La bruja y la travesía por el sendero de los espejos mágicos
Las nubes, gruesas y pesadas, se cerraron sobre el bosque de Calabrión con un estruendo ensordecedor.
El aire se impregnó de electricidad y el viento ululó entre los árboles, sacudiendo las ramas como si fueran delgadas manos de sombra.
Alondra, oculta bajo su capa de lana oscura, recogía hierbas cerca del río cuando sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
No era por la tormenta. Había algo más. Algo que la observaba.
Levantó la vista.
Entre la maleza, un reflejo imposible.
No era un charco. No era un rayo. Era un espejo.
Un marco dorado y grueso, cubierto de hojas y raíces, se erguía solitario en mitad del bosque.
Parecía antiguo, su superficie brillaba con un resplandor tenue, como si en su interior se moviera algo más que su reflejo.
El aire alrededor vibró con un susurro imperceptible.
Alondra, contra toda advertencia de su instinto, extendió la mano y rozó el cristal.
El mundo se desmoronó a su alrededor.
El sendero de los espejos
Cuando Alondra abrió los ojos, ya no estaba en el bosque.
Frente a ella, un pasillo infinito de espejos se extendía en todas direcciones.
De diversas formas y tamaños, algunos rotos, otros impecables, reflejaban no solo su imagen, sino destellos de sombras y figuras que no pertenecían a ese lugar.
—Bienvenida, Alondra —susurró una voz a su espalda.
Se giró bruscamente.
Del otro lado de un espejo alto y enmarcado en hierro, un joven la observaba con ojos marrón oscuro y expresión suplicante.
—Por favor, ayúdame. Estoy atrapado aquí.
Su reflejo no hacía lo que él. Su boca se movía, pero su reflejo permanecía inmóvil. Era real.
—¿Quién eres? —preguntó ella, avanzando con cautela.
—Mi nombre es Javier —respondió el joven—. Hace años, intenté liberar a mi hermana, pero la bruja de este lugar me atrapó.
Alondra sintió que algo en su interior se removía.
—¿Bruja?
Javier asintió, su expresión cargada de desesperación.
—La bruja de los espejos. Se alimenta del reflejo de quienes caen en su trampa. Si no la detenemos, nunca podremos salir.
Alondra fijó la vista en el espejo y, con una leve exhalación, murmuró un hechizo.
El cristal tembló. Se quebró en mil pedazos.
Javier cayó al suelo, libre.
La niña atrapada
—Mi hermana —dijo Javier, poniéndose de pie con dificultad—. Todavía está aquí.
Alondra no dudó.
Avanzaron juntos por el sendero, esquivando espejos que reflejaban sombras inquietantes. Algunos murmuraban, otros mostraban imágenes de sus propios temores.
Finalmente, encontraron lo que buscaban.
Un espejo ovalado, envuelto en un marco de madera retorcida, mostraba el reflejo de una niña pequeña de cabello revuelto y mejillas surcadas de lágrimas.
—¡Lucía! —exclamó Javier.
La niña alzó la vista, sus ojos llenos de miedo.
—Javier… la bruja… nos está observando.
La trampa de la bruja
El aire se volvió gélido.
De pronto, todas las luces de los espejos se apagaron a la vez.
Un eco resonó en la oscuridad. Una risa.
—Así que una nueva visitante ha llegado a mi colección…
Alondra sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Frente a ellos, un espejo comenzó a relucir con una luz mortecina. Y del otro lado del cristal, una silueta emergió lentamente.
Era alta y delgada, con una túnica oscura que flotaba en el aire como si no estuviera atada a la gravedad.
Su rostro era pálido, casi cadavérico, y sus ojos eran dos pozos de sombra.
—Hace mucho que no atrapaba a una bruja —dijo con una sonrisa torcida—. Te quedarás aquí para siempre.
El enfrentamiento
La bruja alzó la mano y un remolino de sombras emergió del espejo.
Alondra reaccionó de inmediato, levantando su propio escudo mágico.
Las sombras se retorcieron y chocaron contra su barrera, provocando un estruendo que hizo temblar todo el pasillo.
Javier tomó a su hermana y la resguardó detrás de un espejo fracturado.
—¡Alondra! ¡Debemos romper su vínculo con este lugar!
Alondra cerró los ojos y dejó que la magia fluyera a través de ella. El sendero de los espejos tenía su propia energía, su propio latido.
Si la bruja se alimentaba de los reflejos… entonces debía destruir la conexión.
Susurró un nuevo hechizo.
Uno que no solo rompiera un espejo… sino todos.
El final del sendero
El aire estalló en mil pedazos.
Uno a uno, los espejos se resquebrajaron y cayeron, dejando tras de sí un espacio vacío, un abismo infinito donde la bruja quedó atrapada.
—¡No! ¡No puedes hacer esto! —chilló, intentando aferrarse a su mundo desmoronado.
Pero su reflejo, el mismo que había robado de sí misma hace siglos, emergió del último espejo en pie.
Y la atrapó dentro.
Regreso a Calabrión
El sendero desapareció.
Cuando Alondra, Javier y Lucía abrieron los ojos, estaban de vuelta en el bosque. El espejo dorado estaba roto a sus pies.
Lucía sollozó y abrazó a su hermano.
—¿Se ha ido? —preguntó.
Alondra miró los fragmentos del espejo, que ahora solo reflejaban el cielo encapotado.
—Sí.
Javier la miró con gratitud.
—Nos has salvado.
Alondra esbozó una leve sonrisa.
—No. Nos hemos salvado juntos.
El pueblo y la leyenda
Cuando regresaron a Calabrión, los aldeanos miraron a Alondra con una mezcla de respeto y asombro.
La historia del sendero de los espejos mágicos se convirtió en leyenda.
Pero había algo más.
Esa noche, cuando Alondra regresó a su cabaña, encontró un fragmento de espejo en su mesa.
No reflejaba su imagen.
Reflejaba otro lugar.
Otro sendero.
Y una nueva voz susurrando su nombre.
Moraleja del cuento: «La bruja y la travesía por el sendero de los espejos mágicos»
Los miedos, como los reflejos en un espejo, pueden atraparnos en una ilusión de sombras y dudas.
A veces, enfrentarlos significa aceptar lo que vemos en ellos y atrevernos a romper las barreras que nos limitan.
Alondra, Javier y Lucía nos enseñan que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la decisión de seguir adelante a pesar de él.
Cuando unimos fuerzas y confiamos en nuestra luz interior, incluso los senderos más oscuros pueden llevarnos de vuelta a la libertad.
Abraham Cuentacuentos.