La iguana inteligente Inés y el concurso de sabios del bosque
En un frondoso bosque, donde el verdor de las hojas se mezclaba con el canto de los pájaros, vivía Inés,
una iguana de escamas jade que destacaba por su inteligencia poco común. Sus ojos, dos perlas destellantes,
parecían reflejar un mundo de sabiduría. Inés pasaba sus días entre las ramas de un viejo roble, observando
el ir y venir de los habitantes del bosque y leyendo antiguos pergaminos que el viento llevaba hasta su morada.
No lejos de allí, el alcalde del bosque, un majestuoso león llamado Leandro, proclamó la celebración de un
concurso de sabios. La noticia se expandió como la brisa matinal, y todos los animales se alborotaron con
entusiasmo. Inés, a pesar de no desear notoriedad, sintió curiosidad y se planteó la posibilidad de asistir.
El día del concurso amaneció y el sol bañaba el claro del bosque con su luz dorada. En el centro, se levantaba
una estrada de piedra y madera donde se sentaría el jurado. Las criaturas del bosque se agrupaban en torno a la
zona del evento, murmurando sobre quiénes serían los participantes y cuáles serían las pruebas de ese día.
Inés se aproximó sigilosamente, deseando pasar inadvertida entre la multitud. Su amigo, el tucán Tito con
su pico pintoresco, la saludó con efusividad.
«¡Inés, has decidido participar! Tu vasto conocimiento sin duda impresionará a todos», exclamó Tito.
«Mi interés es solo saciar mi curiosidad, nada más», respondió Inés, con una sonrisa enigmática.
Los jueces, compuestos por la sabia tortuga Teresa, el búho Bernardo y la zorra Zoe, explicaron las reglas.
Los desafíos pondrían a prueba la astucia, la memoria y la sabiduría.
Los animales participantes asentían, mostrando su disposición, algunos con nerviosismo, otros con una
confianza que rozaba la arrogancia.
La primera prueba consistía en resolver enigmas. Uno a uno, los concursantes intentaban desentrañar complicados
acertijos, mientras los espectadores comentaban sus respuestas en susurros. Inés, con paciencia y sutileza,
resolvía cada enigma que se le presentaba, dejando a la multitud en suspenso y admiración.
Le siguió un desafío de memoria, donde los participantes debían recordar y recitar antiguos cuentos del bosque.
Historias que hablaban de tiempos pasados y criaturas legendarias. Inés cerraba sus ojos y se dejaba llevar por
el dulce timbre de su voz, que fluía como un arroyo claro contando relatos que muchos habían olvidado.
La última prueba era la más difícil: cada uno tendría que exponer una solución a un problema que aquejaba al
bosque desde hacía tiempo, la crecida del río que amenazaba con inundar las madrigueras del sur.
Las propuestas eran variadas, pero carecían de viabilidad o resultaban perjudiciales para otros habitantes del bosque.
Cuando llegó el turno de Inés, subió a la estrada con calma, observó al jurado y a los habitantes del bosque
reunidos y comenzó a hablar:
«La solución requiere de unidad y trabajo común. Propongo la construcción de un sistema
de diques y canales que, con la ayuda de todos, podemos edificar. No solo evitará la inundación,
sino que también permitirá regar nuestros cultivos en épocas secas», explicó con claridad.
La propuesta de Inés fue recibida con una ovación. Los jueces, impresionados, susurraban entre sí,
asintiendo con respeto.
Las deliberaciones no se hicieron esperar y, después de unos momentos de tensa expectativa, Teresa,
la tortuga, anunció la decisión.
«El concurso ha sido un despliegue extraordinario de ingenio y conocimiento,
pero una mente ha brillado con luz propia. Inés, con su sabiduría y propuestas, ha demostrado ser una
verdadera sabia del bosque. ¡Es la ganadora del concurso!», proclamó la tortuga.
La multitud estalló en aplausos y vítores, mientras Inés, con una serenidad conmovedora, agradecía el honor.
Tito revoloteaba emocionado a su alrededor, y los demás participantes se acercaban para felicitarla.
Con el concurso concluido y el plan de Inés puesto en marcha, el bosque experimentó una época de prosperidad.
Los diques y canales, fabricados a partir de la colaboración entre todos los habitantes, eran un testimonio
palpable del ingenio de Inés.
El roble donde Inés residía se convirtió en un punto de encuentro para todos aquellos que deseaban aprender
de ella y compartir sabiduría. Inés enseñaba no solo con palabras, sino también con el ejemplo de cooperación
y respeto mutuo.
El tiempo pasó, y la historia de la iguana inteligente trascendió los límites del bosque. Viajeros de tierras
lejanas venían en busca de su consejo, y aunque Inés nunca buscó fama, se convirtió en una leyenda viviente,
querida y venerada por todos.
Así, en un bosque lleno de vida, donde la comunidad había aprendido el valor de la sabiduría y la unión,
Inés continuó su existencia pacífica, recordando siempre que el conocimiento era un don para compartir y
que las mayores lecciones a menudo vienen de los desafíos superados en conjunto.
Moraleja del cuento «La iguana inteligente Inés y el concurso de sabios del bosque»
En la vida, como en el bosque de nuestra historia, el triunfo no siempre es cuestión de competir, sino de
contribuir con lo que sabemos para el bienestar común. Inés, la iguana, nos enseñó que la verdadera inteligencia
brilla más cuando se emplea en encontrar soluciones que benefician a todos y que, en la unión de esfuerzos,
radica la fortaleza de una comunidad.