El último susurro de la bruja en la noche de Halloween
El viento aullaba como un lobo solitario mientras la luna, en su esplendor plateado, iluminaba el inquietante paisaje de la pequeña aldea de San Telmo. Aquella noche, la más esperada del año, los habitantes se preparaban para llevar a cabo las tradiciones de Halloween, pero en esa ocasión, algo diferente flotaba en el aire, algo casi palpablemente mágico. Una atmósfera de misterio envolvía la estancia, y una nube de intriga se cernía sobre el pueblo.
En la encrucijada más frecuentada, se encontraba la bulliciosa tienda de Doña Inés, famosa no solo por sus artilugios y chucherías de Halloween, sino por ser la morada de los secretos más profundos de la localidad. «¿Te imaginas lo que puede suceder esta noche?», preguntó Ana, una joven de largos cabellos oscuros y ojos chispeantes, mientras revisaba un frasco rebosante de caramelos de calabaza.
“Si tan solo supieras lo que planeo hacer esta vez,” contestó su amiga Lucía, una espíritu libre con una risa contagiosa, mientras ajustaba su sombrero de bruja. “He oído que la bruja del bosque vendrá esta noche. Dicen que aún le queda un último hechizo por lanzar…”
Anhelantes de aventuras, Ana y Lucía decidieron que era el momento perfecto para explorar lo desconocido. “¿Te imaginas si conseguimos verla? Tendremos la mejor historia para contar!” dijo Ana, mientras su mirada brillaba de emoción. “Nada podría ser más divertido.”
Así, petrificadas de emoción, se adentraron en el denso bosque que colindaba con el pueblo. Las sombras parecían cobrar vida, y el crujido de las hojas secas bajo sus pies resonaba como campanas en la penumbra. “¿Y si nos encontramos con ella?”, preguntó Lucía con un tono entre risas y timidez, “¿Qué le diríamos?”
“Algo ingenioso, seguramente,” respondió Ana mientras intentaba contener la risa, “quizá algo como:’Oh, gran bruja, ¿puedes, por favor, transformarnos en ranas tras un beso de príncipe?’” La risa de ambas resonó en la noche, un eco de alegría que aligeraba el aire denso.
Después de una caminata que pareció durar una eternidad, llegaron a un claro desgastado. En el centro, había un pozo antiguo cubierto de hiedra y sombras centenarias. “Este es el lugar,” murmuró Lucía, sus ojos grandes como platos. “Lo he oído en los cuentos: el pozo de los susurros de la bruja.”
“¿Susurros?”, preguntó Ana incrédula, mientras el viento parecía arrastrar una melodía lejana. “¿Qué clase de susurros?”
Lucía, con su siempre presente audacia, se acercó al borde del pozo y, al asomarse, un escalofrío recorrió su espalda. Lo que vio era tan oscuro que pareció tragar la luz de la luna. “Algo me dice que deberíamos hacer un deseo”, decía Lucía maquinando un plan divertido. “Vamos, a la de tres…”
“Una, dos…” Ana titubeó. “¿Y si resulta que no solo vemos a la bruja? ¡Tal vez acabemos intentando deshacer un hechizo!”
Pero tan pronto como lo dijeron, una ráfaga de viento más fuerte de lo normal sopló entre los árboles, trayendo consigo un susurro helado: “¡Deseos se cumplen, pero a un alto precio!”
Las dos amigas se miraron con miedo, la risa había desaparecido. “¿Oíste eso?” Ana respiró entrecortada. “No fue solo el viento.”
De repente, una figura emergió de la oscuridad del bosque. Una mujer de apariencia etérea, con una larga melena plateada y una capa de sombras danzantes. “Soy Merlina, la última bruja del bosque,” anunció con una voz que a la vez calma y temible. Sus ojos, como dos espejos, reflejaban las emociones más profundas de quienes estaban en su presencia.
