El pollito músico y el festival de las melodías en el prado encantado

El pollito músico y el festival de las melodías en el prado encantado

El pollito músico y el festival de las melodías en el prado encantado

Había una vez, en un prado mágico y encantado, un joven pollito llamado Pablo. Pablo no era un pollito cualquiera; desde que salió del cascarón, supo que la música corría por sus venas amarillas y suaves como las del sol naciente. Con su plumaje dorado y esponjoso, y unos ojos vivaces y chispeantes, Pablo soñaba con tocar melodías que llenaran de alegría el corazón de cualquier ser viviente.

El prado donde vivía Pablo era un lugar vibrante de luz y color. Las flores danzaban al ritmo del viento, y los árboles susurraban secretos ancestrales. Aquí habitaban criaturas de toda índole: desde mariposas de alas luminiscentes hasta ciervos de cuernos dorados que parecían sacados de una leyenda. Sin embargo, el corazón musical de Pablo le permitía ver más allá de lo evidente; escuchaba el latido armonioso del prado, y anhelaba ser parte de esa sinfonía natural.

Todos los días, al alba, Pablo se levantaba dispuesto a practicar con su pequeño violín, que había sido construido meticulosamente por su abuelo pollito con ramitas y resina de abeto. Con dedicación y pasión, Pablo aprendió a dominar cada cuerda, creando melodías que susurraban secretos y narraban historias en cada nota.

Un día, mientras tocaba su violín al lado de un lago cristalino, se le acercó una coneja llamada Clara. Clara, con su pelaje blanco como la nieve y sus orejas largas y esponjosas, era conocida en el prado por sus habilidades para el canto. Sin rodeos ni timidez, Clara le dijo: «He escuchado tu música, Pablo. Es sencillamente hermosa. ¿Nunca has pensado en tocar para todo el prado?»

Pablo, con su simpática sonrisa y el aire inocente de la juventud, respondió: «Siempre he querido tocar para todos, pero no sé si estoy listo». Clara, viendo la determinación pero también la inseguridad en los ojos de Pablo, le contestó: «El Festival de las Melodías en el Prado Encantado se acerca. Es la oportunidad perfecta para mostrarle al mundo lo que puedes hacer. ¡Tenemos que inscribirnos juntos!»

Con la ayuda de Clara y su confianza inquebrantable, Pablo comenzó a prepararse. No pasó mucho tiempo antes de que otros animales del prado se unieran a los ensayos. Estaba Felipe, el ratón de campo, que tocaba la flauta de caña, y María, la ardilla, que llevaba el ritmo con unas castañuelas hechas de bellotas. La banda musical aunaba esfuerzos y talento, haciendo surgir armonías que resonaban en las colinas lejanas y hacían eco en los corazones de quienes escuchaban.

Una tarde, mientras ensayaban cerca del gran roble, el sabio búho Ernesto, un ave de plumaje gris y ojos penetrantes, se posó en una rama y dijo con voz profunda: «Habéis trabajado con esfuerzo y dedicación, pero recordar, pequeños músicos, la verdadera magia de la música reside en el corazón. Sentir lo que tocáis y transmitirlo a quienes os escuchan hará la diferencia.»

Inspirados por las palabras de Ernesto, los músicos decidieron poner aún más sentimiento en cada ensayo. Así, poco a poco, se fusionaron en un solo ente musical lleno de vida y emoción. Llegó el día del festival, y el prado entero se transformó en un centro lleno de luces y guirnaldas. Los animales se reunieron, cada uno deseoso de sentir la mágica resonancia de los instrumentos.

Cuando llegó su turno, Pablo y su banda subieron al escenario natural hecho de flores y hojas secas. El murmullo de la audiencia se desvaneció cuando las primeras notas del violín de Pablo comenzaron a resonar. Clara, con su voz clara como el agua de manantial, llenó el aire con dulces melodías. Felipe y María se unieron, creando un conjunto armonioso y envolvente.

Pero no todo iba a ser sencillo. En el clímax de su presentación, una tormenta inesperada comenzó a formarse en el cielo. Nubes negras y relámpagos amenazaron con interrumpir la música. El miedo se apoderó del grupo, pero Pablo, con una fuerza interior inusitada, tocó una melodía tan poderosa que las nubes parecieron calmarse. Clara, inspirada, elevó su canto, y juntos lograron que la tormenta se disipara. El público, asombrado por tal hazaña, estalló en aplausos y vítores.

Tras la presentación, los animales del prado se acercaron a felicitarlos. Entre ellos, el zorro Raúl, conocido por ser exigente y crítico, les dijo: «Habéis demostrado que la música puede conectar nuestros corazones. Hoy aquí, he visto verdadero arte. ¡Felicidades, músicos del prado!»

Con el festival concluido y el crepúsculo tiñendo el cielo de un suave color anaranjado, Pablo y sus amigos se sentaron bajo el roble. El sabio búho Ernesto se acercó de nuevo y les dijo: «Habéis aprendido una valiosa lección. La música verdadera proviene del alma, y hoy habéis tocado el alma de todos los presentes.»

Pablo, con lágrimas de emoción en los ojos, abrazó a sus amigos y dijo: «Gracias a todos por creer en mi sueño. Juntos, hemos creado algo mágico.» Clara, sonriendo, respondió: «Esto es solo el comienzo, Pablo. ¡El prado nos aguarda con muchas más melodías por descubrir!»

Y así, con la promesa de muchos más festivales y melodías por venir, los amigos músicos se quedaron contemplando las estrellas, sabiendo que habían encontrado su lugar y que su música seguiría resonando en los corazones del prado encantado, llevando alegría y unión a todos sus habitantes.

Moraleja del cuento «El pollito músico y el festival de las melodías en el prado encantado»

La verdadera magia de la música y de cualquier arte reside en la pasión y el corazón que ponemos en ella. Cuando nos atrevemos a compartir nuestros sueños y talentos con otros, podemos superar cualquier obstáculo y crear momentos inolvidables que conectan y alegran el alma de quienes nos rodean.

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