La princesa del bosque encantado y el unicornio que custodiaba los sueños
Como esa niebla espesa que empezó a colarse entre los árboles del bosque…
Lenta. Silenciosa.
Con esa calma inquietante que tienen las cosas cuando vienen a desmontarlo todo.
Soplo de niebla y presagio
Al principio, nadie le dio importancia.
«Es solo niebla», decían.
Como si la niebla no pudiera tener secretos.
Yo, en cambio, no me fié.
El bosque tiene su manera de avisarte, y aquella vez algo en el aire sonaba mal, como una nota fuera de sitio.
Esa bruma… no era de las de siempre.
No desaparecía con el sol.
No traía frescor.
Traía olvido.
Silencio.
Y una punzada difícil de explicar, como si una mano invisible quisiera desenchufarte del lugar donde guardas la esperanza.
Porque no era solo niebla.
Era una promesa de oscuridad.
Y venía a por lo único que no deberías perder nunca: los sueños que te sostienen cuando todo lo demás se tambalea.
Eliana no era una princesa cualquiera.
Era una mezcla difícil de encasillar.
Ni princesa ni heroína.
Tenía las manos manchadas de tierra y el alma llena de luz.
A veces se adornaba el pelo con restos de flores secas y susurraba algo al primer árbol que veía al despertar.
No era un ritual, era cariño.
Eliana vivía donde el mundo aún susurra bajito y se respira tranquilidad.
Un bosque.
Un lugar donde los árboles te escuchan —de verdad—.
Es el espacio donde las luciérnagas cuidan una promesa hecha en voz baja.
Allí todo tenía su ritmo, su pulso.
Nada corría.
Nada gritaba.
Era un lugar que no necesitaba ser perfecto… porque ya era hogar.
Hasta que un día… dejó de sentirse así.
Y nadie supo explicar por qué.
Solo se notaba.
Como se nota cuando alguien que quieres empieza a apagarse.
A su lado estaba Acrion, un unicornio con alma de silencio y cuerpo de luz.
Parecía tejido con la niebla del amanecer y la firmeza de una tormenta que nunca pide permiso.
No decía mucho.
Pero cuando lo hacía, el corazón —ese terco tambor— se tomaba una pausa solo para escuchar.
Entre Eliana y Acrion no hacían falta palabras.
Se entendían con miradas, con gestos pequeños, con la calma de quien ha compartido demasiadas lunas.
A veces bastaba un movimiento de cabeza para saber que el otro pensaba lo mismo.
Su cuerno no era un adorno.
Era un faro.
Uno que protegía los sueños de quienes dormían cerca de él.
Y no solo los protegía: los alimentaba.
Una tarde cualquiera, sin aviso ni drama, el bosque se quedó sin voz.
Y si alguna vez has estado en un lugar que canta con cada rama… Sabes que ese tipo de silencio grita.
Había llegado Severo.
No en persona, sino en presencia.
El aire se volvió denso, casi líquido.
El olor a musgo fresco se mezcló con algo agrio, desconocido.
Hasta la luz pareció apartarse, como si temiera mirar.
El tipo no entendía de belleza ni de bondad.
Solo le importaba el poder.
Y el de Acrion le brillaba demasiado.
Todo perdió brillo de golpe.
El bosque se volvió ceniza.
No había fuego, pero todo ardía por dentro.
Las flores, ciegas. Los árboles, mudos.
La niebla… más espesa que nunca.
—Esto no va a quedarse así —dijo Eliana mientras recogía un puñado de tierra seca entre las manos.
—Necesitaremos más que coraje. Necesitaremos luz —respondió Acrion, como si estuviera leyendo una canción escrita por el destino.
Y así empezó todo.
El viaje hacia la Montaña del Olvido
El Lirio de Luna.
Ese era el nombre que Acrion susurró como si fuera un hechizo.
Una flor que solo florece cuando el cielo llora claridad y la montaña se queda sin memoria.
La Montaña del Olvido no estaba cerca.
Ni era fácil.
Pero cuando algo dentro de ti se apaga, el cuerpo se pone en marcha antes que la mente.
Eliana y Acrion salieron sin mirar atrás.
El camino era largo, lleno de grietas que parecían susurrar sus propios miedos.
No había dragones ni gigantes.
Lo que encontraron fue peor: el cansancio, las dudas, la tentación de rendirse.
En mitad de la travesía, llegaron a un claro que respiraba despacio, como si el bosque guardara aire para ellos.
Las hadas estaban allí.
Las verdaderas.
No las de las historias dulces, sino las que dejan cicatrices y enseñanzas.
—No estáis solos. La magia de verdad nunca camina sin testigos —dijo una de ellas, y su voz parecía entrar en la piel sin pedir permiso.
Les ofrecieron un atajo.
No de esos que ahorran sufrimiento, sino los que obligan a mirarte de frente.
Eliana aceptó.
Porque el tiempo, cuando el alma duele, pesa distinto.
El ascenso a la Montaña del Olvido fue un espejo sin compasión.
Cada paso sacaba algo que ella creía enterrado.
Los recuerdos, los errores, los rostros que prefería no recordar.
El suelo temblaba con todo eso, pero seguir era la única manera de no quedarse atrapada.
Cada paso era una decisión. Cada criatura que salía al paso, una versión oscura de algo que alguna vez fue luz.
Eliana no empuñaba espadas.
Empuñaba verdades.
Y eso, amigo mío, quema más que cualquier acero.
La batalla de la luz y la sombra
Al llegar a la cima, ahí estaba.
El Lirio de Luna.
Y también él: Severo, en carne, sombra y silencio.
—¿De verdad pensabais ganar esta partida con flores? —se burló.
Y ahí empezó la batalla que no verás en libros de historia.
Porque fue una batalla sin espadas ni flechas.
Fue una lucha de convicciones.
Severo lanzaba oscuridad.
Acrion respondía con recuerdos.
Eliana, con su voz.
Una voz que recordaba a cada criatura del bosque quién era.
Una voz que, aunque temblaba, no se rompía.
Acrion miró a Eliana.
En sus ojos no había duda, solo cansancio y una ternura que dolía.
Dio un paso adelante.
Cerró los ojos, apoyó el cuerno sobre el Lirio y lo ofreció todo.
No con fuerza, sino con fe.
Una luz blanca lo cubrió todo.
Y Severo… se esfumó, como un mal sueño que ya no encuentra a quién asustar.
Desde entonces, el bosque canta con más fuerza.
La niebla, cuando regresa, ya no asusta: solo recuerda.
Eliana no volvió a ser solo una princesa.
Fue la que recordó a todos que los sueños se defienden con ternura y garras si hace falta.
Y Acrion… bueno, dicen que cuando alguien se duerme cerca del lago, sueña con él.
Y que esos sueños huelen a esperanza recién nacida, como la luz después de la niebla.
Moraleja del cuento «La princesa del bosque encantado y el unicornio que custodiaba los sueños»
La oscuridad no siempre viene a destruirte; a veces solo quiere saber si aún recuerdas quién eres.
Cuando olvidas lo que amas, te vas apagando sin darte cuenta.
Pero si lo recuerdas, incluso un hilo de luz basta para encenderlo todo.
Porque la verdadera fe no se grita: se sostiene, aunque tiemble.
Abraham Cuentacuentos.

















