Encantado nunca volvió, y los animales vivieron felices, unidos y en completa armonía, recordando siempre la lección aprendida: que la valentía, la sabiduría y la unión son capaces de superar cualquier adversidad.
Moraleja del cuento «El gran consejo de los animales y la profecía del bosque encantado»
La verdadera fortaleza no reside en el poder individual, sino en la valentía, la sabiduría y la unión dentro de una comunidad.
Solo trabajando juntos, compartiendo nuestros dones y enfrentando las adversidades con determinación, podemos superar cualquier desafío que la vida nos presente.
Abraham Cuentacuentos.