El lobo y las siete cabritas
En un frondoso valle escondido entre montañas altísimas y tocado por el dulce aroma de las flores silvestres, vivía una cabra llamada Clara con sus siete pequeñas cabritas: Luna, Estrella, Sol, Nube, Viento, Rayo y Trueno. Clara era una madre devota y amorosa, siempre vigilante de la seguridad de sus cabritas, quienes, curiosas por naturaleza, solían aventurarse sin pensar en las posibles amenazas.
Las cabritas eran una fuente de energía inagotable. Luna, con su pelaje blanco como la nieve, era la más reflexiva y analítica del grupo. Estrella, tan dorada como los campos de trigo, siempre buscaba formas de ayudar a los demás. Sol, con su manto amarillo radiante, iluminaba los días grises con su alegría. Nube, de pelaje gris perla, siempre estaba en su mundo de fantasía. Viento, de un color azul marino como el cielo nocturno, era imparable. Rayo, con su pelaje negro azabache, lucía como una sombra que se movía con celeridad. Trueno, el más pequeño, tenía un pelaje marrón con destellos blancos, y era curioso como ninguno.
Un día, Clara reunió a sus hijas antes de salir en busca de alimento. «Mis queridas pequeñas,» dijo en un tono suave pero firme, «recuerden cerrar bien la puerta y no abrirla a ningún extraño. Hay un lobo astuto por estos lares que siempre busca la oportunidad para atacarnos.»
Luna, siempre atenta, levantó la vista y preguntó, «¿Y cómo sabremos que es el lobo, mamá?»
«El lobo puede disfrazarse,» murmuró Clara, «pero recordad que nunca tendrá una voz tan dulce como la mía. Si tiene una voz grave y ronca, es el lobo.»
Con esas palabras, Clara besó a cada una de las cabritas y partió hacia las colinas. El día transcurrió entre juegos y risas hasta que un ruido inquietante llegaba desde la puerta de la pequeña cabaña. Toc, toc, toc.
«¿Quién es?» gruñó Trueno, corriendo hacia la puerta.
«Soy vuestra querida madre, Clara. Abrid la puerta mis tiernas cabritas,» resonó una voz con un tono endulzado, pero lúgubre.
Las cabritas se miraron entre sí, inquietas. Luna, siempre precavida, dijo, «Esa no es la voz de nuestra madre. La voz de mamá es dulce y melodiosa.»
«¡Vete de aquí, lobo malvado!» exclamó Viento con valentía.
El lobo, malicioso e inteligente, se alejó maquinando otro plan. Se dirigió a una casa cercana donde vivía una anciana vendedora de tiza. Con astucia y artimañas, convenció a la anciana para que le diera un poco de tiza, la comió para suavizar su voz e intentó nuevamente. Toc, toc, toc.
«¿Quién es?» preguntó Nube con una mezcla de curiosidad y temor.
«Soy yo, vuestra querida madre. Abrid la puerta mis tiernas cabritas,» ahora la voz del lobo sonaba más dulce y confiable, aunque no necesariamente auténtica.
«Aún no suena como mamá,» opinó Luna. «Mamá también tiene patas blancas, tenemos que ver si es ella.» Las cabritas pidieron al supuesto «madre» que enseñara las patas por debajo de la puerta.
Astuto como siempre, el lobo corrió hacia el molino del valle y cubrió sus patas con harina. Regresó a la cabaña y con voz dulcificada llamó nuevamente. Esta vez, cuando las cabritas pidieron ver las patas, pudieron notar el color blanco bajo la puerta. Sin la vigilancia de Luna, las cabritas confiaron y abrieron la puerta.
El lobo irrumpió, enseñando sus colmillos relucientes. El pánico se apoderó de las pequeñas cabritas mientras el lobo las capturaba una a una. Todas, excepto Luna, quien rápidamente se escondió en el reloj de pared.
Cuando Clara regresó, se encontró con la terrible escena: la cabaña desordenada y vacía. Luna, temblorosa, salió de su escondite y relató con lágrimas en los ojos lo sucedido.
«¡Mamá, el lobo se llevó a mis hermanas! Se escondió bien y engañó con su voz y sus patas cubiertas de harina.»
Clara, con el corazón roto pero llena de determinación, calmó a Luna. «Iremos a buscarlas, cariño. Ahora confiamos en la unión y la astucia.» Juntas, madre e hija se adentraron en el bosque siguiendo las huellas del lobo hasta una cueva oscura y profunda.
Dentro de la cueva, entre el eco de los rugidos del lobo y el crujido de sus mandíbulas, Clara divisó a sus pequeñas hijas, ilesas pero atrapadas. A sabiendas que un enfrentamiento directo sería peligroso, ella y Luna armaron un plan para rescatar a las cabritas mientras el lobo dormía. La sombra del lobo cobijaba la cueva hasta que Clara aprovechó su sueño pesado e inició el rescate.
«Venid, pequeñas mías,» susurró Clara, «bien despacio, ahora regresamos a casa.»
Evadiendo el más pequeño de los sonidos, Clara y sus cabritas lograron salir de la cueva sin despertar a la fiera. Ya al amanecer, cuando el lobo abrió sus ojos, notó que el premio había escapado de entre sus garras.
De vuelta en su hogar, entre abrazos y lágrimas, Clara les enseñó a sus hijas la importancia de la cautela. Las pequeñas nunca más olvidaron el valor de la unión y la inteligencia para enfrentar los retos que les aguardaban en el vasto bosque.
Las cabritas vivieron felices, jugando en el prado pero siempre con un ojo vigilante y recordando la lección que aprendieron. El lobo, disuadido por su fallido intento y la desafiante protección de Clara, nunca volvió a acercarse.
Moraleja del cuento «El lobo y las siete cabritas»
La astucia y la unión pueden vencer a la más temible de las amenazas. Estar siempre alerta y no confiar ciegamente en las apariencias es esencial para mantenernos seguros.