La gallina y el hechicero del campo de los sueños
En un rincón perdido de la vasta campiña, donde las montañas se besan con las nubes y los ríos murmuran secretos interminables, vivía una gallina llamada Gregoria. Su plumaje, una exótica sinfonía de blancos y dorados, brillaba bajo el sol como la promesa de un día nuevo, y sus ojos negros eran como dos abalorios llenos de curiosidad y sabiduría.
Gregoria no era una gallina común. Desde su juventud, en el corral del viejo Don Matías, él había intuido que ella tenía algo especial. No solo ponía los huevos más grandes y saludables, sino que también tenía un aire de dignidad y misterio que la hacía única. Pasaba las tardes explorando el campo, siempre en busca de algo que solo ella parecía saber.
Una noche, cuando la luna llena iluminó el campo como un faro en la oscuridad, Gregoria se encontró con un hecho sorprendente. En un rincón oculto del campo, detrás de unos matorrales salvajes y frondosos, apareció una luz brillante y titilante. Gregoria, guiada por su innata curiosidad, se adentró en el resplandor. Allí, en medio de un claro iluminado con una luz mágica, estaba un viejo hechicero, con barba larga y ojos chispeantes. Su nombre era Humberto.
“Bienvenida, Gregoria,” dijo Humberto en un tono de voz que era tan suave como el viento nocturno. “Te estaba esperando.”
Gregoria no se sorprendió al escuchar su propia voz replicando en perfecto castellano: “¿Quién eres tú, y qué esperas de mí?”
El viejo hechicero sonrió, dejando asomar su dentadura amarillenta pero firme. “Soy Humberto, el hechicero del campo de los sueños. He observado tu andar por estas tierras, y sé que eres especial. Quiero ofrecerte un viaje, una oportunidad de conocer lo que está más allá de los límites visibles de este campo.”
Sin dudarlo, Gregoria aceptó la invitación. Humberto alzó su vara mágica, y de repente, ambos fueron envueltos por un torbellino de estrellas. Viajar a través del cielo era como navegar por un océano de luz, lleno de destellos que contaban historias milenarias. Al aterrizar se encontraron en un valle olvidado por el tiempo, donde todo era más verde, más vibrante y lleno de vida.
En aquel valle, Gregoria encontró a otras gallinas. Había criaturas de todo tipo y tamaños, de plumajes exóticos y colores que nunca antes había visto. Entre ellas estaba Margarita, una gallina india con plumas de un azul profundo y ojos verdes que reflejaban el conocimiento del universo. Juntas, comenzaron a explorar este nuevo mundo.
Pronto, se toparon con un enigma: un árbol ancestral con una puerta tallada en su tronco. Las inscripciones en la puerta parecían glifos antiguos. Margarita, con su vasto conocimiento, leyó en voz alta: “Solo el corazón valiente y la mente pura entenderán el misterio de nuestro ser.” Supieron en ese instante que debían adentrarse.
Al cruzar la puerta, se encontraron en un pasillo cubierto de enredaderas brillantes. Humberto, que no las había dejado, habló de nuevo. “En este lugar se guardan los secretos del pasado y las claves del futuro. Cada prueba que enfrentéis aquí os hará más fuertes y sabias.”
Pasaron por desafíos inesperados; un río de palabras en el que debían encontrar la verdad entre mentiras, un laberinto de espejos que reflejaba sus miedos más profundos, y un campo de flores que emitían notas musicales, donde tuvieron que encontrar la melodía correcta para seguir avanzando.
En medio de uno de los pasajes más oscuros, Gregoria se separó de Margarita. Frente a ella apareció el reflejo de una gallina mayor, con plumas grietas y ojos cansados. “¿Quién eres?” preguntó Gregoria.
“Soy el reflejo de tu futuro,” dijo con una voz suave pero firme. “¿Tienes la valentía para enfrentar los desafíos que existen más allá del confort de tu corral?”
Las palabras resonaron en el corazón de Gregoria y, con determinación, replicó: “Sí, estoy lista para enfrentar cualquier desafío. No permitiré que el miedo me detenga.”
De repente, todo a su alrededor cambió. El pasillo oscuro se iluminó, y ya no estaba sola. Margarita estaba a su lado, y el viejo Humberto les sonreía. “Habéis demostrado valor y tenacidad. Ahora estáis listas para el regalo más preciado de este camino.”
El hechicero hizo un gesto con su vara, y frente ellas apareció un enorme huevo dorado. Humberto explicó que este huevo contenía el conocimiento antiguo y la sabiduría de generaciones pasadas. “Con esto, podréis ayudar a otros y mejorar vuestro mundo,” dijo con una voz llena de esperanza.
Gregoria, con el corazón rebosante de gratitud, aceptó el huevo. De regreso al corral, la vida comenzó a transformarse. A cada gallina y ser vivo que encontraban, Gregoria y Margarita compartían las enseñanzas y secretos que habían descubierto, mejorando su mundo, una lección a la vez.
El tiempo pasó, y Gregoria se convirtió en una leyenda. En su corral, todos hablaban de la gallina que viajó al campo de los sueños y regresó con un regalo de sabiduría y amor. Pero a pesar de la fama y las muchas aventuras que vendrían, Gregoria siempre recordaba a Humberto, el hechicero de mirada chispeante, que le permitió descubrir su verdadero potencial.
Moraleja del cuento “La gallina y el hechicero del campo de los sueños”
La valentía y la búsqueda del conocimiento nos llevan a descubrir potenciales escondidos dentro de nosotros mismos. Konfrontar nuestros miedos y aceptar desafíos puede transformar nuestras vidas de maneras inimaginables, y al hacerlo, también llenamos de luz y sabiduría el mundo que nos rodea. ¡Sé valiente y busca más allá de tu zona de confort, las recompensas pueden ser extraordinarias!