El poder de la fuerza y el misterio de la nebulosa eterna
En el planeta Althar, un lugar lejano en los confines del universo, vivía una niña llamada Mira.
A simple vista, Mira parecía una niña normal de unos diez años, con el cabello oscuro que siempre llevaba en una coleta alta y unos ojos curiosos de un verde intenso.
Pero había algo en ella que la hacía especial, algo que la distinguía de los demás niños: Mira tenía el don de la Fuerza.
En Althar, la Fuerza era un poder antiguo que conectaba a todos los seres vivos del universo.
Algunos, como los ancianos de la Gran Asamblea, eran capaces de controlarla y usarla para el bien de su gente.
Pero la mayoría de los habitantes del planeta la consideraban solo una leyenda o una historia para asustar a los pequeños.
Nadie imaginaba que una niña como Mira podría tener ese poder.
Mira vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas doradas y cielos violeta, donde el viento soplaba suave, susurrando antiguos secretos.
Era hija única y solía pasar horas en los campos, soñando con viajar más allá de las estrellas.
Tenía una mente inquieta y, a menudo, se metía en problemas por su curiosidad.
Su mejor amigo, Leo, siempre la acompañaba en sus aventuras.
Leo era un niño un poco mayor que ella, con una personalidad tranquila pero valiente.
Aunque no tenía el mismo don que Mira, sentía un vínculo especial con la naturaleza y era muy sabio para su edad.
Un día, mientras exploraban una cueva en las afueras del pueblo, encontraron un extraño cristal flotando en el aire.
El cristal brillaba con una luz suave y cambiaba de color cada vez que Mira se acercaba. Leo, intrigado, dijo:
—Nunca he visto algo así. ¿Crees que podría tener algo que ver con la Fuerza?
Mira, que siempre había sentido que su poder estaba conectado a algo más grande, se acercó al cristal con cautela.
—Siento que me llama, Leo —respondió ella, con los ojos llenos de asombro—. Es como si este cristal conociera mis pensamientos.
De repente, el cristal proyectó un haz de luz que envolvió a ambos.
Los chicos se miraron con los ojos abiertos de par en par, y antes de poder decir una palabra, la cueva comenzó a desmoronarse a su alrededor.
En un abrir y cerrar de ojos, la luz los transportó a un lugar completamente diferente.
Se encontraban flotando en medio del espacio, en una nebulosa brillante y colorida, con estrellas que parpadeaban en la distancia.
Pero no estaban solos. Frente a ellos apareció una figura imponente, vestida con una túnica plateada, su rostro cubierto por una máscara luminosa.
La figura los observaba con calma, y de su voz emanaba una profunda sabiduría.
—Soy Zharan, guardián de la Nebulosa Eterna —dijo la figura—. Habéis sido elegidos por la Fuerza para cumplir una misión de vital importancia.
Mira y Leo se miraron, sin comprender del todo qué estaba ocurriendo.
—¿Qué misión? —preguntó Leo, nervioso pero decidido.
Zharan alzó una mano y, con un gesto, hizo aparecer una imagen en el aire: un planeta oscuro, envuelto en tormentas eléctricas y caos.
Era un planeta que Mira nunca había visto antes, pero que le producía una sensación inquietante.
—Este es Axor, un mundo donde la Fuerza ha sido corrompida por el egoísmo y la codicia —explicó Zharan—. Si no se detiene, esta corrupción se extenderá a todo el universo. Solo aquellos que entienden el verdadero poder de la Fuerza podrán restaurar el equilibrio. Y vosotros sois los elegidos.
Mira sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
Sabía que la Fuerza era un don poderoso, pero nunca había imaginado que se le pediría algo tan importante.
Aún así, sentía que estaba preparada.
—Acepto —dijo, con voz firme.
Leo, que siempre había sido el apoyo de Mira, asintió.
—No te dejaré sola en esto.
Zharan, satisfecho con su respuesta, les entregó un mapa estelar y les explicó cómo llegar a Axor.
Pero antes de irse, les advirtió algo importante.
—Recordad, la Fuerza no es solo poder. Es equilibrio. Quien la use con arrogancia solo encontrará destrucción. Pero quien la use con humildad y sabiduría, podrá cambiar el destino de mundos enteros.
Con esa advertencia en mente, los dos amigos emprendieron su viaje hacia Axor, sin saber que el destino del universo descansaba en sus manos.
Mira y Leo viajaron durante días a través del vasto y desconocido espacio, siguiendo el mapa estelar que Zharan les había dado.
Su pequeña nave, la Ventura, cortaba las estrellas como una flecha dorada, y aunque el viaje era largo, la emoción y el nerviosismo les mantenía despiertos.
A medida que se acercaban a Axor, el planeta corrupto, comenzaron a notar extrañas alteraciones en la Fuerza.
—Es como si algo tirara de mí desde el planeta —comentó Mira, con una mueca de incomodidad—. La Fuerza aquí es… distinta. Oscura.
