El parque de atracciones y los juegos que atrapan almas
Eran las diez de la noche cuando un enigmático parque de atracciones emergió en las afueras del pequeño pueblo de San Felipe. Nadie lo había visto antes, y era como si una densa niebla lo hubiera traído del olvido. Las luces de las atracciones brillaban con una intensidad hipnótica, y una música dulce y tentadora envolvía el aire. Los habitantes del pueblo sintieron una irresistible curiosidad por aquel lugar. Erik, un joven alto y de mirada inquisitiva, fue uno de los primeros en acercarse. Desde niño, había sentido fascinación por lo desconocido, y aquel parque lo llamaba, como una sirena llama a los marineros hacia las rocas.
Lorem, la mejor amiga de Erik, lo acompañó junto a su inseparable hermano menor, Juanito. Juanito, de apenas doce años, siempre había sido valiente, pero ese parque le hacía sentir un escalofrío que no podía explicar.
“Erik, ¿de verdad crees que deberíamos entrar?” preguntó Lorem mientras posaba su mano sobre el hombro de su hermano.
“Claro, Lorem. ¿No sientes esa emoción? Es como si cada atracción estuviera esperando contarnos su historia”, respondió Erik, con una chispa de emoción en sus ojos castaños.
La entrada del parque estaba flanqueada por dos enormes estatuas de payasos que parecían estar vivos a la luz de la luna. Erik, Lorem y Juanito atravesaron la entrada, adentrándose en un mundo donde el tiempo y las reglas parecían disolverse.
El parque estaba sorprendentemente lleno, aunque ningún rostro les resultaba familiar. Cada atracción tenía una belleza espectral, y la atmósfera estaba cargada de una energía que les erizaba la piel. Erik sugirió que se dirigieran a la Montaña Rusa del Aliento Perdido. La estructura se alzaba imponente, con sus vías de madera que crujían como el eco de antiguos lamentos. Lorem notó que, a pesar del bullicio, no podía escuchar las voces de la gente que subía a la montaña rusa. Solo el chirrido de las ruedas sobre las vías llegaba a sus oídos, y le provocaba un nudo en el estómago.
Juanito empezó a sentirse extraño. Percibió algo en el aire, una especie de vibración silenciosa que le oprimía el pecho. “Erik, Lorem, siento que deberíamos irnos”, dijo con voz temblorosa. Pero Erik estaba decidido a no abandonar la excursión.
“Nada nos va a pasar, Juanito. Estás con nosotros, ¿verdad, Lorem?”
Lorem asintió, aunque interiormente compartía el miedo de su hermano.
En la fila para la montaña rusa, Erik observó a un hombre mayor que temblaba visiblemente. El hombre giró su rostro hacia ellos y murmuró con voz rasposa: “No suban ahí… ya no es un juego.”
La advertencia cayó sobre ellos como una sombra, pero Erik minimizó el comentario diciendo que el hombre debía estar bromeando. Cuando fue su turno de subir, Lorem sintió que su cuerpo quería resistirse, pero ante la mirada decidida de Erik, subió al vagón acompañada de Juanito.
El trayecto comenzó lento, pero pronto la velocidad aumentó y se sumergieron en un laberinto de giros y caídas que hicieron que su corazón latiera al borde de estallar. Durante uno de los loops, Lorem vio algo peculiar: figuras semitransparentes flotando a la deriva como si buscaran escapar de un terrible destino. Juanito gritó y cerró los ojos con fuerza.
Cuando al fin la montaña rusa se detuvo, los tres bajaron, aturdidos. Lorem se giró para buscar al hombre mayor, pero no había rastro de él. Sus voces seguían sin poder escucharse claramente en medio de todo el bullicio, y esto los inquietaba cada vez más.
Continuaron caminando, atrapados por la extraña fascinación del parque. Se toparon con una carpa, en cuya entrada, un cartel polvoriento anunciaba: “El laberinto de los sueños perdidos.” Lorem miró a Erik, quien no podía esconder su interés.
“¿Y si probamos este? Prometo que será el último”, ofreció Erik, y Lorem, aunque dubitativa, aceptó con un leve asentimiento.
