Cuento: La estrella brillante y el paseo mágico por el cielo nocturno
Esta larga historia para bebés y niños pequeños comienza…
La noche en que todo brilló distinto
En el pequeño y tranquilo pueblo de Santillana, el día se despidió despacito.
Las farolas encendieron su luz naranja, las ventanas se cerraron una a una y el aire olía a pan caliente y a jazmín.
En una casita blanca con tejas rojas vivía el pequeño Martín, un bebé de ojos curiosos y sueño profundo.
Aquella noche, dormía plácidamente en su cuna, abrazando su mantita azul con estrellas bordadas.
Sus padres, Laura y Javier, estaban junto a la ventana, sentados en una mecedora de madera.
Afuera, el cielo se llenaba poco a poco de puntos brillantes.
—Mira todas esas estrellas, Laura… —dijo Javier en voz baja—. ¿Te imaginas qué historias podrían contarnos?
—Quizás podamos inventar alguna, para que Martín las sueñe —respondió ella, acariciando su vientre, que aún sentía tibio del abrazo del bebé.
Las luces de la habitación eran tenues, y una brisa suave movía la cortina.
Martín suspiró en sueños, como si escuchara todo desde su cuna.
Fue entonces cuando una estrella muy brillante empezó a titilar de forma especial, como si danzara solo para ellos.
Laura entrecerró los ojos.
—Javier, esa estrella… está parpadeando como si nos hiciera señas.
Y en ese instante, Martín abrió los ojos.
Solo un momento.
Miró hacia la ventana.
Y sonrió.
Muy despacito.
—¿Viste eso? —susurró Laura—. ¡Como si entendiera lo que estamos diciendo!
De repente, la estrella brillante descendió lentamente desde el cielo.
Flotó por el aire, bajando… bajando… hasta entrar por la ventana abierta.
Su luz no molestaba.
Era suave, cálida, como un susurro.
Flotó sobre la cuna y habló con voz dulce:
—No tengáis miedo. Soy Stella, la estrella de los sueños. Vengo a acompañar al pequeño Martín en un viaje muy especial. Un paseo mágico por el cielo nocturno.
Javier y Laura no dijeron nada.
Solo se miraron, tomados de la mano.
Sentían que aquella noche… la magia era real.
Stella giró sobre sí misma, dejando una estela luminosa, y envolvió a Martín en una burbuja de luz dorada.
El bebé se rió.
Era una risa cortita, feliz, como el tintinear de un cascabel.
—Vamos allá —dijo Stella—. Hay mucho que ver, y el cielo está lleno de secretos que solo se revelan mientras se sueña.
Y así, empezó el viaje.
El cielo tiene amigos que cuentan historias
Stella voló despacito, llevando a Martín envuelto en su burbuja dorada.
Subieron… y subieron… hasta que el tejado de la casa se volvió pequeñito y el pueblo de Santillana quedó dormido bajo sus pies.
A su alrededor, el cielo era inmenso y suave, salpicado de luces que parpadeaban como si también tuvieran sueños.
Las estrellas parecían estar despiertas esa noche, murmurando canciones antiguas que solo los bebés podían entender.
—Mira, Martín —dijo Stella con voz de caricia—. Cada estrella que ves brilla para alguien. Algunas para niños que sueñan. Otras para árboles, gatos o mares. Y esta noche, muchas brillan para ti.
De pronto, una luz juguetona apareció girando como una peonza.
—¡Lucero! —exclamó Stella—. Ven a saludar a nuestro amigo.
Lucero, una estrella chispeante, se acercó haciendo piruetas.
Su risa parecía hecha de campanillas.
—¡Hola, Martín! ¿Quieres jugar al escondite entre los planetas?
Martín estiró su manita. No hablaba, pero todos lo entendían.
Lucero lo guió entre nubes esponjosas, cometas veloces, y planetas de mil colores.
Saltaron por el anillo de Saturno, se colaron en un cráter lunar que parecía una cama redonda, y se deslizaron por la cola brillante de un cometa dormido.
Pasaron también por una nube soñadora que estaba acostada sobre la atmósfera.
Tenía forma de oveja gigante.
—Shhh… —murmuró la nube—. Aquí guardo sueños de niños de todo el mundo. ¿Quieres dejar el tuyo, Martín?
Martín asintió sin palabras, y de su pecho salió un destellito de luz. La nube lo atrapó con cariño y lo guardó en su interior.
—Tu sueño es suave como el viento —susurró—. Lo guardaré junto a los más bonitos.
Más adelante, encontraron una estrella que no giraba ni reía.
Era más grande.
Más tranquila.
Más sabia.
—Esa es Sirio —dijo Stella—. Ella conoce los cuentos más antiguos del cielo.
Sirio los recibió con un destello azul profundo. Su voz era muy lenta, muy dulce.
—Pequeño Martín… el cielo está lleno de luz y de oscuridad. Pero lo más importante, siempre… es compartirlo con alguien que te quiera.