Leo observaba desde la ventanilla de la nave, viendo cómo el planeta crecía en el horizonte. Las nubes negras y densas cubrían su atmósfera, y relámpagos constantes iluminaban la superficie. Nada en Axor daba la impresión de ser acogedor.
—Tendremos que ser cautelosos. No sabemos a qué nos enfrentamos ahí abajo —dijo Leo, apretando los mandos de la nave con firmeza.
Al aterrizar en una llanura rocosa y desolada, se encontraron con un panorama inquietante.
El cielo estaba teñido de rojo, y el aire se sentía pesado, cargado de una energía desagradable que hacía que cada paso fuera más difícil.
Todo a su alrededor estaba en ruinas: edificios colapsados, árboles marchitos y un silencio sepulcral que parecía retumbar en sus oídos.
—No parece haber nadie por aquí —murmuró Leo, mirando a su alrededor con cautela.
Mira cerró los ojos e intentó concentrarse.
La Fuerza era débil en Axor, pero lograba percibir algo.
Una especie de energía pulsante que provenía de lo que parecía ser un antiguo templo en la distancia, cubierto de sombras y envuelto en una bruma negra.
—El origen de la corrupción está ahí —dijo Mira, señalando el templo—. Siento que hay algo… o alguien, que está controlando la Fuerza desde ese lugar.
Ambos se encaminaron hacia el templo, sorteando las ruinas mientras los relámpagos iluminaban su camino.
Al llegar a las enormes puertas de piedra del templo, se abrieron con un crujido, revelando un largo pasillo en penumbra.
La sensación de peligro crecía con cada paso que daban, pero ninguno de los dos flaqueaba.
—Mira, ten cuidado —advirtió Leo—. Algo no me gusta de este sitio.
Mientras avanzaban, una voz resonó en sus cabezas, grave y llena de malicia.
—Así que habéis venido, niños, a detener lo que no podéis comprender.
De las sombras emergió una figura alta y encapuchada.
Sus ojos brillaban con un fuego oscuro, y de sus manos fluía una energía púrpura y retorcida.
Era Norak, el antiguo guardián de Axor, quien había sucumbido a la corrupción de la Fuerza y se había convertido en su amo.
—¿De verdad creéis que dos niños pueden detenerme? —se burló Norak, mientras la energía a su alrededor crecía en intensidad—. La Fuerza me pertenece, y con ella, controlaré el destino de todo el universo.
Mira dio un paso adelante, sintiendo cómo la oscuridad intentaba envolver su mente. Sabía que Norak no solo era poderoso, sino que también quería sembrar la duda y el miedo en ellos.
—La Fuerza no pertenece a nadie —respondió ella con voz firme—. Está en todas partes, y su verdadero poder está en mantener el equilibrio, no en controlar ni destruir.
Norak soltó una carcajada oscura.
—Equilibrio… eso es lo que decían los antiguos Jedi. Pero el verdadero poder está en quien se atreve a tomarlo, a usarlo para gobernar.
Con un gesto de su mano, Norak lanzó una ráfaga de energía oscura hacia ellos.
Mira reaccionó de inmediato, creando un escudo de energía luminosa que les protegió a ambos.
El choque de energías resonó en todo el templo, pero a medida que las fuerzas de ambos bandos colisionaban, Mira se dio cuenta de algo.
—No podemos derrotarlo luchando de la misma forma —dijo a Leo, que estaba preparado para atacar.
Leo frunció el ceño.
—¿Entonces qué hacemos? No podemos rendirnos.
Mira, concentrándose, recordó las palabras de Zharan: «La Fuerza no es solo poder, es equilibrio». Cerró los ojos y respiró profundamente. En lugar de pelear con la misma energía agresiva de Norak, comenzó a enfocarse en algo más profundo: la armonía que aún podía sentir en el planeta, el hilo tenue de vida que unía a todo.
—Norak —dijo Mira, abriendo los ojos lentamente—. No estamos aquí para destruirte ni para luchar. Estamos aquí para restaurar lo que has olvidado.
Norak se detuvo por un momento, confundido. Nadie antes había desafiado su poder de esa manera, no con fuerza bruta, sino con algo más.
—Tu ambición te ha cegado, te ha hecho olvidar el verdadero propósito de la Fuerza —continuó Mira—. No es para dominar, sino para unir. Solo con ella puedes sentir todo lo que está conectado, incluso lo que creías perdido.
Mientras hablaba, la luz alrededor de Mira comenzó a brillar más intensamente, no como un ataque, sino como un faro de esperanza.
La oscuridad que envolvía el templo comenzó a retroceder lentamente, y los ojos de Norak se entrecerraron mientras una mezcla de furia y sorpresa le invadía.
—¡No! —gritó, lanzando otra ráfaga de energía. Pero esta vez, su ataque no encontró resistencia. La luz de Mira lo rodeó, envolviéndolo en una calma inesperada.
El antiguo guardián de Axor cayó de rodillas, su energía oscura disolviéndose en el aire. Su rostro, que hasta ese momento había estado lleno de rabia, ahora mostraba solo cansancio.
