El lobo con piel de cordero

El lobo con piel de cordero

El lobo con piel de cordero

En el corazón del vasto bosque de Los Encantos, donde las hojas de los robles susurran secretos antiguos y los riachuelos cantan melodías cristalinas, vivía una comunidad de animales que compartía su vida diaria en armonía. Entre ellos, se encontraba un cordero llamado Diego, cuya lana blanca y suave brillaba bajo el sol de la primavera. Diego era conocido no solo por su amabilidad, sino también por su innata curiosidad. Solía explorar cada rincón del bosque, entreteniéndose con los secretos que encontraba en su travesía.

Un día, mientras Diego pastaba cerca de un claro, escuchó un susurro suave tras un arbusto. Intrigado, se acercó con cautela y descubrió a un lobo herido que gemía de dolor. El lobo, de pelaje grisáceo y ojos penetrantes, se llamaba Ramón.

—Ayúdame, por favor —suplicó Ramón, mostrando una herida en su pata trasera.

Diego, aunque al principio dudó por el miedo inherente que los corderos sentían hacia los lobos, no pudo ignorar el sufrimiento ajeno. Decidió entonces ofrecer su ayuda sin vacilar.

—No te preocupes, te llevaré al riachuelo para que puedas limpiar la herida y encontrar alivio —dijo Diego con voz serena.

Ramón cojeó tras Diego, sintiendo una mezcla de gratitud y desconcierto. Jamás se había topado con un cordero tan valiente y bondadoso. Al llegar al agua, Diego recogió hojas de una planta medicinal que crecía cerca, masticó algunas para extraer el jugo y lo aplicó con delicadeza en la herida de Ramón.

—Descansa un poco. Esto te ayudará a sanar —le recomendó Diego mientras sonreía, mostrando una pureza que conmovió el corazón del lobo.

A medida que los días pasaban, Ramón y Diego forjaron una inesperada amistad. Compartían historias de sus vidas bajo la sombra de los árboles, y Ramón, cada vez más saludable, comenzó a entender que los viejos prejuicios de su especie no se sostenían frente a la verdad de la bondad y la nobleza de Diego. Sin embargo, su pasado oscuro lo atormentaba.

En una noche iluminada por la luna llena, Ramón confesó:

—Diego, hay algo que tienes que saber sobre mí. Antes de conocerte, era un lobo que vivía cazando para sobrevivir. Tus amigos corderos, ovejas y otros animales eran mis presas. Pero tú me has enseñado una nueva forma de vida, y por ello, te estoy eternamente agradecido.

Diego quedó en silencio un momento, dejando que las palabras de Ramón se asentaran en su mente. Finalmente, habló con serenidad:

—El pasado ya no importa, Ramón. Lo que importa es lo que decidamos hacer de aquí en adelante.

Una mañana, la paz del bosque fue interrumpida por un rumor inquietante. Tito, un astuto zorro de pelaje anaranjado, había escuchado que una manada de lobos, liderada por el poderoso Berto, planeaba invadir el bosque de Los Encantos. La noticia corrió rápido entre los animales, sembrando miedo y pánico.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Lucía la liebre, con temor en los ojos.

—No tenemos fuerzas para enfrentar a una manada de lobos —añadió Pedro, el venado.

Entonces, Ramón tomó la palabra:

—Tengo un plan. Conozco las tácticas de Berto. Si me disfrazó de cordero y me acerco a ellos, podré asustarlos y desbaratar sus planes desde dentro. Pero necesitaré la ayuda de todos.

Los animales, aunque sorprendidos, decidieron confiar en Ramón. Con la lana que había dejado el esquileo de Diego, confeccionaron un disfraz perfecto. Ramón, ahora convertido en un lobo con piel de cordero, se dirigió al campamento de Berto con pasos firmes, decidido a proteger su nuevo hogar.

Al llegar, los lobos lo recibieron con extrañeza, pero pronto empezaron a desconfiar.

—¿Quién eres tú? —gruñó Berto, con su imponente figura y su mirada severa.

Ramón, sin titubear, contestó:

—Soy un cordero que ha venido a advertirles que el bosque está lleno de trampas y emboscadas. Si intentan invadirlo, no vivirán para contarlo.

Los lobos, aún dudando, observaban a Ramón con curiosidad. Para convencerlos, Ramón reveló conocimientos estratégicos que solo un lobo podría tener. Lentamente, la intriga se transformó en paranoia.

—Es demasiado arriesgado —dijo uno de los lobos, con su voz temblorosa—. Tal vez deberíamos reconsiderar.

Los murmullos se multiplicaron, sembrando la discordia entre la manada. Ramon, entonces, dio un golpe maestro:

—He escuchado que las tierras del norte son más ricas y menos peligrosas. ¿Por qué no dirigirse allí en lugar de arriesgarse en un bosque lleno de trampas?

Berto, influenciado por el nerviosismo de su manada, aceptó la sugerencia. Así, los lobos se marcharon en busca de una recompensa más segura, dejando en paz el bosque de Los Encantos.

Cuando Ramón regresó, fue recibido con abrazos y muestras de agradecimiento por parte de todos los animales. Diego, con una sonrisa brillante, dijo:

—Sabía que lo conseguirías, amigo mío. Gracias por salvar nuestro hogar.

Ramón, conmovido, sintió que por primera vez había encontrado su verdadero lugar. Se convirtió en un protector del bosque, viviendo junto a Diego y el resto de los animales en una paz que jamás creyó posible.

Con el tiempo, Ramón y Diego se hicieron famosos por sus aventuras y enseñanzas. Ramiro, el sabio búho, recopiló sus historias para que nunca se olvidaran. Y así, el bosque de Los Encantos permaneció libre y feliz, resguardado por la lección de que incluso en la diferencia y el miedo, puede nacer la amistad más pura y sincera.

Moraleja del cuento «El lobo con piel de cordero»

A veces, aquellos que parecen diferentes pueden tener el corazón más grande y sincero. La verdadera amistad no conoce fronteras ni prejuicios, y cuando se confía el uno en el otro, se pueden superar hasta los desafíos más grandes.

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