Cuento: «Nadie mira al burro» En un rincón polvoriento de un pequeño pueblo, había un burro llamado Ramiro. Su pelaje gris, surcado por el sol ardiente de la tarde, eracondecedoramente precioso, aunque los ojos de los habitantes del lugar parecían siempre posarse en otras cosas. «Mira esas cabras tan alegres», decían algunos mientras Ramiro esperaba…

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Revisado y mejorado el 27/05/2025

Nadie mira al burro

Cuento: «Nadie mira al burro»

En un rincón polvoriento de un pequeño pueblo, había un burro llamado Ramiro. Su pelaje gris, surcado por el sol ardiente de la tarde, eracondecedoramente precioso, aunque los ojos de los habitantes del lugar parecían siempre posarse en otras cosas. «Mira esas cabras tan alegres», decían algunos mientras Ramiro esperaba pacientemente atado bajo el olivo que proyectaba sombra pero no cariño.

A cada nuevo amanecer, se despertaba al son de una sinfonía silenciosa; su amigo Joaquín, un niño risueño de apenas diez años, siempre estaba ahí. “Buenos días, Ramiro”, solía susurrarle acariciando su hocico húmedo. Era su confidente y compañero; el único capaz de escuchar los sueños intrépidos que nacían en el corazón del pequeño.

Un día caluroso de verano, la madre de Joaquín le contó sobre una feria que llegaría al pueblo: atracciones y juegos maravillosos que embelesarían a grandes y chicos. «¿Podremos ir juntos?», preguntó Joaquín con esperanza. Pero aquel brillo se apagó cuando recordó cómo la vida a menudo decía no a lo que más anhelaba.

Al día siguiente, entre risas y curiosidad, deslizaron al burro entre multitudes que llenaban las calles. La risa invadía todo cuando apareció Ramiro con sus alas improvisadas. Todos lo miraban sorprendidos; nadie nunca pensó ver algo tan extraño y hermoso. Los murmullos flotaban: “¿Pero qué hace ese burro aquí?” Aun así, miradas graciosas resplandecieron en los corazones desprevenidos.

Una mujer mayor se acercó al grupo y rió sin tregua. “Eres el más valiente”, le dijo a Ramiro acariciándole las orejas con ternura hasta provocar su bocina soñadora. La vitalidad rodeaba al burro como si él fuera el centro de ese pequeño universo olvidado donde las risas comenzaban a dar sentido a lo vivido en silencio.

Y fue así como se hizo camino para encontrar luz donde había oscuridad; antes invisible ante los ojos ajenos, ahora Ramiro era visto no solo como un burro sino como un símbolo. Su nobleza unida a la audacia del niño encantaron poco a poco el espacio compartido entre ellos e hicieron renacer un respeto por aquellos seres sencillos que nos hacen recordar nuestra propia humanidad.

Moraleja: «Nadie mira al burro»

En este rincón del mundo sincero y puro,
donde los sueños aún resuenan sin apuro,
cuidemos esos amigos callados,
en ellos habitan tesoros olvidados.
No sean invisibles por estar atados,
dales tu mirada, pues son compañeros consagrados.

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