El tigre solitario y el canto mágico de la luna llena
¡BOOM! Un estruendo sacudió la selva.
León, el tigre dorado de rayas negras y mirada de fuego, alzó la cabeza de golpe. Algo extraño estaba pasando.
Había crecido en la selva de Mahate, entre lianas y ríos cantarines, pero siempre había estado solo.
No porque no le gustara la compañía, sino porque, de alguna forma, todos parecían temerle.
Los monos le imitaban a la distancia con exagerados rugidos y saltaban de rama en rama cada vez que pasaba.
Los loros susurraban historias sobre su fuerza, pero nunca se acercaban lo suficiente para conocerlo de verdad.
Pero esa noche era diferente.
El cielo estaba más claro que nunca, la luna brillaba como un gran ojo plateado y, lo más extraño de todo, una canción flotaba en el aire.
No era un rugido, ni el canto de un pájaro.
Era un sonido mágico, dulce y misterioso, que parecía venir de las profundidades de la selva.
León sintió un escalofrío en la piel. Nunca había oído nada parecido.
—¡Eso no es normal! —murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño.
Intrigado, dio un paso adelante… y de repente, algo se movió entre los arbustos.
—¡AHHHH! —chilló una voz aguda.
León dio un salto hacia atrás, preparándose para defenderse, pero lo que salió de los arbustos no era ningún monstruo… era un pequeño mono con los ojos desorbitados y el pelaje erizado.
—¡Ayuda! ¡Algo está cantando en el bosque y da muuucho miedo! —gritó el mono, aferrándose a la cola de León.
—¡Suéltame, Bolita! —bufó León, sacudiendo la cola.
El mono, llamado Milo, temblaba como una hoja.
—¡Te juro que lo oí! ¡Primero fue un sonido suave, luego algo brilló en la oscuridad y después… PUF! Se me pusieron los pelos de punta.
León olfateó el aire.
Sí, había algo ahí fuera. Algo desconocido.
Y él iba a descubrirlo.
—Vamos, Milo —dijo con firmeza—. Vamos a averiguar qué está pasando.
—¿¡Nosotros!? —chilló Milo—. ¡Oh, no, no, no! Mejor que vaya alguien más… como, no sé… ¡los cocodrilos!
Pero León ya se había puesto en marcha.
—Si tienes tanto miedo, puedes quedarte aquí…
Milo miró a su alrededor, la selva parecía más oscura que nunca.
—¡Espera, espera! ¡Voy contigo! —dijo, corriendo tras él.
El encuentro con la curandera
La selva estaba silenciosa. Demasiado silenciosa.
León y Milo siguieron el misterioso sonido hasta llegar a un claro iluminado por la luna.
Allí, una mujer de largos cabellos negros cantaba con los ojos cerrados.
Era un canto hipnotizante, como si la selva entera respirara al ritmo de su voz.
Milo se escondió detrás de León.
—¡Te dije que esto era raro!
La mujer abrió los ojos y sonrió.
—Bienvenidos, viajeros —dijo con voz suave.
León entrecerró los ojos.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es Camila —respondió ella—. Soy una curandera de la selva.
Milo se asomó un poco más.
—¿Y qué es todo este canto mágico?
Camila sonrió y señaló la luna.
—Cada luna llena, la selva canta conmigo. Es un ritual antiguo. A través de la música, podemos escuchar los secretos de la naturaleza y sanar lo que está roto.
León sintió que algo se removía en su interior.
¿Podía la selva sanar su soledad?
Pero antes de que pudiera preguntar, un rugido interrumpió el momento.
El desafío del jaguar
Desde las sombras, un jaguar negro apareció con los ojos reluciendo como brasas.
—¡Así que este es el famoso ritual de la luna! —bufó el jaguar con desdén—. ¡Ridículo!
Camila lo miró con calma.
—Felipe, sabes que eres bienvenido…
—¡No quiero ser bienvenido! —gruñó el jaguar—. ¡Quiero ser el más fuerte! ¡Y si la luna tiene poder, entonces quiero ese poder para mí!
León dio un paso adelante.
—No puedes obligar a la selva a darte algo que no mereces.
Felipe soltó una carcajada.
—¿Y quién va a impedírmelo? ¿Tú?
Milo se encogió detrás de León.
—¡León, es enorme!
Pero León no retrocedió.
—La selva elige a quién escuchar. Y no escucha la ambición, sino el corazón.
El viento se alzó de repente.
Las hojas crujieron, la luna brilló más fuerte y la tierra tembló levemente.
Felipe miró a su alrededor con el ceño fruncido.
—¿Qué… qué está pasando?
Camila cerró los ojos y comenzó a cantar de nuevo.
Esta vez, el canto era diferente. Más profundo, más poderoso.
Las sombras alrededor de Felipe comenzaron a disiparse.
El jaguar, desconcertado, sintió que su enojo se esfumaba.
—No… no entiendo… —susurró.
León se acercó y, en lugar de rugirle, le tendió la pata.
—Tal vez lo que buscas no es poder —dijo—, sino algo que llene tu espíritu.
Felipe, después de un momento, aceptó la pata de León.
Milo soltó un suspiro de alivio.
—¡Uy, menos mal!
Camila sonrió.
—Parece que esta noche, la selva ha sanado más de un corazón.
El legado de la luna llena
Desde aquella noche, León, Milo, Felipe y Camila se convirtieron en los guardianes del ritual de la luna llena.
Los animales de la selva acudían a escuchar el canto y a compartir historias bajo la luz plateada.
Ya nadie temía a León, ni Felipe se sentía perdido.
Cada luna llena, la selva entera resonaba con un canto mágico, recordando a todos que la verdadera fuerza no estaba en la soledad ni en la ambición, sino en la unión y el entendimiento.
Moraleja del cuento «El tigre solitario y el canto mágico de la luna llena»
La selva nos enseña que la verdadera fortaleza no está en estar solos ni en querer ser los más poderosos, sino en compartir, aprender y ayudar a quienes nos rodean.
Cuando abrimos nuestro corazón, encontramos en los demás la luz que nos faltaba.
Abraham Cuentacuentos.