Martín se acurrucó en su burbuja, escuchando.
No entendía todas las palabras, pero sí comprendía la calma.
El amor.
La ternura.
Sirio se inclinó y, con una chispa que salió de su luz, dibujó un corazón en el aire. Luego les deseó dulces sueños.
Stella siguió volando, muy despacito.
Martín bostezó.
—¿Estás cansado, pequeño viajero? —preguntó la estrella.
Martín apoyó su mejilla contra la burbuja.
Sus ojitos empezaban a cerrarse… pero aún no del todo.
Una canción de estrellas para volver a casa
Stella miró a Martín, que ya no reía, pero sonreía en silencio.
Sus párpados eran como dos pétalos cerrándose poquito a poco.
Sus manitas descansaban abiertas, flotando con calma.
—Es hora de volver —susurró Stella—. Pero antes… quiero regalarte una canción.
Y entonces, la estrella comenzó a brillar con un ritmo lento y redondo, como el latido del corazón de una mamá.
De su luz surgieron notas suaves, flotantes, que formaban una melodía tan dulce… que el universo mismo parecía dormirse un poco.
“Brilla, brilla, burbujita,
navega el cielo sin prisa.
Cierra tus ojos, mi sol,
que la luna ya te arropa con amor…”
Mientras cantaba, otras estrellas se unían desde lejos, cada una con su propio tono.
Lucero hizo una luz danzante.
Sirio soltó un destello largo, como un abrazo.
La canción envolvió a Martín, que ya no flotaba con energía, sino como un barquito en calma.
—Mira abajo, pequeño —dijo Stella con ternura—. Ahí está tu casita.
Desde el cielo, todo parecía de cuento:
las tejas rojas, la ventana abierta,
Laura y Javier aún sentados, esperándolo.
La burbuja dorada comenzó a descender lentamente.
Cada vez más cerca.
Más tibia.
Más suave.
Y mientras bajaban, el cielo cambiaba de color.
Ya no era negro:
ahora era un azul profundo, como una manta.
La luna, que antes era redonda, empezaba a desaparecer detrás de una nube, como si también necesitara dormir.
Cuando llegaron a la cuna, Stella posó la burbuja sobre el colchón.
Martín no se movió.
Dormía profundamente, con los labios entreabiertos y el ceño relajado.
Laura y Javier lo miraban con los ojos brillantes.
Stella titiló una vez más y se acercó a susurrarle al oído:
—Recuerda, Martín: cuando mires al cielo y veas una estrella muy brillante… soy yo. Siempre estaré ahí. Brillando por ti.
Luego se elevó, sin ruido.
Pasó por la ventana abierta.
Se perdió entre las demás luces del cielo,
dejando tras de sí una estela que parecía un suspiro feliz.
Una noche que duerme en el corazón
La estrella Stella ya no se veía, pero su brillo quedaba flotando en el aire.
Laura se acercó despacio a la cuna.
Acarició el cabello de Martín, que ahora dormía con una expresión tan serena…
como si hubiera viajado de verdad.
—¿Lo viste, Javier? —susurró ella—. Era como si soñara despierto.
Javier sonrió y se sentó de nuevo en la mecedora.
—Creo que lo hizo.
Y creo que Stella también vino por nosotros.
Se quedaron en silencio.
El reloj de pared marcaba una hora tranquila.
Fuera, el viento movía las hojas muy suavemente,
como si también estuviera cantando una nana.
En la cuna, Martín suspiró.
Pequeñito.
Profundo.
Feliz.
Y en ese suspiro, algo invisible sucedió:
como si todo el amor del cielo se hubiera guardado en su pecho.
Laura apagó la luz con delicadeza.
La habitación quedó en penumbra, solo iluminada por la estrella más brillante del cielo, esa que titilaba…
justo encima de su ventana.
Javier tomó la mano de su esposa.
—Cada noche miraremos esa estrella.
Y cada noche, sabremos que Stella nos está cuidando.
Laura asintió sin hablar.
Sus ojos brillaban, igual que los de Martín.
Se quedaron un momento más, solo escuchando:
el silencio,
el murmullo del aire,
el sueño que caía como una lluvia de luz.
Desde aquella noche, cada vez que la oscuridad cubría el pueblo,
Stella aparecía con su titilar lento,
y Martín dormía con una sonrisa.
Porque aunque el mundo callara,
aunque los ojos se cerraran,
había una estrella brillando solo para él.
Y con ella, la promesa de mil sueños suaves,
mil juegos celestes,
y un cielo entero…
esperando cada noche para volver a empezar.
Moraleja: «La estrella brillante y el paseo mágico por el cielo nocturno»
La verdadera magia vive en los momentos compartidos con quienes amamos. A veces brilla en el cielo, a veces duerme en una cuna… pero siempre, siempre está cerca.
Abraham Cuentacuentos.