Los duendes malvados que se aliaron con una bruja
En un pequeño y recóndito pueblo llamado Villanueva, rodeado de frondosos bosques y montañas majestuosas, vivía una mujer enigmática llamada Casilda. De cabello grisáceo que caía en suaves ondas sobre sus hombros y ojos de un verde tenue, Casilda era conocida por sus habilidades místicas y su sabiduría ancestral. Sus vecinos la respetaban y temían a partes iguales, pues en aquellos tiempos las brujas eran vistas con desconfianza, pero nadie podía negar los favores y curaciones que emanaban de sus pociones y encantamientos.
Un día, un grupo de duendes malvados conocido por sembrar el caos en las aldeas vecinas, llegó al bosque de Villanueva. Estos duendes, liderados por el temible Haroldo, poseían un ingenio retorcido y una destreza notable para los encantamientos oscuros. Haroldo, con su voz susurrante y su porte inquietante, decidió acercarse a Casilda con una propuesta peligrosa.
«Bruja Casilda,» llamó Haroldo con una sonrisa maliciosa, «tenemos un trato que te resultará de lo más ventajoso.»
Casilda, desde su humilde cabaña rodeada por un jardín de hierbas y flores mágicas, observó al duende con curiosidad. Vestía una capa negra que contrastaba con su piel pálida, sus ojos resplandecían con astucia y maldad. Sin hablar, lo invitó a continuar.
«Estamos planeando una travesura mayor,» continuó Haroldo, «una travesura que pondrá a este pueblo de rodillas. Nos vendría bien la ayuda de una bruja tan poderosa como tú.»
Los ojos de Casilda destellaron con un brillo de determinación. Sabía quién era Haroldo y lo que sus duendes eran capaces de hacer, pero también tenía un interés en escuchar más. Sabía que los duendes poseían tesoros escondidos y conocimientos arcanos que podrían ser de gran valor.
«¿Y qué ganaré yo con tu oferta?» preguntó Casilda, sus labios formaron una fina línea.
«Alegría indefinida,» respondió Haroldo, «y la posibilidad de acceder a nuestros secretos de inmortalidad.»
El trato llevaba promesas y peligros. Casilda aceptó con la condición de que ella controlaría la naturaleza de las travesuras. Durante semanas, la colaboración entre la bruja y los duendes comenzó a causar revuelo en Villanueva. Las cosechas se marchitaban, los animales se agitaban y los aldeanos vivían en constante estado de ansiedad.
Marta, una joven y valiente residente del pueblo, decidió que tenía que ponerle fin a esto. De figura esbelta y mirada decidida, Marta nunca había sentido temor a enfrentarse a lo desconocido. Una noche, decidió acercarse a la cabaña de Casilda por respuestas.
«Bruja Casilda,» gritó Marta desde la entrada, «¡tienes que detener esto! El pueblo sufre y sabemos que tú y los duendes estáis detrás de estas desgracias.»
Casilda, sorprendida por la valentía de Marta, salió a su encuentro. «¿Y qué propones que haga, muchacha?» preguntó mientras sus ojos verdes penetraban la alma de la joven.
«Quiero ayudarte a cambiar,» dijo Marta sincera. «Demuestra al pueblo que también puedes hacer el bien… Pero primero tenemos que deshacernos de esos duendes.»
La bruja suspiró profundamente, consciente de las implicaciones de sus acciones. «Haroldo es poderoso, su magia es oscura,» advirtió Casilda, «pero con tu determinación y mi conocimiento, podemos ganar.» Juntas, elaboraron un plan para desterrar a los duendes malvados y restaurar la paz en Villanueva.
Una noche sin luna, Marta y Casilda avanzaron hacia el campamento de los duendes. Con pociones y encantamientos, se prepararon para enfrentar al temible Haroldo y sus secuaces. Al llegar, los duendes se encontraban en medio de un ritual oscuro que Casilda comprendió rápidamente.
«¡Ahora, Marta!» gritó Casilda mientras lanzaba un polvo brillante sobre los duendes. «Este es el momento.»
Marta, con un coraje inflamado, lanzó una poción especial sobre Haroldo. Al instante, el duende comenzó a retorcerse y su voz se transformó en chillidos de desesperación. Todo el acto se llenó de una luz cegadora, y cuando la claridad finalmente volvió, los duendes habían desaparecido.
El bosque quedó en silencio. Casilda miró a Marta con una sonrisa agradecida. «Lo hemos logrado,» susurró, «Haroldo y sus duendes ya no atormentarán más a este pueblo.»
Con el tiempo, la gente del pueblo empezó a ver a Casilda con nuevos ojos. Agradecieron su ayuda y reconocieron su valentía. Casilda cambió sus métodos y usó su magia para prosperar Villanueva. Las cosechas crecieron más vibrantes que nunca y los animales volvieron a su paz habitual. La bruja y Marta formaron un vínculo indestructible y juntas trabajaron para mantener su hogar protegido y próspero.
Con los años, la cabaña de Casilda se convirtió en un lugar de sanación y esperanza, y así, el miedo que alguna vez sintieron se transformó en respeto y amor. Villanueva floreció gracias a la magia benévola de Casilda y a la valentía de Marta. La vida continuó, pero el recuerdo de los duendes malvados que se aliaron con una bruja siempre recordó a todos la importancia de elegir el bien sobre el mal.
Moraleja del cuento «Los duendes malvados que se aliaron con una bruja»
La verdadera magia no reside en los poderes oscuros, sino en el coraje de aquellos que eligen hacer el bien y en la capacidad de redención cuando se desanda el camino equivocado. Siempre existe la oportunidad de transformar el mal en bien a través del valor, la sabiduría y la bondad del corazón.