La corona pesada del Faraón Menes
Había una vez, en el antiguo y dorado Egipto, un faraón llamado Menes.
Menes era un buen gobernante.
Se preocupaba porque los graneros estuvieran llenos, porque los escribas anotaran todo correctamente y porque las crecidas del Nilo llegaran a tiempo.
El problema era que Menes se tomaba su trabajo muy en serio.
Su corona, la doble corona roja y blanca del Alto y Bajo Egipto, era hermosa, hecha de oro macizo y joyas brillantes. Pero, sobre todo, era muy pesada.
Un día, después de una jornada larguísima recibiendo a embajadores y revisando planos de una nueva pirámide, Menes llegó a sus aposentos reales.
El sol Ra ya se había escondido en el horizonte, pintando el cielo de un suave color violeta.
Todo en el palacio estaba en silencio, excepto la mente de Menes.
El faraón se quitó la pesada corona de oro y la dejó sobre una mesa de piedra. «Uff», suspiró al sentir el alivio en su cuello.
Sin embargo, aunque se había quitado la corona de metal, sentía que seguía llevando una corona invisible: la corona de las preocupaciones.
Su cabeza seguía repasando las listas de impuestos y pensando en si la cosecha de cebada sería suficiente.
Se tumbó en su gran lecho de lino fresco, pero sus ojos seguían abiertos como los de un halcón vigilante.
Entonces, vio algo moverse en el alféizar de su ventana.
Era una gata sagrada, negra y elegante, con un pequeño escarabajo dorado colgado al cuello.
La gata, que se llamaba Bastet, lo miró con unos profundos ojos verdes y soltó un bostezo largo y tranquilo, mostrando su pequeña lengua rosada.
Bastet no hablaba con palabras, pero Menes entendió perfectamente lo que la gata hacía.
Ella se estiró lentamente, pata por pata, liberando cualquier tensión.
Luego, se hizo un ovillo perfecto sobre un cojín de seda, escondió la nariz bajo la cola y comenzó a ronronear.
Un sonido grave, rítmico y profundo, como el fluir lejano del río Nilo.
Al verla, Menes comprendió la lección de la pequeña gata sagrada.

Se dio cuenta de que el poderoso río Nilo no se esfuerza por fluir; simplemente se deja llevar.
Entendió que incluso el gran dios sol Ra necesita esconderse y descansar cada noche para poder tener fuerza y brillar al día siguiente.
Menes miró la corona de oro en la mesa.
Allí se quedaría hasta mañana.
No iba a irse a ninguna parte.
—Tienes razón, Bastet —susurró el faraón—. Para ser un buen rey mañana, hoy debo ser simplemente un hombre que descansa.
Menes cerró los ojos.
Imaginó que cada una de sus preocupaciones era como una pesada piedra de construcción, y visualizó cómo las iba soltando, una a una, en la arena suave del desierto.
Su respiración se volvió lenta, imitando el ronroneo de la gata.
Y así, el gran faraón de las Dos Tierras, liberado de su corona visible y de la invisible, se quedó profundamente dormido bajo el cielo estrellado de Egipto.
Moraleja de la historia: «La corona pesada del Faraón Menes»
Al igual que el faraón, tú también has cumplido con tu jornada.
Tus responsabilidades, como esa corona pesada, pueden esperar en la mesilla de noche hasta mañana. Ahora mismo, lo más productivo y sabio que puedes hacer, es simplemente soltar y descansar.
Abraham Cuentacuentos.















