Cuento de Navidad: El reloj que contaba atrás

Cuento de Navidad: El reloj que contaba atrás 1

El reloj que contaba atrás

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Era la víspera de Nochebuena en el pequeño pueblo de Velhorne, cubierto por un manto de nieve que amortiguaba los pasos apresurados de sus habitantes.

En una angosta callejuela, la tienda de antigüedades de Don Gustav, con sus vidrieras empañadas, resguardaba en su corazón un sinfín de reliquias; entre ellas, un reloj peculiar que parecía contar el tiempo hacia atrás.

Don Gustav, un anciano de barba canosa y mirada penetrante, detentaba un carácter austero pero justo.

Observaba desde el fondo de la tienda como una niña, de ojillos vivarachos y pelo trenzado en dos, se detenía frente al escaparate, embelesada por el reloj de bronce.

«Mire, abuelo, ¡el reloj gira al revés!» exclamó la niña tirando de la manga del abrigo de Don Anselmo, su abuelo.

Don Anselmo, hombre de pocas palabras y corazón tierno, contempló la pieza con una sonrisa en el rostro.

«Quizá, solo quizá, ese reloj tenga la clave para entender la verdadera magia de la Navidad,» murmuró el anciano, y empujó la puerta de la tienda, cuyo timbre anunció su entrada.

Una serie de acontecimientos comenzaron a desplegarse: a cada hora que el reloj contaba atrás, un suceso agradable se materializaba en Velhorne.

El rostro de Don Gustav se ablandaba, las luces de la calle palpitaban con mayor brillantez y los lazos entre los aldeanos parecían estrecharse.

La primera hora trajo consigo el retorno de Martín, el pescador perdido en alta mar, a su hogar, donde lo esperaban su esposa e hijos.

El reencuentro fue emotivo, con lágrimas de felicidad y abrazos que parecían querer detener el tiempo.

Al son de la segunda hora, la taverna de ‘El Ciervo Rojo’ se convirtió en refugio de viajeros que compartieron historias y canciones junto al fuego, olvidando sus penurias y disfrutando del calor humano.

Y así, con cada hora restante, Velhorne entero iba desempolvando momentos de generosidad y afección, donde los más necesitados recibían ayuda, los viejos amigos se reconciliaban y los niños disfrutaban de juguetes reparados por manos misteriosas.

Pero la verdadera magia ocurrió cuando el reloj marcó la última hora antes de la medianoche. Una luz dorada y tenue surgió de su esfera, iluminando cada rincón del pueblo.

Don Anselmo y su nieta, siendo parte del misterio, sintieron un calor en sus pechos; la pequeña se apretó contra su abuelo y observaban, boquiabiertos, como el tiempo parecía detenerse y los corazones de todos latían al unísono.

Los villancicos resonaron en las calles y las puertas de las casas se abrieron para compartir comidas y alegrías. Fue entonces cuando la voz del relojero rompió el encantamiento:

«Este reloj muestra que el tiempo más valioso es aquel que dedicamos a los demás, y al contar atrás, nos recuerda que podemos cambiar lo sucedido, no en el pasado, sino en los corazones de quien tocamos con nuestras acciones.»

La niña, con los ojos iluminados por la comprensión, abrazó a su abuelo y al relojero, y se prometió cultivar cada día el espíritu de esta revelación.

Con las campanas anunciando la Navidad, Velhorne se transformó en un escenario de amor y fraternidad, donde los habitantes, movidos por el reloj que contaba atrás, decidieron construir un futuro basado en dar sin esperar, sonreír sin motivo y abrazar sin pretexto.

El reloj, por fin, marcó la medianoche y su tic-tac volvió a su ritmo normal, pero su legado persistió.

Don Gustav ya no era un simple relojero, sino un guardián de momentos, Don Anselmo y su nieta se convirtieron en narradores de la historia más hermosa de Velhorne, y el pueblo, un lugar donde cada día se vivía como si fuera Navidad.

Las festividades continuaron, pero la presencia invisible del reloj que contaba atrás impregnó cada risa y cada gesto, recordándoles que el tiempo invertido en amor nunca es perdido, sino invertido en la eternidad misma.

Y así, mientras las estrellas titilaban en la inmensidad del cielo nocturno y la nieve seguía cayendo suavemente sobre el suelo, el pueblo de Velhorne y sus moradores se acostaron esa noche con un saber profundo y nuevo en sus corazones: la verdadera cuenta atrás no era hacia la extinción del tiempo, sino hacia la generación de un nuevo comienzo.

Moraleja del cuento El reloj que contaba atrás

La esencia de la vida no yace en la cantidad de segundos que pasan por el reloj, sino en la calidad de los momentos que batimos en el corazón del otro.

El reloj que cuenta atrás nos enseña que cada instante es una oportunidad para revertir el curso de la indiferencia, con actos de bondad y amor puro que perduran más allá del tiempo medible.

Abraham Cuentacuentos.

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