La bruja novata que no quería ir a la escuela de brujas
En un recóndito valle, rodeado de frondosos bosques y montañas que susurraban antiguos encantamientos, vivía una joven llamada Elvira. Tenía el cabello negro como la noche y unos ojos verdes que reflejaban la magia de las estrellas. Desde pequeña, Elvira había mostrado signos de un poder sobrenatural, controlando los elementos a su alrededor con solo pensar en ellos. Sin embargo, a pesar de sus dones, había algo que la joven temía más que a cualquier otra cosa: la escuela de brujas.
El pueblo de Elvira, Fuenteclara, estaba lleno de historias sobre aquella vieja escuela situada en lo alto de la Montaña Espectral. Se decía que allí las brujas entrenaban bajo la atenta mirada de la directora, Doña Griselda, una mujer tan formidable que podía convertir la luna en queso y las estrellas en polvo de hadas. Sin embargo, Elvira no quería perder su libertad ni someterse a estrictos aprendizajes, quería seguir jugando y descubriendo por sí misma los secretos de la naturaleza.
Una tarde, mientras paseaba por el bosque recogiendo hierbas para sus pociones caseras, se encontró con Sofía, su amiga de la infancia. Sofía llevaba consigo una carta engalanada con símbolos antiguos y escrita en tinta dorada. «Elvira,» dijo Sofía, sus ojos llenos de emoción y preocupación, «Es de la escuela de brujas. Han aceptado tu solicitud.»
Elvira se quedó sin palabras, una mezcla de titilaciones y dudas revoloteando en su mente. «Sabes que no quiero ir, Sofía. Me siento atrapada solo de pensarlo. ¿Qué haré entre esas paredes de piedra mientras el mundo allá fuera está lleno de maravillas esperando ser descubiertas?»
Sofía suspiró, inclinando la cabeza. «Pero, Elvira, tus poderes solo crecerán si los entrenas. Doña Griselda podrá enseñarte cosas que ni siquiera puedes imaginar.»
Esa noche Elvira intentó conciliar el sueño, pero sus pensamientos no dejaban de girar en torno a la carta dorada. ¿Cómo podía renunciar a sus días de libertad en el bosque? No obstante, recordaba las palabras de Sofía, su preocupación sincera. Finalmente, decidió que iría a la escuela, aunque solo fuera para demostrar que podía aprender a su modo.
Al amanecer, emprendió el arduo viaje hacia la Montaña Espectral. El camino era sinuoso y lleno de obstáculos, pero cada paso la acercaba más a su destino. Durante la travesía, conoció a varios personajes peculiares, como a Marta, una bruja anciana con un cuervo parlanchín, y a Julián, un joven aprendiz de mago que soñaba con convertirse en alquimista.
Cuando finalmente llegó a las puertas de la escuela, sintió un nudo en la garganta. Las enormes paredes de piedra gris proyectaban una sombra intimidante, pero sus ojos descubrieron detalles encantadores: estatuas de dragones que protegían el jardín y ventanas que parecían ojos resplandecientes, vigilándola desde lo alto. «No está tan mal,» se dijo con un susurro de autosugestión.
Una vez adentro, descubrió que la escuela era un lugar de maravillas escondidas. La biblioteca era un laberinto de libros antiguos que contenían los conocimientos más arcanos, había salones con calderos burbujeantes y jardines donde las plantas mágicas florecían bajo la luz de dos lunas. Allí conoció a Amelia, una bruja pelirroja de apariencia etérea y espíritu juguetón, que siempre tenía una sonrisa para compartir.
Elvira no tardó en hacer amigos. Formó una pequeña pandilla con Amelia, Julián y Marta. Juntos, exploraban los rincones secretos de la escuela, descubriendo pasadizos ocultos y enfrentándose a pequeños desafíos. «Nunca pensé que la escuela pudiera ser tan emocionante,» confesaba Elvira una noche mientras compartían historias alrededor de una hoguera mágica en el patio trasero.
Sin embargo, no todo era diversión. Doña Griselda, con su imponente figura y su mirada aguda, les enseñaba lecciones que a veces parecían imposibles. «Elvira,» decía con voz firme, «debes aprender a controlar tus emociones, pues la magia más poderosa reside en el equilibrio entre corazón y mente.»
Con el tiempo, Elvira comenzó a ver mejoras en sus habilidades. Los hechizos que antes le costaban ahora los realizaba con más facilidad, y comprendía la importancia de las enseñanzas que Griselda impartía. En una noche de luna nueva, cuando el viento susurraba secretos olvidados, Elvira se enfrentó a su mayor desafío: crear una pócima para revelar su verdadero potencial.
La preparación de la pócima requería ingredientes raros y un control preciso de la magia. La joven bruja pasó días enteros buscando los elementos y noches sin dormir mezclando y recitando antiguos encantamientos. Sus amigos la ayudaban, compartiendo su sabiduría y dándole ánimos. «Puedes hacerlo, Elvira,» decía Julián, «tu potencial es inmenso.»
Finalmente, una noche en que las estrellas brillaban más de lo habitual, Elvira logró completar la pócima. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, bebió el elixir y sintió una energía cálida recorrer su cuerpo. En ese instante, comprendió que su verdadero poder no solo residía en la magia, sino en su capacidad para aprender y adaptarse.
Ahora, con la confianza renovada y sus habilidades en su punto álgido, Elvira volvió al despacho de Doña Griselda. «He aprendido más de lo que imaginaría,» dijo con voz firme, «y estoy lista para enfrentar cualquier desafío.»
Griselda le sonrió, mostrando un rastro de orgullo en sus ojos. «Elvira, siempre supe que tenías un gran potencial. Ahora sabes que la magia no es solo poder, sino también sabiduría y corazón.»
La escuela se convirtió en un lugar querido para Elvira, un hogar donde había encontrado no solo poder, sino amistad y autodescubrimiento. Y aunque aún le encantaba deambular por los bosques y escuchar los susurros de la naturaleza, supo que la escuela había sido una parte esencial de su camino.
En un mundo donde todo parecía posible, Elvira y sus amigos continuaron explorando y aprendiendo, con la certeza de que juntos podían enfrentar cualquier adversidad. La joven bruja que una vez temió perder su libertad había encontrado un equilibrio entre su amor por la naturaleza y el conocimiento arcano.
Con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de gratitud, Elvira comprendió que la verdadera magia reside en el balance entre el aprendizaje y la libertad de explorar, en la unión de la mente con el espíritu aventurero.
Moraleja del cuento «La bruja novata que no quería ir a la escuela de brujas»
La magia más poderosa surge del equilibrio entre el aprendizaje y la libertad de espíritu. No temas a lo desconocido; pues en cada desafío hay una oportunidad de crecer y descubrir nuevas facetas de uno mismo.