La escuela en la galaxia distante y el concurso de ciencias interplanetario
En una galaxia lejana, donde los planetas giraban al compás de notas musicales y las estrellas brillaban con colores jamás vistos en la Tierra, se encontraba la Escuela Intergaláctica de Saber. Esta no era una escuela común, su edificio flotaba majestuosamente entre asteroides y anillos planetarios, y su techo de cristal ofrecía una vista deslumbrante del cosmos. Aquí, niños de todos los rincones del universo acudían a aprender sobre ciencias, artes y magia.
Cándida, una niña humana de cabello castaño y ojos llenos de curiosidad, caminaba todos los días por los pasillos translúcidos que creaban destellos de arcoíris a su alrededor. Su mejor amigo era Tito, un joven alienígena de la galaxia Quorán, cuya piel cambiaba de color según su estado de ánimo. Algo azul cuando estaba feliz, verde cuando se sentía aventurero y violeta cuando algo le preocupaba. Ese día, Tito resplandecía de un azul eléctrico.
«¡Cándida!», exclamó Tito con emoción, «¿Has escuchado sobre el Concurso de Ciencias Interplanetario? ¡Se celebra en solo dos semanas!» Cándida alzó una ceja y sonrió. «No solo lo he escuchado, Tito, ¡ya me estoy preparando! Mi proyecto sobre la energía estelar está casi listo. ¿Y tú?» Tito brilló de un verde iluminado. «¡Estoy trabajando en un traductor universal de silbidos cósmicos! ¡Será increíble!»
Los profesores de la Escuela Intergaláctica de Saber eran tan asombrosos como los estudiantes. La maestra de ciencias, la doctora Núñez, era una destacada científica de la Tierra y experta en física cuántica. Rondaba los cuarenta años, con su cabello negro recogido y sus ojos siempre atentos tras unas gafas de marco dorado. Con un corazón amable y una mente brillante, estaba siempre lista para ayudar a sus estudiantes ante cualquier duda. «Recuerden, niños,» decía siempre, «en la ciencia, la curiosidad es más importante que el conocimiento.»
En esas dos semanas previas al concurso, Cándida y Tito trabajaron arduamente. Pasaban las tardes en el laboratorio, un lugar lleno de tubos de ensayo que brillaban con diferentes luces y olores que recordaban a jardines extraterrestres. «Necesitamos más estos elementos para estabilizar la energía estelar,» murmuraba Cándida mientras ajustaba unos cristales en su invento. Tito intentaba entender el patrón de frecuencias para el traductor. «Debe haber alguna lógica detrás de estos silbidos,» se decía.
Pero no todo era trabajo. Las noches en la escuela eran mágicas. Después del estudio, los estudiantes solían reunirse en el observatorio. Allí, las enormes ventanas dejaban ver la inmensidad del universo. «Mira,» dijo Tito una noche señalando una estrella lejana, «dicen que allí viven seres invisibles que hablan con la mente.»
«¿En serio?», preguntó Cándida. «¡Eso sería increíble!» Ambos se reían y dejaban volar su imaginación. Sus mentes jóvenes estaban llenas de sueños y esperanzas.
Finalmente, llegó el día del concurso. La nave espacial de la escuela, el reluciente Estrella Fugaz, los llevó hasta el planeta Kontrax, donde se celebraría el evento. Kontrax era un planeta fascinante, con ciudades flotantes y árboles que brillaban en la oscuridad. Cándida y Tito estaban asombrados. «¡Es como un cuento de hadas!», dijo Tito, cuyo color verde mostraba su entusiasmo.
En la sala de exposiciones, cada estudiante mostró sus proyectos con orgullo. Había inventos tan sorprendentes como una máquina para reciclar basura cósmica en objetos útiles, y un robot jardinero que plantaba flores en el espacio. Cándida presentó su proyecto sobre energía estelar con seguridad. «Este sistema puede captar y almacenar energía de estrellas muertas para alimentar nuestras colonias espaciales», explicó con pasión. Tito, por su parte, hizo una demostración de su traductor universal. «Ahora podemos entender los mensajes de los silbidos cósmicos de otras especies», comentó mientras su piel se tornaba de un azul vibrante.
El jurado estaba compuesto por científicos de todo el universo, incluyendo a la respetada doctora Alvarenga de Zâron, una destacada bióloga interplanetaria. Después de largas deliberaciones, el momento llegó. «El primer lugar para el Concurso de Ciencias Interplanetario les pertenece a Cándida y Tito por su trabajo en energía estelar y comunicación universal», anunció la doctora Alvarenga.
El aplauso fue ensordecedor. Tito brillaba de un azul que casi cegaba, y Cándida no podía contener las lágrimas de alegría. «Lo logramos», susurró a Tito. «¡Juntos!»
De regreso a la escuela, los dos amigos fueron recibidos como héroes. La doctora Núñez los esperaba con una sonrisa orgullosa. «No solo habéis ganado un concurso, habéis demostrado que el verdadero genio se encuentra en la colaboración y el esfuerzo compartido», les dijo.
Desde ese día, Cándida y Tito continuaron sus estudios con más ahínco que nunca. La Escuela Intergaláctica de Saber celebró su éxito con una fiesta donde todos disfrutaron de música interplanetaria y dulces de galaxias vecinas. «Lo más importante que he aprendido es que nunca debemos dejar de soñar», comentó Cándida mientras miraba hacia las estrellas. Tito, en ese momento de un verde sereno, asintió. «Y que siempre podemos aprender de los demás, sin importar de dónde vengan o qué idioma hablen».
Esa noche, mientras las estrellas brillaban como nunca, ambos amigos sabían que lo mejor estaba aún por venir. Las nuevas aventuras y descubrimientos del vasto universo estaban esperando por ellos.
Moraleja del cuento «La escuela en la galaxia distante y el concurso de ciencias interplanetario»
La verdadera sabiduría reside en la curiosidad, la colaboración y la capacidad de soñar en grande. Cándida y Tito nos enseñan que cuando trabajamos juntos y apreciamos las diferencias, podemos lograr cosas asombrosas. Nunca subestimes el poder de la amistad y el aprendizaje compartido, porque en la vastedad del cosmos o en una simple escuela, siempre hay algo nuevo por descubrir y compartir.