“Nosotras solo queríamos saber si realmente existías,” balbuceó Ana, aunque su voz se ahogaba por el miedo. “No queríamos incomodarte.”
Merlina sonrió, pero su sonrisa no era del todo tranquila. “Los seres de su mundo son curiosos, los deseos son un poderoso veneno. ¿Qué desean? Pueden pedir un único deseo, pero recuerden: cada deseo tiene un precio.”
“Hmm,” empezaron Ana y Lucía, mirándose a los ojos. “Solo queremos un poco de magia.”
Merlina asintió con la cabeza. “Magia, hmm… ¿Qué tal si les muestro un pedazo del secreto de la vida, algo que nunca olvidarán?” Se giró hacia el pozo, agitó su mano y la superficie del agua comenzó a brillar, mostrando visiones de un mundo lleno de risas y aventuras.
“¿Estás lista para ver fragmentos de tu futuro?” preguntó, y al ver las caras llenas de expectación de las jóvenes, continuó, “Uno de ustedes puede experimentar la plataforma de la vida misma, una visión de sus anhelos más ocultos…”
“Por favor, yo quiero hacerlo”, dijo Lucía, casi sin poder contener su emoción. “Quiero verlo. Cuando los deseos están en juego, no podemos dejarlos escapar.”
“Ten cuidado con lo que pides, joven,” respondió Merlina, “porque lo hermoso a menudo oculta sombras.”
Lucía, confiada, se inclinó hacia el pozo. Y en ese momento, sus ojos se llenaron de imágenes de el viaje a lugares inimaginables, pero en cada viaje, un eco de tristeza aparecía casi instantáneamente. Volvió en sí, asustada. “Es…puede ser hermoso, pero hay un precio muy alto, ¿no es así?”
“Cada elección tiene una consecuencia y cada deseo, su destino,” ripostó Merlina mientras la luz del pozo comenzaba a desvanecerse. Lucía se quedó en silencio, aturdida por lo que había visto.
“¿Qué quieres, realmente?” preguntó Merlina, observando a las amigas con interés. “¿Tanta sed de aventura sin detenerse a pensar en lo que dejas atrás?”
“Queremos ser felices, vivir la vida de nuestras amigas,” respondió Ana impetuosamente. “No queremos brujas ni pociones, solo felicidad.”
Merlina sonrió de nuevo, esta vez con indulgencia. “A veces, la felicidad más pura es la que encontramos en casa, pero hace falta coraje para aferrarse a ella.” Se giró y con un movimiento fluido, hizo que las insidiosas visiones desaparecieran.
Las dos amigas comprendieron en aquel instante que lo que buscaban estaba en la simplicidad de compartir sueños, miedos y risas, la conexión con las personas que amaban. “¿Y entonces? ¿Cuál es nuestro deseo?” preguntó Lucía, iluminada por un repentino sentido de claridad.
“Queremos vivir nuestra vida plenamente y rodeadas de amor y alegría,” exclamaron juntas, el brillo de la luna iluminando sus rostros. Merlina asintió satisfecho.
“Entonces, que así sea. A veces, el hechizo más poderoso es el que nace de nuestro corazón.” Con un gesto, el bosque comenzó a transformarse, instantes efímeros de risas y recuerdos flotando en el aire, creando un presente lleno de posibilidades.
Las chicas se sintieron iluminadas por un nuevo sentido de propósito, contentas de estar juntas, dejando atrás el miedo y abrazando la magia de la amistad. Ya no les importaba el hechizo de Merlina porque estaban donde querían estar, listas para enfrentar el futuro, sin necesidad de hechizos ni visiones.
Moraleja del cuento «El último susurro de la bruja en la noche de Halloween»
La verdadera magia no reside en los deseos cumplidos o en los hechizos lanzados, sino en valorarnos y abrazar la vida tal como es, rodeados de quienes amamos. La felicidad, después de todo, es un estado interno y no un destino a alcanzar, sino una aventura que se teje en la conexión con nuestro mundo y nuestras relaciones.