La nieve que deseaba ser regalo
Una vez, en un pequeño pueblo envuelto en la paz de los inicios de diciembre, la nieve caía con una suavidad que parecía emular la danza de las hadas.
Al abrigo de esas montañas de esponjosos copos blancos, vivía en una humilde casa de techos inclinados y ventanas empañadas por el calor del hogar, una niña llamada Clara.
Con sus mejillas sonrojadas por el frío y ojos tan profundos y oscuros como una noche sin luna, poseía la curiosidad típica de su corta edad de ocho años.
Clara, entre juegos y risas, entabló un día una conversación con su abuelo Mateo, hombre sabio de barba espesa y ojos color glaciar.
«Abuelo», preguntó con inocencia. «Si la nieve pudiera pedir un deseo, ¿qué crees que desearía?» Mateo, mesando sus canas, le respondió con voz pausada y cálida: «Quizás desearía convertirse en un regalo, en algo que aun en su fugacidad, pudiese perdurar en los corazones que toca».
La respuesta de Mateo encendió la imaginación de Clara, que comenzó a soñar despierta con el destino de esos copos que morían en el suelo o se fundían en las manos.
Así, decidió que ese año haría realidad el deseo de la nieve, convertirla en un regalo eterno.
En el mismo pueblo, vivía Lucas, un joven carpintero de manos hábiles y sonrisa dulce, que forjaba figuras de madera capaces de capturar la esencia de la vida misma.
Clara se acercó a él con su pequeña petición.
«Lucas, ¿puedes ayudarme a hacer un regalo con la nieve?», dijo con voz temblorosa pero firme. Él, con su eterna gentileza, aceptó el reto, sin saber que aquel trabajo cambiaría su vida para siempre.
Los días pasaron, y mientras Clara recogía la nieve, Lucas tallaba una esfera de madera que contenía un paisaje invernal.
Con cada chip que caía, la esfera cobraba más vida y la niña conservaba su helado tesoro.
Hicieron falta muchas tardes frente al fuego y muchas charlas amenas para completar la obra.
«¡La nieve que deseaba ser regalo!», exclamó el abuelo Mateo al ver aquel mundo encapsulado, en el que la nieve se arremolinaba con solo girar la esfera.
Todos en la casa observaban maravillados cómo la nieve parecía cobrar vida propia dentro de aquel pequeño universo de madera y cristal.
Clara, con la ayuda de Lucas, decidió que sería un presente para todo el pueblo.
En la plaza, bajo luces, decoraciones y villancicos, presentaron la nieve eternizada y giratoria a sus vecinos, que acudieron curiosos y expectantes ante el rumor de un milagro.
La esfera pasó de mano en mano, y con cada giro, los rostros se iluminaban, los corazones se calentaban y los lazos entre ellos se fortalecían.
Clara miraba encantada cómo su regalo llenaba de alegría a los habitantes del pueblo y cómo la nieve, en su nueva forma, se convertía en un símbolo de unión y amor.
Mientras tanto, en la periferia del pueblo, vivía el viejo Thomas, un hombre solitario y huraño que había olvidado lo que significaba la Navidad.
La alegría y el bullicio le resultaban ajenos, e inmerso en su amargura, rechazaba cualquier atisbo de celebración.
Pero el destino quiso que Clara y Lucas, en su recorrido para compartir gratitud y buenos deseos, tocaran a su puerta.
Thomas, movido por una curiosidad que hacía mucho no sentía, abrió con cautela y se encontró frente a dos sonrisas esperanzadoras y una esfera que parecía contener el movimiento del universo.
Al tomarla, sintió un calor olvidado, lejano.
Vio en la esfera, con cada vuelta, no solo la nieve que caía sino también los recuerdos de una época en la que él también había sonreído.
Lágrimas silenciosas brotaron entonces de sus viejos ojos, mientras murmuraba un agradecimiento apenas audible.
Clara, feliz de ver el efecto mágico de su obsequio, susurró a Lucas: «Nuestro regalo es ahora más que nieve, es un puente entre el ayer y hoy, entre la soledad y la compañía».
Lucas asintió, compartiendo la emoción de Clara y del viejo que ahora parecía menos solo.
La Navidad en el pueblo no fue como las demás. El espíritu de la festividad tocó incluso a aquellos cuyos corazones parecían eternamente congelados.
Clara había regalado algo más que una esfera; había regalado la propia esencia de la Navidad a través de la nieve que una vez quiso ser un regalo.
Y así, año tras año, los vecinos recordaban esa Navidad como la ocasión en la que la nieve cayó no sólo sobre las calles y tejados, sino también sobre las almas, devolviendo la ilusión y el significado más profundo de estas fechas.
El tiempo pasó, y cada invierno, la esfera de Clara y Lucas ocupaba un lugar de honor en la plaza, renovando el hechizo de unión y afecto que la nieve había soñado para sí a través de los corazones de un pueblo entero.
Moraleja del cuento La nieve que deseaba ser regalo
Y la moraleja de esta historia, tejida entre copos y anhelos, nos recuerda que los regalos más valiosos no son aquellos que se tocan con las manos, sino aquellos que se sienten con el alma y perduran en el tiempo, trascendiendo incluso lo efímero de la nieve.
Abraham Cuentacuentos.