La luna de cristal y el misterio de las huellas en la escarcha

La luna de cristal y el misterio de las huellas en la escarcha

La luna de cristal y el misterio de las huellas en la escarcha

En un pequeño y acogedor pueblo, rodeado de montañas azules y árboles altos, vivía una niña llamada Isabel. Tenía grandes ojos marrones y una sonrisa brillante que iluminaba cada rincón. Isabel disfrutaba de los misterios y siempre encontraba aventuras en los lugares más sorprendentes.

Una noche de invierno, cuando la luna parecía hecha de cristal y la escarcha cubría todo con su manto brillante, Isabel notó algo curioso desde su ventana. Había huellas pequeñas y delicadas que cruzaban el jardín nevado y se perdían en el bosque.

«Lola, ¿qué crees que es?» preguntó Isabel a su amiga, una ardilla inquieta y curiosa que adoraba las semillas de girasol y que siempre la acompañaba en sus aventuras.

«No lo sé, Isabel, pero deberíamos investigar,» respondió Lola, agitando su cola peluda con emoción.

Isabel, abrigada con su chaqueta roja y su bufanda de lana, y Lola, con su pelaje resplandeciente, salieron sigilosamente al jardín, siguiendo las misteriosas huellas. La nieve crujía bajo sus pies y patitas mientras se adentraban en el oscuro bosque.

A cada paso, las huellas se volvían más intrigantes. De repente, un suave murmullo los envolvió. Era la voz de Lucas, un conejo de orejas largas y pelaje blanco como la nieve. Estaba observando atentamente las mismas huellas.

«¡Hola, Lucas! ¿Sabes de quién son estas huellas?» preguntó Isabel.

«No lo sé, pero parecen muy extrañas. Tal vez sean de la pequeña hada Elvira, que vive junto al lago,» sugirió Lucas con ojos chispeantes.

Guiados por las palabras de Lucas, Isabel y Lola continuaron su viaje hasta el lago helado. Allí, bajo la luz plateada de la luna, encontraron a Elvira, un hada diminuta con alas transparentes y brillantes, que jugaba sobre la superficie congelada del agua.

«¡Hola, Elvira! ¿Son tuyas estas huellas?» preguntó Isabel ansiosa.

Elvira, con su voz suave y melodiosa, respondió, «¡No son mías! Pero podría llevaros hasta el dueño. Las he visto dirigirse hacia la cueva mágica.»

Isabel, Lola y Lucas siguieron a Elvira hasta la cueva mágica, un lugar escondido entre las rocas donde la luz de la luna refulgía como en un cuento de hadas. Dentro de la cueva encontraron a Nico, un duende simpático y travieso, que estaba leyendo un libro de historias antiguas.

«¡Hola, amigos! ¡Fui yo quien dejó las huellas!» admitió Nico con una sonrisa pícara. «Estaba buscando mi sombrero mágico que perdí en la nieve.»

Isabel, aliviada y divertida, ayudó a Nico a encontrar su sombrero, que estaba escondido detrás de una roca. Era un sombrero verde con plumas de colores y campanillas que tintineaban suavemente.

«¡Gracias, Isabel! ¡Y gracias a todos!» dijo Nico feliz, mientras se ponía su sombrero y realizaba un giro triunfal.

Contentos y con el misterio resuelto, Isabel, Lola y Lucas regresaron al pueblo, donde la luna de cristal seguía brillando. Finalmente, pudieron dormir tranquilos y satisfechos, bajo el manto protector de la noche.

Moraleja del cuento «La luna de cristal y el misterio de las huellas en la escarcha»

El valor de la amistad y la curiosidad nos lleva a descubrir y resolver los misterios más grandes. Siempre es importante ayudarse unos a otros y nunca perder el asombro ante las maravillas que nos rodean.

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