La danza silenciosa de las estrellas en el lago de los sueños
En un paraje lejano, escondido entre las colinas de la cordillera del Sueño Profundo, yacía un lago de aguas cristalinas conocido como el lago de los sueños.
En sus riberas, los árboles susurraban historias de viento y los largos pastos danzaban al compás de su eterno compañero.
Aquel era un lugar tan pacífico que incluso las estrellas parecían descender cada noche tan solo para contemplar su propia belleza reflejada en la inmóvil superficie del lago.
En ese reino de quietud vivía Elein, una muchacha de cabellos como la misma noche y ojos claros como el amanecer.
Su presencia era tan serena que su paso no perturbaba a las libélulas que reposaban en los nenúfares.
A Elein le encantaba danzar a la orilla del lago, moviéndose suavemente, en un baile susurrado que parecía trenzar los hilos del agua con la música de las esferas celestes.
Una noche, mientras las sombras acariciaban las aguas y el cielo se desplegaba en un tapiz de luces titilantes, su danza fue interrumpida por un leve crujir de hojas.
De entre los árboles emergió Alar, un joven de mirada cálida y sonrisa que inspiraba confianza.
Su andar era decidido, y su espíritu rebosaba de una curiosidad insaciable. «Perdona mi intrusión,» dijo con una voz que acariciaba el aire, «pero tu baile, a la luz de la luna, es el espectáculo más hermoso que jamás haya presenciado».
Elein le observó con dulzura, y le invitó a unirse a su danza. Juntos, entre juego y giro, entrelazaron sus almas, dejando que la noche fuera testigo de su creciente afecto.
Noche tras noche, se encontraban para compartir secretos y risas, y la tranquilidad del lago parecía bendecir su incipiente amor.
Una tarde, mientras el sol se despedía con un coro de colores cálidos, Elein esperó a Alar en la orilla, pero él no apareció.
La luna cruzó el firmamento, las estrellas parpadearon preocupadas, y aún así, Alar no llegó.
Con el corazón apesadumbrado, Elein volvió a su hogar, temiendo lo peor. La ausencia de Alar desgarraba la armonía del lago y desdibujaba la danza que una vez fue su refugio compartido.
Días pasaron, y la desazón se enredó en los pensamientos de Elein.
Decidida a encontrar respuestas, se extravió entre los senderos del bosque, siguiendo el rastro de memorias y risas pasadas, hasta que llegó a la aldea de Alar.
Allí, entre los aldeanos, descubrió que Alar había caído gravemente enfermo, y su futuro era incierto.
El vínculo entre ambos era tan fuerte que Elein sintió la dolencia de Alar en su propio ser. Con los ojos empañados de compromiso, decidió cuidar de él.
Pasaron las lunas, y con cada noche, Elein velaba a Alar. Le narraba historias del lago y le susurraba canciones de cuna que erguían castillos en el aire y tejían esperanzas.
La calidez de su voz y la fuerza de su devoción obraron milagros, y paulatinamente, Alar recuperó la salud.
Agradecidos, los aldeanos llamaron a Elein «La Guardiana de los Sueños», y tanto ella como Alar supieron que su unión estaba destinada a ser eterna.
Al recobrar la vitalidad, Alar invitó a Elein a regresar al lago.
Al llegar, encontraron que las estrellas habían esculpido en el firmamento una danza nueva, reflejo de la perseverancia y el amor que habían compartido. Se tomaron de las manos, y mientras bailaban, cada movimiento era un tejer de agradecimientos y promesas.
Alar susurró con una voz suave, como la caricia de una brisa, «Tu amor ha sido mi faro en la noche más oscura».
La naturaleza se sonrojó al ver la expresión de amor tan pura y sincera. Los árboles susurraron con más vehemencia, y los animales del bosque, en un coro silencioso, celebraron el reencuentro.
Elein y Alar comprendieron que su historia era una sinfonía que resonaba en la eternidad del lago, en la memoria del viento y en el susurro del agua que les había unido.
Por años, la pareja vivió en armonía con el lago y los secretos que este custodiaba.
Aprendieron el lenguaje de las flores, la melodía de los ríos y el ritmo del bosque.
La danza silentiosa y las enseñanzas del lago de los sueños se convirtieron en una tradición que pasaron a las futuras generaciones, nutriendo las almas con amor y paz.
Las estaciones se sucedían, transformando el panorama del lago, pero la esencia permanecía inalterable.
Elein y Alar envejecieron con la gracia de quienes conocen el verdadero significado de la vida.
Su legado fue uno de los amor y respeto por la naturaleza y por cada criatura que con ellos compartía el mundo.
Una noche, cuando la luna estaba particularmente redonda y las estrellas parpadeaban con un brillo misterioso, la pareja se sentó en la orilla del lago, arrullados por ese abrazo cósmico.
«Observa», dijo Elein a Alar, señalando al cielo, «las estrellas bailan para nosotros, una vez más».
Sonrieron, sabiendo que su amor había trascendido el tiempo y se había fusionado con el cielo y la tierra.
Alar tomó la mano de Elein suavemente y, con una voz plena de emoción, expresó «En cada estrella, en cada reflejo de este lago, veo el camino que hemos recorrido juntos, y me siento el ser más afortunado del universo por haber compartido mi vida con alguien como tú».
Elein apoyó su cabeza en el hombro de Alar, y en un susurro que apenas rompía el silencio nocturno, dijo «Nuestra danza perdurará en las corrientes del tiempo, amor mío, siempre juntos, en el latido de la naturaleza».
Y así, en paz, se permitieron caer en los brazos del sueño, bajo la mirada vigilante de las estrellas.
La leyenda de Elein y Alar se propagó más allá del lago de los sueños, más allá de las colinas y valles, convirtiéndose en una canción de cuna para los amantes y para aquellos en busca de tranquilidad en la noche.
Su historia, tejida en la esencia misma del lugar, eternamente danzará en el reflejo del lago, invitando a los corazones que buscan consuelo y sueños tranquilos.
Moraleja del cuento «La danza silenciosa»
La verdadera danza del amor es aquella que se realiza en silencio, compuesta por actos desinteresados y momentos compartidos que, como las estrellas silenciosas sobre un lago tranquilo, brillan con más intensidad en la oscuridad de la adversidad, reflejando la luz de nuestras almas unidas en armonía y paz.
Abraham Cuentacuentos.