El pollito curioso y el secreto del árbol que hablaba en el claro del bosque
Había una vez, en una granja rodeada de colinas verdes y flores silvestres, un pollito llamado Pedrito. Pedrito era un pollito amarillo con plumas suaves como el algodón y ojos brillantes llenos de curiosidad. Desde que salió del cascarón, se distinguía de sus hermanos porque siempre se aventuraba más allá del corral, buscando descubrir los secretos del mundo que le rodeaba.
Una cálida mañana de primavera, mientras los demás pollitos picoteaban el suelo en busca de granos, Pedrito se aventuró cerca del límite del bosque. Su madre, una gallina llamada Clara, le llamó desde lejos: «¡Pedrito, no te alejes demasiado!» Pero el pequeño pollito, impulsado por su insaciable curiosidad, apenas le prestó atención. «Sólo un poco más», se dijo a sí mismo, mientras cruzaba el límite donde la granja se convertía en bosque.
Adentrándose en el bosque, Pedrito se maravilló con los árboles altos y las hojas verdes que susurraban al viento. De repente, escuchó un sonido curioso. Era como un susurro, pero no provenía de ningún animal que él conociera. Intrigado, siguió el sonido hasta llegar a un claro bañado por la luz del sol, donde un viejo y robusto roble se alzaba majestuoso.
«¡Hola, joven aventurero!», una voz profunda resonó alrededor del claro. Pedrito, sorprendido, miró a su alrededor pero no vio a nadie. «Aquí abajo», dijo la voz. Para su asombro, Pedrito se percató de que era el roble quien le estaba hablando. «¿Quién eres?», murmuró el pollito temeroso pero fascinado. «Soy Don Roble, el guardián de este bosque», respondió el árbol con una sonrisa en su corteza.
Pedrito no podía creerlo. ¡Un árbol que hablaba! Decidió sentarse a los pies de Don Roble y escuchar su historia. El árbol le contó sobre las estaciones que había visto pasar, sobre los animales que buscaban refugio en sus ramas y sobre los secretos más profundos del bosque. «Pero hay un secreto que jamás he compartido con nadie», confesó Don Roble, inclinándose un poco más hacia el pollito. «¿Te gustaría saberlo, pequeño Pedrito?»
«¡Por supuesto!», exclamó Pedrito con los ojos brillando de expectación. Don Roble le contó entonces sobre un antiguo tesoro enterrado en algún lugar del bosque, un tesoro prometido por una antigua hechicera para aquel que tuviera el corazón puro y el valor suficiente para encontrarlo. «Dicen que quien encuentre el tesoro, conocerá la verdadera paz y felicidad», concluyó Don Roble.
No pasó mucho tiempo antes de que Pedrito se viera acompañado en su búsqueda por varios animales del bosque. Conoció a Marta la ardilla, quien tenía una agilidad sin igual para moverse entre los árboles, y a Benito el conejo, un veloz saltarín con un olfato inigualable. Juntos, formaron un equipo imbatible cuyo propósito era encontrar el tesoro secreto del bosque.
La búsqueda se volvió una aventura emocionante. Se enfrentaron a desafíos y acertijos, cada uno más complicado y misterioso que el anterior. Una tarde, mientras exploraban una cueva oculta bajo una cascada, se encontraron con un misterioso búho llamado Severino. «He oído sus pasos», dijo Severino, «y sé que buscáis el tesoro del bosque. Puedo ayudaros, pero debéis demostrarme vuestra valentía.»
Decididos a probar que eran dignos, Marta, Benito y Pedrito se enfrentaron a diversas pruebas de ingenio y de valor. Al demostrar su valía, Severino les reveló la última pista: el tesoro se encontraba enterrado bajo una roca en el centro del bosque, pero sólo quien demostrara un verdadero acto de bondad podría descubrirlo.
Mientras más se adentraban en el bosque, más se daban cuenta de que no era el tesoro lo que realmente importaba, sino los lazos de amistad que habían forjado. Sin embargo, una preocupación constante permanecía en la mente de Pedrito: su madre, Clara, debía estar preocupada. Decidió que debía regresar a la granja pronto.
Al llegar al supuesto lugar del tesoro, encontraron una gran roca en el medio de una pequeña colina. Pedrito, con el corazón latiendo fuerte, se inclinó para mover la roca, pero no lograba moverla solo. Todos se unieron, uniendo fuerzas para mover la roca, pero era demasiado pesada. En ese momento, una paloma herida cayó del cielo, incapaz de volar.
Pedrito, impulsado por su bondad, sugirió cuidar a la paloma antes de seguir con su búsqueda. Marta trajo nueces y semillas, Benito buscó hierbas curativas, y juntos, con mucho cuidado, atendieron a la paloma. Al anochecer, la paloma se recuperó y agradecida, les hizo una revelación inesperada: «El verdadero tesoro no es un objeto perdido, es el amor y la amistad que habéis demostrado. Esa es la verdadera paz y felicidad.»
En ese momento, Pedrito y sus amigos comprendieron que habían encontrado el tesoro más valioso de todos. Ya no importaba la promesa de oro o joyas, pues habían descubierto el verdadero significado de la bondad y la amistad. La roca misteriosa se movió por sí sola, revelando a su paso un reflejo dorado: un pequeño medallón con un grabado antiguo que decía «Paz y Amor».
Con el corazón lleno de alegría, Pedrito y sus amigos regresaron a la granja. Clara los recibió con lagrimas en los ojos y abrazó fuertemente a su pequeño pollito. «Gracias a ti, Pedrito, he aprendido la lección del amor y la bondad», le dijo mientras secaba sus lágrimas. «Estoy muy orgullosa de ti».
A partir de ese día, Pedrito y sus amigos siguieron explorando, pero siempre recordaban el verdadero tesoro que habían encontrado. El bosque nunca más fue el mismo, ya que la historia de Pedrito y sus amigos se convirtió en leyenda, recordada por generaciones de habitantes del bosque.
Pedrito, ya crecido y más sabio, nunca olvidó a Don Roble ni las lecciones aprendidas. Su vida estuvo llena de aventuras y momentos felices, rodeado siempre de aquellos que le querían de verdad. Sabía que la verdadera paz y felicidad se encontraba en los corazones de aquellos que eran generosos y auténticos.
Y así, el pequeño pollito curioso vivió una vida plena, dejando una huella indeleble en el corazón de todos aquellos que conocieron su historia.
Moraleja del cuento «El pollito curioso y el secreto del árbol que hablaba en el claro del bosque»
La verdadera riqueza no se encuentra en los objetos materiales, sino en los actos de amor, bondad y amistad genuina. Pedrito nos enseñó que al enfrentar desafíos con valentía y al cuidar de los demás, encontramos el más preciado tesoro: la paz y la felicidad en nuestros corazones.