La biblioteca olvidada y el libro que nunca debía abrirse

La biblioteca olvidada y el libro que nunca debía abrirse

La biblioteca olvidada y el libro que nunca debía abrirse

En el pequeño pueblo de San Martín de los Andes, existía una biblioteca vieja y polvorienta, conocida por todos como la biblioteca olvidada. Los vecinos hablaban de ella con cierta reverencia y miedo, como si al mencionarla atrajeran a su vida alguna oscura maldición. Los niños, en particular, temían acercarse debido a las leyendas que habían escuchado sobre sus extraños libros y su guardián, el señor Esteban.

El señor Esteban era un hombre mayor de rostro arrugado y ojos penetrantes, que solía vestir un abrigo largo y oscuro, y una bufanda gris que siempre colgaba desordenada de su cuello. Nadie sabía mucho sobre su vida, solo que siempre había estado en la biblioteca, cuidando de sus libros con un celo casi sobrenatural. Nuestra historia comienza una tarde fría y nublada, en que los hermanos Carolina y Diego decidieron aventurarse en la biblioteca olvidada.

«¿Estás segura de que deberíamos hacer esto?» preguntó Diego, mirando la imponente puerta de madera que los separaba de la biblioteca.

«Claro que sí,» respondió Carolina con una sonrisa juguetona. «Solo echaremos un vistazo rápido, no tiene por qué pasar nada raro.»

Contra su mejor juicio, Diego siguió a su hermana mayor hasta la entrada. Al abrir la puerta, un galeón de polvo se elevó en el aire, haciendo que ambos hermanos estornudaran. Dentro, la biblioteca era un vasto laberinto de estanterías cubiertas de gruesas capas de olvido.

«Aquí hay algo más que libros,» murmuró Carolina, inspeccionando las sombras que parecían moverse ligeramente con cada paso.

Los hermanos vagaron entre los pasillos, observando con fascinación y temor los antiguos volúmenes dispuestos de forma desordenada. Fue en una esquina particularmente oscura donde encontraron un libro diferente a todos los demás. Era un libro enorme, cubierto con cuero negro y remaches de metal que parecían cerrarlo firmemente.

«Este debe ser el libro del que hablaban en las historias,» susurró Diego, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

Carolina, siempre valiente, extendió la mano hacia el libro. «Vamos a ver qué tiene de especial,» dijo, decidida a desentrañar el misterio. Justo cuando sus dedos rozaron la cubierta, una voz grave y antigua resonó detrás de ellos.

«Ese libro no debe ser abierto.» Los hermanos se giraron rápidamente, encontrando al señor Esteban mirándolos con severidad.

«¡Lo siento, nosotros solo queríamos explorar!» exclamó Carolina, dando un paso atrás.

El rostro del señor Esteban se suavizó un poco, pero su mirada seguía siendo intensa. «Ese libro contiene secretos que podrían alterar tu vida para siempre,» explicó. «No es un juguete. Deben marcharse ahora mismo.»

Sin más opción, los hermanos se dirigieron a la salida, pero una curiosidad insaciable comenzó a crecer en Caroline. Esa noche, en la cama, no lograba dejar de pensar en qué secretos contenía aquel libro prohibido.

La siguiente noche, cuando todos en la casa dormían, Carolina despertó a Diego. «Debemos volver y abrir ese libro,» dijo con los ojos iluminados por la emoción. A regañadientes, Diego aceptó acompañarla. Llevando linternas para no ser detectados, regresaron a la biblioteca olvidada.

Desafortunadamente, al abrir el libro, desataron una serie de catástrofes inesperadas. Dentro del libro había dibujos de criaturas espeluznantes que empezaron a cobrar vida. Sombras aladas, monstruos con ojos brillantes y garras afiladas comenzaron a salir de las páginas como si hubieran esperado siglos por ese momento.

«¿Qué hemos hecho?» gritó Diego, tratando de alejar a una figura espectral que volaba hacia ellos.

El pánico atrapó a ambos hermanos, pero Carolina, reconociendo su responsabilidad, buscó una solución mientras más criaturas emergían. «Debemos detener esto,» dijo desesperada. «Debe haber algún modo de sellar de nuevo el libro.»

En su frenesí por buscar una solución, encontraron un viejo pergamino enrollado en los confines del enorme libro. En él, había instrucciones para revertir el conjuro y devolver a las criaturas a su reclusión.

El señor Esteban, habiéndose percatado del caos que ocurría en su biblioteca, llegó justo cuando los hermanos estaban leyendo el pergamino. «¡Rápido, leedlo en voz alta!» ordenó.

Carolina y Diego, a pesar del miedo y la confusión, siguieron las instrucciones. Entre murmullos y gritos que se mezclaban con el creciente estruendo, lograron pronunciar cada palabra maldita. Poco a poco, las criaturas comenzaron a ser absorbidas de regreso al libro.

Finalmente, cuando la última sombra desapareció en las páginas, el libro se cerró con un temblorante sonido metálico. Exhaustos, los hermanos cayeron al suelo mientras el señor Esteban los miraba con una mezcla de alivio y reproche.

«Han sido muy valientes, pero esta no es una valentía que deban buscar,» les dijo, ayudándolos a levantarse. «No todos los misterios están hechos para ser resueltos.»

Carolina, recuperando el aliento, asintió. «Lo sentimos mucho, no entendimos el peligro que corríamos,» dijo con sinceridad.

«Lo importante es que todos estamos bien,» añadió Diego, abrazando a su hermana. «Y aprendimos nuestra lección.»

El señor Esteban les dio una última advertencia: «Recuerden siempre respetar lo que ya está olvidado.» Con esas palabras en mente, los hermanos dejaron la biblioteca olvidada.

Desde ese día, Carolina y Diego nunca más sintieron la necesidad de explorar misterios peligrosos. Apreciaban la seguridad de su hogar y el valor de la sabiduría antigua mucho más que antes. Y aunque la biblioteca seguía allí, envuelta en sus sombras y secretos, los hermanos habían aprendido a respetar sus límites.

Moraleja del cuento «La biblioteca olvidada y el libro que nunca debía abrirse»

La verdadera valentía no radica en desafiar lo desconocido sin precaución, sino en reconocer los límites del conocimiento y respetar aquello que no siempre está destinado a ser descubierto. La curiosidad puede ser una poderosa aliada, pero también debe ir acompañada de sabiduría y prudencia.

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