—No… puedo controlarlo… —susurró con voz temblorosa.
—No necesitas hacerlo —respondió Mira con compasión—. Solo debes dejar que fluya, que se equilibre por sí misma. La Fuerza no te pertenece, pero siempre ha estado contigo.
Norak, derrotado, se dejó llevar por la luz que restauraba poco a poco la paz en el templo y en el planeta.
Mira y Leo lo observaron en silencio, sabiendo que habían ganado, no por fuerza, sino por haber comprendido el verdadero significado de la Fuerza.
Al final, el cielo sobre Axor comenzó a despejarse, y la corrupción que una vez lo envolvió desapareció.
El planeta, antes oscuro y desolado, comenzaba a respirar vida nuevamente.
Mira y Leo regresaron a su nave, sabiendo que el equilibrio había sido restaurado.
Mira y Leo abordaron la Ventura, exhaustos pero aliviados.
Mientras la nave ascendía lentamente, dejando atrás el renovado planeta Axor, ambos amigos permanecían en silencio, aún procesando lo que acababa de suceder.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Leo, girándose hacia Mira.
Ella sonrió suavemente, mirando por la ventana mientras las nubes dispersas de Axor desaparecían bajo ellos.
—Siento… paz. Por primera vez, entiendo realmente lo que es la Fuerza. No es algo que se pueda controlar o poseer. Es algo que debemos respetar, permitir que fluya y seguir su curso.
Leo asintió, reflexionando sobre las palabras de su amiga.
—Nos dijeron que la Fuerza era un poder, pero no nos dijeron que también era una responsabilidad.
De repente, la nave fue envuelta por una luz familiar.
Mira y Leo se miraron, sabiendo lo que vendría.
En cuestión de segundos, la figura de Zharan, el guardián de la Nebulosa Eterna, apareció ante ellos una vez más, esta vez con una expresión de satisfacción y orgullo.
—Habéis hecho lo impensable —dijo Zharan, con voz serena—. Habéis derrotado la corrupción no con la fuerza física, sino con la comprensión y el equilibrio. Os habéis convertido en los verdaderos guardianes de la Fuerza.
—No hemos hecho más que lo correcto —respondió Mira—. Pero, ¿por qué nosotros? ¿Por qué fuimos elegidos para esta misión?
Zharan se quedó en silencio por un momento, como si considerara detenidamente su respuesta.
—Fuisteis elegidos no porque poseyerais el poder de la Fuerza, sino porque teníais el corazón para comprenderla. En el universo, muchos tienen la capacidad de usar la Fuerza, pero pocos tienen el valor de escucharla. Vosotros habéis demostrado que la Fuerza no es algo que se pueda imponer, sino algo que debemos equilibrar dentro de nosotros mismos.
Mira y Leo intercambiaron una mirada.
Las palabras de Zharan resonaban profundamente en ellos.
Habían pasado por un viaje que no solo cambió un planeta, sino que también les cambió a ellos.
—¿Y ahora qué? —preguntó Leo, con una sonrisa nerviosa—. ¿Nos convertimos en guardianes cósmicos? ¿Defensores de la galaxia?
Zharan sonrió bajo su máscara luminosa.
—El verdadero poder no reside en títulos ni en fama.
Lo que habéis aprendido en este viaje os acompañará por siempre.
La Fuerza os guiará, y cuando sea necesario, volverá a llamar a aquellos que están preparados.
Pero por ahora, vuestro destino está en vuestras manos.
La luz que rodeaba a Zharan comenzó a desvanecerse lentamente, y con ella, su figura se desintegró en el aire.
Antes de desaparecer por completo, dejó una última advertencia:
—Recordad siempre, pequeños guardianes: el equilibrio es frágil, pero quien lo respeta, tiene el poder de cambiar todo.
Cuando la figura de Zharan se desvaneció, el silencio regresó a la Ventura. Leo miró a Mira y, con una risa ligera, dijo:
—Bueno, parece que tendremos algo interesante que contarle a nuestros padres cuando volvamos.
Mira, con una sonrisa amplia, asintió.
—Sí, pero quizá dejemos fuera la parte en la que enfrentamos a un antiguo guardián oscuro —bromeó ella.
Ambos rieron, sintiendo un alivio profundo tras la intensa aventura que habían vivido.
Sabían que su viaje a Axor había sido solo el comienzo.
Habían descubierto que el poder verdadero no radicaba en la lucha, sino en la sabiduría, en la humildad y en la capacidad de escuchar a la Fuerza que vivía en todo ser del universo.
Moraleja del cuento «El poder de la fuerza y el misterio de la nebulosa eterna»
El poder de la Fuerza, como cualquier poder en la vida, no está en quién lo controla, sino en cómo se usa.
No se trata de dominar o de vencer a los demás, sino de comprender el equilibrio, de escuchar antes de actuar y de actuar con sabiduría y humildad.
Quien busca el poder por ambición solo encontrará vacío, pero quien respeta la armonía del universo, encontrará la verdadera fuerza dentro de sí mismo.
Abraham Cuentacuentos.
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