El saltamontes y la aventura en el campo de las maravillas

El saltamontes y la aventura en el campo de las maravillas

El saltamontes y la aventura en el campo de las maravillas

En un rincón apartado del vasto campo de las maravillas, bajo la sombra de un imponente roble, vivía un saltamontes llamado Felipe. Con sus patas fuertes y robustas, cubiertas de un verde esmeralda que relucía al sol, Felipe no era un saltamontes común. Tenía una curiosidad innata y un deseo insaciable de explorar cada rincón del maravilloso mundo que lo rodeaba.

Felipe tenía una habilidad especial: podía saltar más alto y más lejos que cualquiera de sus congéneres. Esta habilidad no solo lo hacía destacar, sino que también lo impulsaba a saciar su curiosidad, viajando a lugares que otros saltamontes nunca se hubieran atrevido a imaginar.

Una mañana, mientras el rocío aún brillaba sobre las hojas y los primeros rayos del sol iluminaban las flores del campo, Felipe se reunió con su mejor amiga, una mariposa llamada Laura, cuyas alas de un vibrante color zafiro contrastaban con el entorno verde. “Felipe, he escuchado rumores sobre un lugar mágico al otro lado del campo. Dicen que es un lugar donde los deseos se hacen realidad”, le dijo Laura emocionada.

Felipe, con los ojos brillando de emoción, respondió: “Laura, eso suena extraordinario. Debemos ir a ver con nuestros propios ojos si esos rumores son ciertos.”

Y así, decidido a descubrir la verdad, Felipe emprendió su viaje hacia lo desconocido, con Laura revoloteando a su lado. A lo largo de su travesía, se encontraron con una serie de personajes singulares que sumaron color y misterio a su aventura. El primer encuentro fue con un escarabajo llamado Roberto, quien estaba atrapado en una red de araña. Sus ojos reflejaban miedo y desesperación.

“¡Ayúdenme, por favor!”, suplicó Roberto, sus antenas temblorosas. Felipe, sin pensarlo dos veces, usó su agilidad para cortar la red y liberar al escarabajo.
“Gracias, valientes aventureros. Si alguna vez necesitan mi ayuda, no duden en buscarme. Sé mucho sobre los tesoros ocultos en este campo”, agradeció Roberto, antes de desaparecer entre la vegetación.

A medida que avanzaban, el paisaje se tornó más enigmático y fascinante, con flores de colores inimaginables y árboles que susurraban leyendas al viento. Al caer la tarde, Felipe y Laura encontraron refugio cerca de un arroyo cristalino. Al otro lado, un sapo llamado Sergio les observaba con curiosidad. “¿Qué os trae a esta parte del campo?”, preguntó, su voz grave pero amable.

“Estamos en busca del lugar mágico donde los deseos se hacen realidad”, respondió Felipe, decidido a no detenerse hasta lograr su objetivo.
Sergio rió entre dientes. “Lo que buscan está más cerca de lo que creen. Mañana seguiré con ustedes; mis ancestros conocen secretos que les serán útiles.”

Con Sergio como guía, la travesía tomó un rumbo mágico. Se adentraron en un bosque encantado, donde encontraron una anciana mariposa llamada Doña Rosa, conocida por sus sabias palabras y su conocimiento ancestral. Ella les contó sobre un portal escondido entre las flores de loto en el gran lago azul.

“Debéis tener fe y creer en la magia. El portal aparecerá solo ante aquellos de corazón puro y mente abierta”, dijo Doña Rosa, dándoles un frasco con polvo de estrellas para facilitar el camino.
Con renovadas fuerzas y ansias, Felipe, Laura y Sergio continuaron su búsqueda. Pero el trayecto no fue fácil. Algunos obstáculos, como un enjambre de abejas furiosas defendiendo su territorio, pusieron a prueba su valentía y determinación.

Una tarde, al atravesar un campo de margaritas, se encontraron con una cigarra llamada Violeta, quien estaba perdida y asustada. “¿Puedo unirme a ustedes? Estoy sola y no sé cómo volver a mi hogar”, rogó Violeta.
Felipe, siempre generoso, asintió. “Por supuesto, Violeta. Todo el mundo merece compañía y ayuda en tiempos de necesidad.”

Las noches pasaban y las estrellas brillaban como testigos de su periplo. Al fin, una noche, después de cruzar un desierto de arena dorada, llegaron al gran lago azul. El paisaje era tan bello que parecía sacado de un sueño. En el centro del lago, las flores de loto emanaban un resplandor misterioso.

“Debemos usar el polvo de estrellas como nos indicó Doña Rosa,” explicó Laura, abriendo el frasco con delicadeza. Juntos, dispersaron el polvo sobre las flores de loto, que empezaron a abrirse lentamente, revelando un arco iris brillante que se curvaba hasta formar un portal luminoso.

Con el corazón latiendo con fuerza, Felipe guió a sus amigos a través del portal. Al cruzarlo, se encontraron en un prado radiante, donde cada flor, cada brizna de hierba exudaba una magia propia. Una criatura magnífica, con apariencia de un ciervo dorado, se acercó a ellos.

“Soy el guardián de este lugar. Aquí, cada deseo sincero y puro puede hacerse realidad. ¿Cuál es vuestro deseo?”, preguntó con una voz melodiosa y profunda.
Felipe, maravillado por la belleza y serenidad del lugar, dijo: “Nuestro deseo es que cada habitante del campo de las maravillas tenga paz y felicidad, y que sus corazones se llenen con la misma magia que encontramos aquí.”

El guardián asintió con aprobación, y un destello de luz envolvió a Felipe y sus amigos, impregnando sus corazones con un sentimiento de amor y alegría infinita. Cuando volvieron al campo, todo parecía más brillante, más vivo y en harmonía. Los demás insectos sentían una paz nunca antes conocida.

Felipe, Laura, Sergio y Violeta habían traído de vuelta un pedazo del campo de las maravillas, y el cambio era latente en cada rincón. Los habitantes del campo se unieron como nunca antes, trabajando juntos y compartiendo la magia de ese lugar misterioso y especial.

Felipe, ahora más sabio y sereno, volvió a la sombra del gran roble, su hogar, sabiendo que su aventura había llevado no solo respuestas a sus preguntas, sino una bendición duradera para todos los que habitaban el campo de las maravillas.

Moraleja del cuento «El saltamontes y la aventura en el campo de las maravillas»

La verdadera magia reside en la pureza del corazón y en el deseo de compartir la felicidad con los demás. A veces, las aventuras más grandes no son para encontrar algo nuevo, sino para descubrir y apreciar lo que siempre ha estado alrededor de uno, transformando el mundo con amor y bondad.

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