El reflejo de nuestra historia en el cristal del tiempo olvidado
En un remoto valle, cuyas montañas circundantes susurraban secretos ancestrales al oído del viento, una pequeña cabaña se encontraba en armoniosa simbiosis con la naturaleza.
La luz del amanecer embellecía sus maderas y la melancolía del atardecer invitaba a la introspección.
De este escenario partían la marcha de dos almas unidas, Leandra y Elric, amantes cuyo amor se asemejaba al caudal de un río: poderoso, constante y refrescante.
Leandra, con ojos esmeralda y cabellos de melaza, era tan sabia como el más antiguo de los cedros y su voz, la dulce melodía que podía calmar hasta la más fiera de las tormentas.
Su compañero, Elric, hombre de mirada firme y tez bañada por el sol, poseía una resolución inquebrantable y un corazón cálido como el abrazo del fuego hogareño.
Juntos, decidieron encarar el secreto que yacía en las entrañas de aquel valle: el mítico Cristal del Tiempo Olvidado.
Una noche adornada por un cielo repleto de estrellas titilantes, la pareja compartía sus reflexiones junto al crepitar de la leña.
«¿Crees que las historias del cristal son ciertas?», inquirió Elric con una mezcla de duda y fascinación.
«Las leyendas cobran vida cuando las almas audaces se atreven a explorarlas», respondió Leandra con una sonrisa que prometía aventuras, «Debemos partir al alba, el destino no aguarda.»
Así comenzó una travesía que conduciría a los amantes a través de prados susurrantes y arroyos murmurantes que hablaban de un tiempo donde todo era posible.
Se encontraron con criaturas tan antiguas como el mundo mismo, algunas amistosas y otras reacias a compartir su hogar.
En la primera jornada, una lluvia de meteoritos cayó con un brillo resplandeciente, como si el cielo les enviara señales de que estaban en el camino correcto.
En esos momentos de asombro, Leandra susurró palabras de agradecimiento a las estrellas.
«La belleza efímera nos recuerda que debemos apreciar cada instante», reflexionó. Elric, embelesado por su sabiduría, tomó su mano y prometió que, independientemente del desenlace, su viaje juntos ya era una recompensa incomparable.
Una mañana, al cruzar un prado en flor, un enjambre de mariposas danzantes los rodeó, llevados por el viento que parecía susurrarles rutas y consejos.
«¿Qué misterios nos contarán hoy, amadas guardianas del aire?», preguntó Elric divertido a las criaturas aladas.
Leandra, con su conocimiento de los lenguajes de la naturaleza, interpretó la danza y habló en susurros que solo el aire comprendería.
«Ellas nos guían, amor mío, a través de valles y montañas, hacia donde el tiempo y el amor se cruzan,» dijo con entusiasmo mientras seguían al enjambre.
Cada encuentro con los seres del valle tejía una trama más compleja en la epopeya de nuestros amantes.
En uno de los muchos ríos que cruzarían, tuvieron que desvelar los caprichosos acertijos de un Naiade celoso, protector de sus aguas cristalinas.
«Solo aquellos que respeten mi torrente podrán beber de mi sabiduría,» dictaminó la criatura, con ojos como pozos profundos de pura corriente.
Elric, resuelto a ganarse el favor del ser acuático, declaró con voz serena: «No buscamos perturbar tu trono líquido, mas anhelamos conocer los secretos que tus aguas susurran.»
La respuesta satisfizo al Naiade, quien les permitió cruzar y además les obsequió una perla que reflejaba toda la paleta de un atardecer.
Días de sol y noches de misterio los llevaron hasta las profundidades de un bosque donde los árboles hablaban entre ellos con el crujir de sus ramas. Un anciano lobo, de pelaje plateado como la luna, se les cruzó en el sendero. «Soy el guardián de estas sombras danzantes, ¿qué búsqueda os trae a mi dominio?», preguntó con una voz que resonaba como un antiguo eco.
Leandra, con un respeto nato hacia la criatura, le explicó su misión con elocuencia.
«Buscamos el Cristal del Tiempo, para comprender las historias tejidas por los hilos del destino», declaró con la certeza de quien conoce su camino.
El lobo, movido por la sinceridad de su propósito, ofreció su acompañamiento. «Os guiaré a través del laberinto verde hasta la cuna del cristal, pues su reflejo es el espejo del alma», sentenció el can más sabio. La confianza de Leandra y Elric crecía con cada ser que se unía a su aventura, sentían que la naturaleza misma los apoyaba en su búsqueda.
Finalmente, tras incontables amaneceres y ocasos, la pareja y sus inesperados aliados se adentraron en una caverna cuya entrada estaba custodiada por dos gigantescos dragones cuyas escamas reflejaban los colores del amanecer.
«Para descender al santuario del cristal, deberán demostrar la fortaleza de su vínculo,» rugieron los seres alados.
Elric y Leandra se tomaron de las manos y mirándose fijamente a los ojos, narraron las aventuras vividas y las pruebas superadas juntos.
Sus palabras, impregnadas de amor y confianza mutua, conmovieron a los dragones quienes, asintiendo con solemnidad, les abrieron paso hacia la morada del Cristal del Tiempo Olvidado.
El sanctasanctórum reveló una estancia iluminada por un suave resplandor que emanaba del cristal, suspendido en el centro del recinto como el corazón pulsante del mundo.
Al acercarse, el cristal comenzó a proyectar historias, algunas conocidas y otras olvidadas, fluían como ríos entrelazados en un océano de memoria colectiva.
Leandra, con lágrimas de comprensión, susurró: «Es el reflejo de nuestra historia y todas las que han sido y serán. Somos parte de algo más grande, nuestro amor es eterno, como el tiempo mismo.»
Elric, conmovido por la magnitud del descubrimiento, comprendió que su amor había sido fortalecido por el viaje, que cada desafío los había acercado más a la esencia misma del cosmos.
Juntos, entrelazaron sus destinos al flujo vivo del tiempo y se prometieron que su amor sería un faro para las futuras generaciones que alguna vez buscaran el mismo cristal.
Regresaron al valle no solo como amantes sino como portadores de sabiduría ancestral y fueron recibidos con honores por todas las criaturas que alguna vez dudaron de su determinación.
La perla del Naiade ahora colgaba sobre su hogar, brillando con el fulgor de mil soles ponientes y sirviendo como testigo silencioso de su odisea.
La pareja envejeció, pero su historia se mantuvo fresca en los cantos de los pájaros y el susurro de los vientos, una leyenda viva que inspiraba a los enamorados de todas partes a buscar la verdad en sus propios reflejos dentro del cristal del tiempo olvidado.
Moraleja del cuento «El reflejo de nuestra historia en el cristal del tiempo olvidado»
Porque, al final, cada paso dado y cada palabra compartida construyen la historia de un amor que desafía el tiempo, y solo a través de la valentía de conocer y aceptar nuestra historia, podemos encontrar el verdadero significado del amor eterno.
Así, la verdadera sabiduría no reside en la eternidad de los objetos, sino en la inmortalidad de los recuerdos y los afectos que construimos y atesoramos juntos.
Abraham Cuentacuentos.