La princesa guerrera del reino del norte
En las gélidas y lejanas tierras del reino del Norte, habitaba una princesa de inigualable valentía.
Su nombre era Astryd, poseedora de cabellos como la noche más oscura y ojos tan claros como el hielo eterno de sus dominios.
No era la suya una belleza frágil, como la de las flores primaverales, sino una belleza forjada en determinación y fuerza, un reflejo de su espíritu indomable.
Astryd creció bajo la tutela de su padre, el rey Balder, gobernante justo y amado por su gente.
Su madre, la reina Elanor, le había legado su sabiduría y amor por la naturaleza.
Desde niña, Astryd aprendió el arte de la espada y la estrategia, pues su padre siempre decía: «En nuestro mundo, incluso una princesa debe estar preparada para luchar».
Un día, un oscuro presagio se cernió sobre el reino.
Un dragón despertó en las montañas vecinas, sumiendo en el terror a todos los poblados a su alrededor.
Astryd, sin pensarlo dos veces, se colocó su armadura, empuñó su espada y partió en busca de la fiera.
«He visto en ti la fuerza de un guerrero y la bondad de una líder», expresó Balder mientras miraba a su hija prepararse para la partida. «Confío en que encontrarás el modo de proteger nuestro pueblo y vencer al monstruo».
La princesa cabalgó varios días y noches atravesando bosques y montañas, enfrentando tormentas y criaturas de la noche, hasta que finalmente alcanzó la morada del dragón.
La bestia era colosal, con escamas como placas de acero y ojos que ardían como carbón.
Sin embargo, Astryd no mostró temor; su corazón era tan fuerte como los muros de su castillo.
El combate fue épico. La princesa esquivaba y contraatacaba con agilidad, mientras el dragón rugía y lanzaba llamaradas.
En el fragor de la lucha, la princesa notó algo extraño en el comportamiento del dragón: parecía evitar dañarla a toda costa.
Era como si la bestia luchara por una razón muy diferente a la simple destrucción.
En un audaz movimiento, Astryd desarmó su espada y se acercó al dragón con la palma de la mano extendida.
«Hablemos, criatura. Dime qué te aflige», dijo la princesa, con una voz que llevaba la firmeza de la diplomacia y no el grito de la guerra.
Para su sorpresa, el dragón se calmó y comenzó a relatar su historia.
Había sido hechizado por un mago oscuro, obligado a aterrorizar las tierras del norte.
La princesa escuchaba atentamente, mientras un plan comenzaba a formarse en su mente.
«Liberarte de esta maldición es mi objetivo», aseguró Astryd, «pero necesitaré tu ayuda».
Juntos, el dragón y la princesa unieron sus fuerzas para buscar al mago oscuro y romper el hechizo.
La búsqueda los llevó de vuelta al reino, donde el mago había tomado como rehén al rey Balder, con un ejército de sombras a su mando.
Astryd sintió la furia arder dentro de su pecho, pero recordó las lecciones de su madre: «La ira te hará fuerte, pero solo la paciencia y la astucia te conducirán a la victoria».
Con una audacia sin igual, Astryd y su nuevo aliado, al que llamó Sombra alada, planearon un ataque sorpresa.
Utilizando la habilidad de vuelo del dragón, realizaron una ofensiva aérea que descolocó al mago y sus siervos.
«¡No permitiré que desgarres el corazón de mi hogar!», exclamó Astryd, cargando contra el mago oscuro con una destreza que dejaba ver cada hora de su riguroso entrenamiento.
El mago, sorprendido por el coraje de la princesa y la imponente ayuda del dragón, se encontró acorralado.
En un último intento desesperado, lanzó un poderoso conjuro contra Astryd.
No obstante, Sombra alada se interpuso, recibiendo el impacto del hechizo.
Con el mago debilitado, Astryd logró acercarse lo suficiente como para destruir el cetro que le otorgaba su poder.
Sin su bastón mágico, el mago fue vencido y el hechizo sobre el dragón se rompió.
El rey Balder fue liberado y el reino del Norte celebró la victoria de su valiente princesa.
«Hoy no solo has salvado a tu tierra, sino que has ganado un amigo inolvidable», expresó el rey al ver el vínculo especial entre Astryd y Sombra alada.
Con la amenaza erradicada, el dragón podía volver a la tranquilidad de sus montañas.
No obstante, había encontrado un lugar en su corazón para Astryd y su pueblo, y decidió quedarse cerca, vigilante y protector, dispuesto a volar al lado de la princesa en cualquier batalla futura.
La paz floreció en el reino y Astryd continuó su entrenamiento, no solo en las artes marciales sino también en las de la gobernanza.
Su sabiduría crecía día con día, y la princesa guerrera se convirtió en una leyenda, no solo por su valentía en el combate, sino también por su liderazgo y bondad.
Los años pasaron y, finalmente, Astryd fue coronada reina.
Su reinado fue justo y próspero, lleno de aventuras junto a Sombra alada, pero también de tiempos de paz y prosperidad para su gente.
La reina guerrera no solo era respetada sino inmensamente querida, pues en cada decisión que tomaba, siempre ponía el bienestar de su reino por delante del suyo propio.
Moraleja del cuento «La princesa guerrera del reino del norte»
En cada rincón del reino del norte, el cuento de Astryd y Sombra alada se contaba como inspiración.
La historia de la princesa guerrera enseñaba que el verdadero valor no yace en la fuerza bruta sino en el coraje de entender al otro, en la voluntad de buscar la paz antes que la guerra y en la firme decisión de actuar con justicia y compasión.
Quienes escuchaban la historia aprendían que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y la amistad pueden ser la luz que disipe las sombras.
Abraham Cuentacuentos.