El pollito y la estrella fugaz que concedía deseos en la noche estrellada
En un apacible rincón del mundo, resguardado por altos robles y frescas praderas, vivía un diminuto pollito llamado Emilio. Emilio tenía un plumaje suave como la seda y sus ojitos eran dos puntos negros que siempre brillaban, reflejando su inagotable curiosidad por el mundo que lo rodeaba. Soñaba con aventuras, aunque su corta vida hasta ahora solo había conocido las pacíficas extensiones del gallinero de Doña Clara.
Una fresca noche de verano, Emilio se encontraba sentado en la entrada del gallinero, observando el cielo salpicado de estrellas. «Mamá», dijo con voz temblorosa de emoción, «¿alguna vez has visto una estrella fugaz?» Su madre, Clara, una gallina de noble estirpe con un plumaje color canela y ojos tranquilos, asintió lentamente.
«Sí, Emilio, una vez vi una hace muchos años. Se dice que conceden deseos a quien las ve cruzar el cielo. Aunque no es algo garantizado, pequeño», respondió Clara con una sonrisa cariñosa. Pero Emilio, lleno de ilusión, deseaba fervientemente ver una estrella fugaz y pedir un deseo.
Esa misma noche, mientras el resto del gallinero dormía, Emilio se deslizó cuidadosamente fuera de su nido y se aventuró hacia la colina cercana, donde podría tener una mejor vista del cielo. Al llegar a la cima, se tumbó sobre la suave hierba, sus ojitos fijados en las estrellas. El viento susurraba a su alrededor, llenando el aire de una mágica expectación.
De repente, un destello cruzó el cielo nocturno. Emilio contuvo el aliento. «¡Es una estrella fugaz!», pensó excitado. Cerró sus ojos y con toda la fuerza de su corazón, deseó ser grande y fuerte, capaz de proteger a sus amigos y explorar más allá del gallinero.
Los días siguientes transcurrieron sin incidentes, hasta que una tarde, mientras Emilio exploraba la orilla del bosque, escuchó un gemido suave. Siguiendo el sonido, descubrió a un ratoncito atrapado en un espino. «¡Ayúdame, por favor!», suplicó el ratoncito.
Emilio sin pensarlo dos veces usó su pequeño pico y sus alas todavía frágiles para liberar al ratón. «Gracias, ¡muchas gracias!» suspiró el ratoncito. «Me llamo Ramón, ¿cómo te llamas tú?»
«Soy Emilio», respondió el pollito, feliz de haber ayudado. Desde entonces, Emilio y Ramón se convirtieron en grandes amigos. Ramón, un ratón siempre inquieto y curioso, le mostró a Emilio atajos y secretos del bosque que nunca habría imaginado.
El tiempo pasó y Emilio creció, no solo en tamaño sino también en valentía y sabiduría. Un día, mientras paseaban juntos, encontraron a una conejita llamada Lucía llorando desconsolada. «Mi madriguera está inundada y no sé dónde podré vivir ahora», sollozó.
Emilio, recordando el deseo que pidió aquella noche, sintió una fuerza interior que lo instaba a ayudar. Junto con Ramón, trabajaron sin descanso para cavar una nueva madriguera arriba de la colina, un lugar seguro y seco. «Gracias, Emilio», dijo Lucía con lágrimas de gratitude.
La fama del intrépido pollito se esparció por el bosque y pronto todos los animales acudían a él en busca de ayuda o consejo. Pasó el tiempo y Emilio ya no era aquel pollito frágil y menudo; ahora, su plumaje dorado brillaba al sol y su voz transmitía una serenidad que inspiraba confianza.
Una noche, en la cima de la colina, Emilio se encontraba reflexionando sobre todas sus aventuras. Recordaba cómo todo comenzó con aquel deseo tan fervoroso. Y como si el cielo mismo quisiera darle una respuesta, una estrella fugaz cruzó el firmamento. Ramón, que estaba a su lado, lo miró y dijo, «¿Qué desearás esta vez, Emilio?»
Emilio sonrió y respondió, «Nada para mí. Solo deseo que todos nosotros podamos vivir felices y en armonía.» En ese momento, Clara se unió a ellos en la colina. «Estoy muy orgullosa de ti, hijo mío,» dijo con una sonrisa cálida.
Desde entonces, Emilio, Ramón y Lucía vivieron muchas más aventuras juntos, siempre ayudando a quienes lo necesitaban y enseñando que con amistad y valentía, cualquier sueño se puede hacer realidad. La vida en el bosque se tornó aún más mágica y unida, gracias al pequeño pollito que una vez creyó en una estrella fugaz.
Moraleja del cuento «El pollito y la estrella fugaz que concedía deseos en la noche estrellada»
Nunca debemos subestimar el poder de un deseo sincero ni el valor de la amistad y la valentía. Incluso las criaturas más pequeñas pueden tener un gran impacto en el mundo, y al ayudar a otros, encontramos nuestra verdadera fortaleza y propósito. Así como Emilio, tenemos la capacidad de transformar nuestras vidas y las de quienes nos rodean, guiados por la luz de nuestros sueños y el brillo de las estrellas.