La noche tranquila y el canto de la luna para dormir

Breve resumen de la historia:

La noche tranquila y el canto de la luna para dormir En un pequeño pueblo escondido entre montañas y ríos tranquilos, vivían Clara y Javier, una pareja que acababa de darle la bienvenida a su pequeño hijo, Mateo. Mateo era un bebé largo, con grandes ojos curiosos y una sonrisa que iluminaba el corazón de…

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La noche tranquila y el canto de la luna para dormir

La noche tranquila y el canto de la luna para dormir

En un pequeño pueblo escondido entre montañas y ríos tranquilos, vivían Clara y Javier, una pareja que acababa de darle la bienvenida a su pequeño hijo, Mateo. Mateo era un bebé largo, con grandes ojos curiosos y una sonrisa que iluminaba el corazón de sus padres. Clara y Javier eran personas sencillas, llenos de amor y sueños para su pequeño.

Una noche, mientras la luna llena iluminaba con su suave resplandor las calles empedradas, Clara arrullaba a Mateo, quien parecía insomne aquella noche. Su balanceo era lento y rítmico, pero el pequeño Mateo no cerraba sus ojos. Javier, al ver la preocupación en el rostro de Clara, le dijo:

– Cariño, quizá un paseo bajo la luz de la luna le ayude a dormir.

Clara sonrió y, envuelta en una manta cálida, salió con Mateo en brazos. Las estrellas brillaban como pequeños diamantes en el cielo oscuro, y el aire fresco de la noche acariciaba sus rostros. Pasearon por la plaza del pueblo, donde una fuente de piedra susurraba canciones antiguas con el correr del agua.

De pronto, escucharon un sonido melódico que venía de un rincón mágico del pueblo, donde las casas cantaban historias de generaciones pasadas. Era el canto de una lechuza que, posada en la rama de un viejo roble, entonaba una canción de cuna.

– ¡Escucha, Mateo! -exclamó Clara con ternura- La lechuza te canta para que duermas.

Mateo, con sus grandes ojos llenos de curiosidad, observaba a la lechuza con atención. Pasaron unos minutos y el canto se volvió aún más suave, como si la luna misma hubiera decidido arrullar al pequeño Mateo. Javier, que los había seguido sigilosamente, llegó con una expresión de asombro.

– Parece que los habitantes de la noche están conspirando para que nuestro Mateo duerma, -susurró Javier, abrazando a Clara y al bebé.

El canto de la lechuza se detuvo un momento, y una luna traviesa apareció entre las nubes, proyectando una luz mágica sobre el jardín nocturno. Clara y Javier continuaron su paseo, deleitándose con el perfume de las flores nocturnas, mientras Mateo comenzaba a cerrar sus ojos, conquistado por los encantos de la noche.

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Pronto encontraron a Don Ernesto, un vecino anciano con una barba tan blanca como las primeras nevadas del invierno. Don Ernesto era conocido por sus historias encantadoras y su risa contagiosa.

– Buenas noches, queridos. ¿Qué les trae a pasear a estas horas? -preguntó con un guiño cómplice.

– Mateo no puede dormir y estamos buscando la manera de arrullarlo -respondió Clara, acunando al bebé que apenas retenía sus párpados abiertos.

Don Ernesto sonrió y miró al cielo estrellado. Con voz suave y cálida, comenzó a contar una historia sobre cómo las estrellas danzaban en parpadeos para guiar los sueños de los pequeños.

– ¿Sabías, Mateo, que cada estrella tiene un cuento para los bebés largos como tú? Escucha atentamente y verás cómo las estrellas te cantan también… -dijo, señalando el cielo.

Mateo, con los ojos entrecerrados, parecía escuchar con atención la narrativa de Don Ernesto. Clara y Javier sintieron cómo el ambiente se llenaba de una paz indescriptible. Decidieron sentarse en una banca cercana, mientras Don Ernesto seguía relatando su encantadora historia.

– Un día, la estrella más brillante del cielo se encontró con la Luna. Juntas, decidieron cantar una canción tan dulce que todos los niños del pueblo dormían en paz. Y así, cada noche, la Luna y la estrella cantan… -susurró la voz cansada de Don Ernesto.

El silencio se hizo cómplice de la magia de la noche. Mateo, finalmente, había cerrado sus ojos y su respiración se había vuelto profunda y tranquila. La luna brillaba intensamente, vigilando el sueño del pequeño.

Javier, acariciando la cabeza de Mateo, miró a Clara con amor y gratitud. Se dieron cuenta de que no estaban solos, que la naturaleza y sus vecinos compartían con ellos la tarea de cuidar y proteger a su pequeño.

– Vamos a casa, -dijo Javier con una sonrisa- Creo que Mateo está listo para dormir en su cuna.

Don Ernesto les deseó buenas noches y les observó alejarse con cariño. La luna seguía cantando su melodía silenciosa, cubriendo al pueblo con su luz plateada. Al llegar a su hogar, Clara y Javier acostaron a Mateo en su cuna, rodeado de amor y magia.

Clara susurró una vez más: – Dulces sueños, mi pequeño. Que la luna siempre vele por tus sueños.

Javier la abrazó, y juntos, se quedaron mirando a su hijo dormir plácidamente. La noche había sido tranquila, y el canto de la luna les había regalado un momento de paz y felicidad. Los tres, juntos, como una familia unida bajo el manto estrellado.

Al día siguiente, Clara y Javier contaron a todos en el pueblo sobre su noche mágica, y pronto, caminar bajo la luna se convirtió en la tradición para todos los padres y bebés largos del lugar. La luna y las estrellas siempre guardaban un cuento de cuna para compartir, asegurando noches tranquilas y sueños dulces.

Moraleja del cuento «La noche tranquila y el canto de la luna para dormir»

La naturaleza y la comunidad pueden ser siempre los mejores aliados para cobijar y proteger a nuestros pequeños, ofreciéndonos momentos de paz y felicidad compartida.

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Espero que estés disfrutando de mis cuentos.