La fiesta de disfraces de los monstruos por Halloween
En un pequeño pueblo llamado Luminas, lleno de casas de tonos pastel y calles adoquinadas, la temporada de Halloween estaba a la vuelta de la esquina. Todos los niños de Luminas se preparaban con ilusión por la gran fiesta de disfraces que se celebraba cada año en la plaza central. Este año, el evento prometía ser más espectacular que nunca. Entre los niños, destacaba un grupo de tres amigos inseparables: Joaquín, una criatura de imaginación desbordante; Elena, que siempre llevaba un cuaderno donde anotaba todas sus ideas; y Pedro, el más aventurero del trío, conocido por su risa contagiosa y su capacidad para hacer amigos.
Una tarde, mientras revisitaban viejos cuentos en la biblioteca del pueblo, Joaquín encontró un libro polvoriento que ._grabada en oro_, contenía leyendas sobre los monstruos que habitaban en el bosque cercano. «¡Miren esto!», exclamó entusiasmado, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y nerviosismo. «¿Y si estos monstruos vienen a nuestra fiesta de Halloween?»
«Eso sería épico», respondió Pedro con una sonrisa traviesa, trazando un plan en su mente. «Podríamos invitarlos a unirse a las celebraciones». Elena se encogió de hombros, un poco escéptica, mientras sus pies alzaban copos de polvo dispersos en el aire. «Pero… ¿y si son realmente aterradores? ¿Y si no quieren venir?».
«A veces, lo desconocido puede ser más divertido de lo que parece», apuntó Joaquín mientras pasaba las páginas. Siguieron leyendo sobre el monstruo de las nieblas, el duende travieso y la hermosa pero escurridiza banshee. Después de varias horas de lecturas y risas, decidieron que lo mejor sería organizar una expedición al bosque para dejarles una invitación. Pero antes, tenían que preparar sus propios disfraces.
Esa noche, cada uno se arremangó y se dedicó a construir su disfraz con todo lo que pudo encontrar en casa. Joaquín se convirtió en un dragón, cubierto con escamas verdes hechas de cartulina brillante; Elena, en una adorable bruja, con un sombrero puntiagudo hecho de papel maché; y Pedro, en un veloz hombre lobo, con aullidos ensayados mientras dibujaba algunas garras en sus manos.
Al día siguiente, con sus disfraces bien puestos, el trío emprendió el camino hacia el bosque, lleno de sombras y susurros que parecían contar historias del pasado. «¿Sientes eso?», preguntó Elena, mirando las ramas moverse con el viento. «Es como si el bosque nos estuviera observando».
«¡Es sólo tu imaginación!», bromeó Pedro, pero dejó de reír al escuchar un crujido entre los arbustos. Jonas, un anciano del pueblo, pasaba por allí con su perro. “¿Qué hacen tantos valientes por aquí?”, preguntó con una sonrisa, sujetando a su canino que olfateaba curiosamente. “Estamos invitando a los monstruos a nuestra fiesta de Halloween”, respondió Joaquín, con un brillo en los ojos.
“Monstruos, eh… cuidado con lo que desean, niños”, bromeó el anciano, guiñando un ojo antes de proseguir su camino. Con el corazón palpitando de emoción, finalmente llegaron al claro, un espacio mágico en medio de árboles altos y susurros de hojas.
«Vamos, ¿dónde dejamos la invitación?», dijo Pedro mientras revisaba su mochila. Elena, que había traído una antigua linterna de su abuela, iluminó el área. La luz danzante reveló tres figuras que emergían de entre los árboles. Uno era un enorme ogro verde, otro un duende enana con una sonrisa pícara, y la última, una banshee que, lejos de ser aterradora, parecía más curiosa que espeluznante.
«Hola», dijo el ogro con una voz profunda como un trueno, «he oído sus risas. ¿Acaso nos han invitado a la fiesta?». Joaquín, emocionado y un poco asustado, asintió con vehemencia. “¡Por supuesto! ¡Tendremos juegos, caramelos y además…!”, hizo una pausa. “Y no olviden las historias de miedo”.
El duende saltó emocionado. «¡Me encanta contar historias!», dijo con un guiño. “¡Soy el mejor en eso!”.
La banshee, con una sonrisa cálida que iluminó su rostro fantasmal, se acercó lentamente. “Y yo cantaré canciones de luna llena, las más bellas que hay”, prometió. La tensión en el aire había desaparecido, reemplazada por risas y una energía renovada.
«Perfecto, entonces cuéntennos historias del bosque mientras hacemos caramelos», sugirió Elena. Luego, los cuatro comenzaron a intercambiar anécdotas sobre sus festividades, compartiendo risas y creando un vínculo inesperado.
Esa noche, lograron hacer juntos unos caramelos de colores que chisporroteaban al ser mordidos. Los amigos monstruos demostraron ser maestros en crear dulces de sabores sorprendentes, llenos de magia de árboles antiguos que solo ellos conocían. “Esta será la mejor fiesta de Halloween que Luminas haya visto”, proclamó Pedro, mientras el aire se llenaba de aromas dulces.
Finalmente, tras muchas risas y aventuras, los dos grupos decidieron que sería divertido hacer una sorprendente entrada a la fiesta. De vuelta en Luminas, la plaza estaba llena de luces brillantes, niños riendo, y música sonando. Joaquín, Elena y Pedro llegaron con sus amigos monstruos, y lo que sucedió a continuación fue una explosión de alegría.
La gente del pueblo se maravilló al ver a la banshee cantando, al duende intercalando sus historias entre risas, y al ogro que hacía reír a todos con sus ocurrencias. Los rumores se expandieron y pronto, el baile se llenó de vida y color. “¡Esto es un éxito!”, gritó Joaquín, satisfecho.
A medida que la noche avanzaba, los niños compartieron sus dulces y los monstruos contaron sus historias, creando recuerdos que durarían para siempre. Cada uno dio un abrazo al otro, asegurándose de que la unión se mantendría intacta. La diversión se prolongó hasta el amanecer, y cuando se despidieron, sabían que habían forjado amistades únicas entre brujas, monstruos y niños.
Esa fue una noche mágica, donde celebrar fue solo el principio de mil y una aventuras por venir. En la lección aprendida, estaba implícito que a veces, lo desconocido no resulta ser tan aterrador como parece.
Al final, todos los vecinos de Luminas, incluidos los monstruos, se fueron a sus casas con sonrisas en sus rostros, llevando consigo un dulce sabor de Halloween que recordarían por siempre.
Moraleja del cuento «La fiesta de disfraces de los monstruos por Halloween»
No siempre debemos temer a lo desconocido, pues a veces, tras una máscara, se puede encontrar la amistad más sincera.