Entraron en la carpa, y de inmediato sintieron que la temperatura descendía. La carpa estaba llena de espejos que deformaban su reflejo en cada ángulo. La risa de los espejos resonaba como un eco maligno, burlándose de ellos a cada paso. Lorem notó unas sombras oscuras que cruzaban de un espejo a otro, y cada vez que intentaba alcanzarlas, desaparecían.
“Esto no me gusta, Erik. Vámonos”, suplicó Lorem. Pero Erik estaba atrapado en su propia fascinación. Nunca antes había visto algo tan extraordinario. Quizás, pensaba, detrás de todo aquel misterio, encontraría algo que cambiaría su vida para siempre.
Juanito, mientras tanto, había perdido de vista a sus amigos. Las sombras parecían susurrar al pequeño, conduciéndolo a un rincón oscuro del laberinto. Desesperado, aguantó la respiración y se lanzó a correr buscando a su hermana. Lorem, sintiendo la ausencia de Juanito, gritó su nombre repetidamente.
Erik y Lorem finalmente encontraron a Juanito, y juntos, se abrieron paso forzando su salida del laberinto. Estaban exhaustos, pero algo más oscuro los esperaba.
En el centro del parque hallaron una casa del terror llamada “La Mansión de las Almas Cautivas”. La estructura era imponente, con gárgolas en cada esquina y un sonido de cadenas resonando en su interior. Erik insistió en entrar, sintiendo que debían enfrentarse al miedo para descubrir la verdad.
Dentro de la mansión, las paredes parecían murmurar. Retratos antiguos colgaban torcidos, y a medida que avanzaban, las luces parpadeaban revelando figuras espectrales que se desvanecían rápidamente. Lorem empezó a recordar viejas historias, aquellas que sus abuelos contaban sobre almas atrapadas y pactos incumplidos.
De repente, una puerta se cerró detrás de ellos, y la temperatura descendió bruscamente. Las sombras se agolpaban alrededor, susurrando amenazas y secretos. Juanito abrazó a Lorem con fuerza, y Erik trató de mantener la calma.
En una de las habitaciones, encontraron a una joven mujer, vestida con un viejo camisón blanco. Tenía una mirada perdida, pero cuando vio a los chicos, habló con voz tierna y desesperada.
“Necesitan salir de aquí. Este es un lugar maldito. Cada alma que entra, no puede salir sin dejar algo a cambio”, explicó la mujer, revelando que ella misma había estado allí por más de cien años.
Lorem sintió compasión por la mujer. “¿Cómo podemos ayudarte?”
“Debes llevar de vuelta el corazón del parque y destruirlo. Solo así, todos seremos libres”, respondió la mujer con un último suspiro antes de desvanecerse. Erik, Lorem y Juanito salieron apresuradamente, decididos a encontrar esa esencia oscura.
En el centro del parque, hallaron una fuente negra burbujeante. Alrededor, estatuas de antiguos visitantes convertidos en piedra parecían mirarlos con ojos vacíos. Erik encontró una caja sumergida en la fuente. Al abrirla, descubrió un corazón negro latiendo tenuemente.
“¿Qué hacemos ahora?”, preguntó Juanito, temblando de nervios.
Lorem recordó las palabras de la mujer. “Debemos destruirlo”.
Erik, con determinación, lanzó la caja al suelo y la pisoteó hasta que el corazón dejó de latir. De repente, el parque empezó a desvanecerse, como si la niebla lo devorara. Las luces se apagaron y la música cesó. Sintieron una liberación instantánea.
El pueblo de San Felipe despertó al día siguiente sin rastro del parque. Los habitantes no entendían lo sucedido, pero Erik, Lorem y Juanito sabían la verdad. Se abrazaron, sabiendo que habían enfrentado lo inimaginable y habían triunfado. Desde entonces, nunca más vieron emerger el parque embrujado, y sus habitantes, tanto los presentes como los liberados, finalmente pudieron descansar en paz.
Moraleja del cuento «El parque de atracciones y los juegos que atrapan almas»
Este relato nos enseña que, a veces, la curioudad nos lleva a enfrentar temores inimaginables. La valentía no reside en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de enfrentarlo y actuar con el corazón. Al defender lo correcto y ayudarnos unos a otros, podemos superar cualquier oscuridad y liberar tanto nuestras almas como las de aquellos que están atrapados por el sufrimiento. Así, la amistad y el amor son las fuerzas más poderosas contra cualquier adversidad.