El guardián del río encantado y los secretos escondidos en sus aguas profundas

El guardián del río encantado y los secretos escondidos en sus aguas profundas

El guardián del río encantado y los secretos escondidos en sus aguas profundas

En un rincón recóndito de la sierra madre, donde los árboles susurran viejas leyendas y las montañas dibujan sombras misteriosas, se encontraba el río encantado. Desde niño, Gabriel solía pasar horas contemplando el fluir sereno, casi mágico, de sus aguas cristalinas. Con su piel tostada por el sol y sus ojos del color de la miel, era un joven lleno de curiosidad e imaginación.

Una tarde, mientras el sol se despedía con un abrazo dorado, Gabriel escuchó un canto etéreo que emergía del río. Sin pensarlo, decidió investigar, adentrándose en el bosque que lo rodeaba. Allí, oculto entre los arbustos, encontró una roca cubierta de musgo, donde yacía un viejo libro con tapas de cuero gastado. Su título, «El guardián del río», brillaba en letras doradas.

Gabriel abrió el libro con cuidado, revelando páginas llenas de dibujos antiguos y relatos de tiempos olvidados. «Encuentra al guardián, descubre los secretos», leyó en voz alta, intrigado por aquellas palabras. Decidido a desenmarañar el misterio, se dirigió al claro del bosque donde el río formaba un remanso sereno.

Mientras Gabriel exploraba, Marta, una joven de cabello castaño y ojos verdes como el musgo del río, le observaba desde la distancia. Ella había escuchado historias sobre el río encantado contadas por su abuela, historias que hablaban de un guardián protector y secretos profundos. Al notar la fascinación de Gabriel, decidió acercarse.

«¿Buscas algo?» preguntó Marta con voz suave, sorprendiéndolo. Gabriel explicó su hallazgo y ambos decidieron unir fuerzas para desentrañar el misterio. Pronto, conocieron a Rodrigo, un hombre robusto y sabio que vivía en una cabaña a orillas del río. Él les habló del guardián, una entidad venerada que protegía las aguas y revelaba sus secretos sólo a quienes demostraban verdadero valor y bondad.

«Para encontrar al guardián, deben sumergirse en lo más profundo del río durante la noche de luna llena,» les aconsejó. Sin dudarlo, Gabriel y Marta planearon su inmersión. La noche, vestida de plateado, llegó, y bajo la luz de la luna, se adentraron en las frías aguas del río.

A medida que avanzaban, las sombras del río crecían y las corrientes se volvían más intensas. De repente, se encontraron rodeados por una luz intensa y acuática. Desde las profundidades, emergió una figura luminosa con una voz calmada y antigua. Era el guardián del río, un anciano de ojos azules profundos y cabello blanco como la espuma del mar.

«Habéis demostrado coraje,» dijo el guardián, «¿qué buscáis?». Gabriel y Marta confesaron su deseo de conocer los secretos del río. El guardián sonrió y, con un movimiento suave, reveló una ciudad submarina escondida en las profundidades, donde seres acuáticos vivían en perfecta armonía con la naturaleza.

«Entended que solo quienes respetan y protegen la naturaleza pueden conocer estos secretos,» explicó el guardián. Tras mostrarles la ciudad, les otorgó dócilmente una pequeña esfera de cristal, que contenía la esencia del río encantado. «Conservadla y el río os protegerá siempre,» concluyó, y en un parpadeo, desapareció.

Regresaron a la superficie portando la esfera con admiración y agradecimiento. En su regreso, compartieron la historia con Rodrigo, quien sonrió satisfecho. «El río encantado os ha aceptado. De ahora en adelante, sois sus guardianes,» les dijo con orgullo.

Pasaron los años, y Gabriel y Marta se comprometieron a proteger el río y sus secretos. Formaron una comunidad que respetaba y valoraba la naturaleza, dejando un legado de armonía y entendimiento. Juntos, demostraron que con valentía y corazón, los misterios más profundos se revelan y el equilibrio se establece.

Moraleja del cuento «El guardián del río encantado y los secretos escondidos en sus aguas profundas»

En el fluir de la vida, los verdaderos secretos se desvelan sólo a quienes demuestran valor, respeto y un amor profundo por la naturaleza. Proteger lo que amamos puede abrirnos las puertas a los misterios más bellos y enriquecedores del mundo.

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