Cuento: La Sombra de la Luna

Breve resumen de la historia:

En Bahía Oscura, un pueblo costero envuelto en misterio, una figura surgió del mar con ojos helados que parecían devorar el alma. Y tres adolescentes se enfrentan a su terror ancestral conocido como la Sombra de la Luna.. Esta historia es ideal para adolescentes y jóvenes que disfrutan del terror y el misterio.

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Cuento: La Sombra de la Luna

La Sombra de la Luna

En un pequeño pueblo costero llamado Bahía Oscura, las noches parecían más largas que en cualquier otro lugar.

Allí, el mar no era solo un espectáculo natural, sino un protagonista silencioso de las historias más inquietantes que se susurraban en la taberna, bajo las luces mortecinas de los candiles.

Ninguna era más aterradora que la leyenda de la Sombra de la Luna.

Se decía que, en las noches de luna llena, una figura surgía del océano como una aparición maldita.

No era humana, aunque caminaba como tal.

Nadie que la hubiese visto de cerca vivió para describirla con precisión, pero los pocos testimonios hablaban de una forma alta y desgarbada, con un cuerpo que parecía estar compuesto de pura oscuridad.

Sus ojos, según contaban, brillaban como dos lunas invertidas, pero con una frialdad que helaba el alma.

La leyenda había recorrido generaciones.

Los mayores advertían a los jóvenes que nunca salieran de casa durante las noches de luna llena.

Pero como en todas las historias, siempre había escépticos.

Diego, un chico de diecisiete años con una mente lógica y un carácter temerario, era uno de ellos.

—Son cuentos para asustar a los niños —decía con una sonrisa arrogante a sus amigos Pablo y Carmen, mientras la abuela de esta última les advertía una vez más sobre la Sombra de la Luna.

—Diego, no te burles —dijo Carmen, más supersticiosa que su amigo. Sus ojos oscuros reflejaban una pizca de inquietud.
—Es solo el miedo lo que mantiene viva esa historia —respondió Diego, cruzando los brazos.

—¿Y si no es solo una historia? —intervino Pablo, quien, aunque también dudaba, no podía ignorar los relatos inquietantes de los pescadores sobre las desapariciones en la bahía.

Fue entonces cuando Diego propuso un plan.

—Vamos a salir esta noche. Durante la luna llena. Quiero demostraros que no hay nada ahí fuera más que el viento y las olas.

Carmen dudó, pero su orgullo no le permitió negarse. Pablo, más por miedo a quedarse solo que por valentía, aceptó también.

La noche de la luna llena

La medianoche llegó con un silencio opresivo. La luz de la luna, alta y redonda en el cielo, bañaba el pueblo con un brillo pálido que hacía que todo pareciera más siniestro.

Las calles estaban vacías, como si el pueblo entero hubiese sido abandonado.

Los tres amigos caminaron por la plaza central, donde las sombras de las farolas se alargaban grotescamente sobre los adoquines.

Todo parecía tranquilo, pero había algo en el aire, una sensación de ser observado, que ninguno se atrevió a mencionar en voz alta.

—¿Veis? —dijo Diego, rompiendo el silencio con un tono confiado—. Nada fuera de lo normal.

Pero Carmen se detuvo de golpe.

—¿Escucháis eso? —susurró.

El grupo se quedó en silencio.

En la lejanía, el viento traía un sonido extraño.

Un susurro, un lamento… como si alguien cantara una melodía rota desde el océano.

—Será el viento —intentó justificar Diego, aunque por primera vez su voz flaqueó.

Siguieron caminando hacia la playa, donde las olas rompían contra la orilla con una monotonía hipnótica.

Pero a medida que se acercaban, el aire parecía más frío, como si la misma luna estuviera drenando el calor del mundo.

Y entonces la vieron.

La aparición

Una figura emergió lentamente del agua.

Su cuerpo era oscuro, tan oscuro que parecía absorber la luz de la luna.

Era alta, más alta que cualquier humano, y sus movimientos eran torpes pero inquietantemente rápidos.

Sus ojos, dos círculos brillantes de un blanco helado, se clavaron en ellos.

Carmen dejó escapar un grito ahogado, y Pablo retrocedió con las manos temblorosas.

—¡Corramos! —gritó Diego, empujándolos hacia las calles del pueblo.

El grupo corrió con todas sus fuerzas, pero no importaba lo rápido que se movieran: cada vez que miraban hacia atrás, la figura parecía estar más cerca, deslizándose de una manera antinatural, como si no necesitara caminar.

Cuando llegaron a una calle estrecha, Diego se detuvo en seco.

—¡No podemos seguir corriendo! Si no hacemos algo, nos atrapará.

—¿Qué vamos a hacer contra eso? —sollozó Carmen, temblando.

Diego miró a su alrededor desesperado, y sus ojos se posaron en la linterna que Pablo llevaba colgada de su mochila.

—La luz —dijo de repente, recordando las leyendas que mencionaban cómo la luna llena protegía a los habitantes del pueblo.

Agarró la linterna y, cuando la figura apareció al final de la calle, apuntó directamente a sus ojos brillantes.

La criatura soltó un gruñido agudo, un sonido que pareció rasgar el aire.

Retrocedió un par de pasos, retorciéndose como si la luz quemara su esencia.

—¡Es vulnerable a la luz! —gritó Diego—. Necesitamos más.

El enfrentamiento final

Corrieron hacia la casa de Carmen, donde sabían que su abuelo guardaba viejas lámparas de gas y una caja de fuegos artificiales.

Encendieron todo lo que encontraron: linternas, luces de bicicleta, incluso las velas de emergencia que Carmen tenía guardadas.

La criatura, mientras tanto, rodeaba la casa, golpeando las ventanas con una fuerza que hacía temblar los cristales.

Cada golpe resonaba como un tambor, haciendo que el corazón de los chicos latiera con fuerza descontrolada.

—Cuando entre, encendemos todo al mismo tiempo —ordenó Diego, mientras colocaba los fuegos artificiales en dirección a la puerta principal.

No tuvieron que esperar mucho. La puerta cedió con un crujido seco, y la criatura entró, llenando la estancia con su oscuridad antinatural.

—¡Ahora! —gritó Diego.

Todas las luces se encendieron al unísono, bañando a la criatura en un resplandor cegador.

La Sombra de la Luna soltó un alarido tan intenso que hizo que los oídos de los chicos se llenaran de un zumbido.

Su cuerpo comenzó a retorcerse, como si intentara escapar de la luz, hasta que finalmente colapsó en una nube de oscuridad que se disolvió en el aire.

El silencio volvió a reinar en la casa.

El día después

Cuando el sol salió, los tres amigos caminaron por el pueblo, sintiendo que algo había cambiado.

Los habitantes, al enterarse de lo que habían hecho, los miraban con una mezcla de asombro y gratitud.

La Sombra de la Luna nunca volvió a aparecer en Bahía Oscura, pero la historia de cómo tres adolescentes enfrentaron a un terror ancestral se convirtió en una nueva leyenda.

Diego, Pablo y Carmen aprendieron que el miedo es poderoso, pero la luz —ya sea la de una linterna o la de un corazón valiente— siempre puede disipar la oscuridad.

Moraleja del cuento «La sombra de la Luna»

El verdadero coraje no consiste en no sentir miedo, sino en enfrentarlo con inteligencia y determinación. Incluso la oscuridad más aterradora puede ser vencida cuando confiamos en nuestra luz interior y trabajamos en equipo.

A veces, lo desconocido parece invencible, pero siempre hay una forma de combatirlo si mantenemos la calma y no perdemos la esperanza.

Abraham Cuentacuentos.

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