La gallina valiente y el rescate del pollito perdido en el prado

La gallina valiente y el rescate del pollito perdido en el prado

La gallina valiente y el rescate del pollito perdido en el prado

En un plácido rincón del campo, donde cada amanecer parecía un lienzo pintado con tonos dorados y ambarinos, vivía una comunidad de gallinas en una granja conocida como “El Refugio Dorado”. Lupita, una gallina de plumaje blanco y crestón rojo, era la líder indiscutible del corral. Poseía una mirada penetrante y un corazón noble. Conocida por su valentía y sabiduría, era respetada por todas las aves y animales que habitaban la granja.

Un día, en pleno verano, cuando el sol acariciaba la tierra con sus cálidos rayos, el cacareo alegre de los pollitos resonaba por todos los rincones del corral. Entre los pollitos más traviesos se encontraba Pedrito, un afanado pollito amarillo, siempre dispuesto a explorar más allá de los límites establecidos por las viejas gallinas.

La tarde avanzaba y, mientras las sombras se alargaban en el prado, Lupita notó que Pedrito no estaba con el grupo. Aguzó la vista y, sin lograr encontrarlo, su corazón comenzó a latir con preocupación. “¡Pedrito! ¡Pedrito!”, llamó insistentemente, pero el pollito no respondía.

Consultó con sus amigas gallinas, Marta y Clara, que eran sus compañeras más íntimas. “¿Lo has visto?”, preguntó Lupita con desasosiego. “No desde hace un buen rato”, respondió Marta, una gallina robusta de plumas marrones, mientras Clara, que solía ser la más perspicaz, agitaba la cabeza con nerviosismo.

“Tendremos que buscarlo”, dijo Lupita con decisión. “No puedo dejar ni a uno de mis pollitos en peligro”. Marta y Clara asintieron con determinación, y pronto todo el corral se organizó en una expedición de búsqueda. La luna comenzó a asomarse en el cielo, mientras las gallinas se dispersaban por el prado en diferentes direcciones, cacareando el nombre de Pedrito.

A medida que avanzaban, encontraron pistas reveladoras: pequeñas huellas de pollito que se dirigían hacia el bosque adyacente, un lugar poco visitado debido a los peligros que acechaban entre sus sombras. Lupita marcó el camino con piedras pequeñas, asegurándose de que sus compañeras pudieran seguirla sin problemas.

En las profundidades del bosque, la oscuridad era casi total. Lupita avanzaba con pasos cautelosos, sus ojos se acostumbraban lentamente a la penumbra. De repente, un sonido suave llegó a sus oídos. Era un débil piar, inconfundible por su tono agudo. “¡Pedrito!”, exclamó Lupita y se apresuró hacia el origen del sonido.

Allí, oculto entre los matorrales, estaba Pedrito, tembloroso y asustado. “¡Lupita!”, gritó el pequeño, corriendo hacia ella con lágrimas en sus ojitos oscuros. Lupita lo cubrió con sus alas protectoras, llevándolo debajo de su plumaje cálido. “Tranquilo, Pedrito. Ya estamos aquí”, susurró tiernamente.

Justo en ese momento, escucharon un ruido que hizo que los corazones de Lupita y Pedrito se aceleraran. Unos ojos brillantes y voraces se asomaban desde las sombras. Era un zorro, astuto y feroz, que había seguido el rastro del pequeño pollito.

“No te muevas, Pedrito. Quédate junto a mí”, dijo Lupita con firmeza. Sabía que tenía que pensar rápido para proteger a Pedrito. Empezó a emitir un sonido fuerte, casi como un trompeta, intentando llamar la atención de Marta, Clara y las demás gallinas.

Las demás gallinas llegaron en un abrir y cerrar de ojos. Marta, con su gran tamaño, y Clara, con su rapidez y agilidad, se colocaron junto a Lupita en una formación defensiva. Lo que sucedió después fue sorprendente: todas las gallinas, en perfecta sincronía, comenzaron a cacarear y a extender sus alas, intentando parecer más grandes y amenazadoras.

El zorro, desconcertado ante la reacción de un grupo organizado tan numeroso, empezó a retroceder. Las gallinas, lideradas por Lupita, avanzaron con determinación, haciendo retroceder al depredador hasta que finalmente huyó despavorido entre los árboles.

“¡Lo hemos logrado!”, exclamó Clara eufórica. “Estamos a salvo”. Marta abrazó a Lupita con sus alas, y Pedrito, todavía tembloroso, se acurrucó junto a su valiente salvadora.

El grupo regresó al corral bajo la luz de la luna, que ahora brillaba con una pureza serena, iluminando su sendero de vuelta a casa. Todos los animales de la granja los recibieron con alegría y admiración, felicitando a Lupita por su coraje y aplaudiendo la valentía colectiva del grupo de gallinas.

Desde entonces, el corral del Refugio Dorado fue conocido no solo por su armonía y paz, sino también por la valentía y el espíritu de comunidad que demostraron sus habitantes. Pedrito, por su parte, aprendió la importancia de la precaución y a nunca subestimar el valor del trabajo en equipo.

Las noches en el refugio siempre terminaban con historias narradas por Lupita, recordando las hazañas de aquella noche y enseñando a los más jóvenes que la unión y la valentía podían superar cualquier obstáculo. Y así, bajo las estrellas del campo, vivían felices y en armonía, sabiendo que siempre estarían allí, dispuestos a protegerse y ayudarse mutuamente.

Moraleja del cuento “La gallina valiente y el rescate del pollito perdido en el prado”

No subestimes el poder de la valentía ni la fuerza de la unidad. En la adversidad, la verdadera fortaleza radica en el trabajo en equipo y la colaboración desinteresada. En el corazón de quienes actúan con coraje y solidaridad, siempre habrá un espacio para los finales felices y reconfortantes.

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