La aventura de Santa Claus en la deslumbrante ciudad de las luces
Era la víspera de Navidad cuando la pequeña y olvidada ciudad de Lumina, conocida por algunos como la ciudad de las luces, se preparaba para una noche de festividades.
A pesar de su nombre, Lumina había perdido mucho de su resplandor años atrás debido a una crisis económica que obligó al cierre de la fábrica de bombillas, su principal fuente de ingresos y orgullo.
Los rostros de sus habitantes, antes alegres y luminosos, se habían tornado taciturnos y grises, coincidiendo con la penumbra que ahora envolvía las calles.
Entre las sombras, unos ojos destellantes observaban: eran de Nico, un muchacho de cabellos como hebras de cobre y un corazón más grande que su miedo a la oscuridad.
Esa noche, decidió que sus vecinos necesitaban un milagro navideño.
Mientras tanto, en otra esfera de existencia, Santa Claus, que había estado revisando su lista de buenos y malos, reparó en la peculiar ciudad de Lumina.
Este año, la tinta se había impregnado más profundo en los nombres de esa ciudad, indicando un añorado deseo de iluminación.
Santa sabía que esta Navidad, debía hacer algo especial.
De vuelta en Lumina, Nico ya tenía un plan.
Con ayuda de su hermana Eva, una joven de rostro suave y manos habilidosas, buscarían la forma de devolverle la luz a la ciudad.
Mientras los copos de nieve comenzaban a caer lentamente, empezaron a trabajar en secreto, recolectando cuanta vela y pitillera encontraban.
La noche avanzaba, y los hermanos decoraron plazas y calles con su colección de luces tenues.
A pesar de los esfuerzos, Lumina parecía seguir sumida en un sueño oscuro.
Sin embargo, de alguna manera, la esperanza empezó a palpitar en el aire frío.
Entretanto, el trineo mágico se posaba en las afueras de la ciudad.
Santa, con una bolsa de juguetes al hombro y un gesto de determinación en su barba blanca, pisaba la nieve que crujía bajo sus botas.
Había algo diferente en esta visita; no solo dejaría regalos bajo los árboles, sino también un regalo mucho más grande y necesario.
Su primera parada fue en casa de Nico y Eva.
Al abrir sus ojos al alba de Navidad y hallar un viejo farol restaurado junto con una nota de Papá Noel, el asombro les llenó el alma.
La nota decía: «Para que la luz vuelva a brillar».
Inspirados, los hermanos corrieron a la plaza principal, el farol en alto, reluciendo como un faro.
Los ciudadanos, atraídos por el resplandor, se conglomeraron alrededor de Nico y Eva, y sin necesidad de palabras, emprendieron la tarea de encender cada uno de los faroles olvidados de la ciudad.
Uno a uno, los candiles se encendían, y con ellos, los corazones de cada vecino se iluminaban. Lumina comenzaba a despertar.
Mientras el sol se elevaba, los ciudadanos de Lumina experimentaron un amanecer como ningún otro.
A través de la bruma del amanecer, se podían ver figuras de formas variopintas y colores vívidos, colocadas estratégicamente por toda la ciudad.
Eran regalos de Santa, pero no solo juguetes para los niños; eran bombillas nuevas para cada hogar y la promesa de un nuevo comienzo.
A mediodía, con los faroles aún brillando simbólicamente, la ciudad entera celebraba su renacimiento.
La fábrica de bombillas abrió sus puertas de nuevo, reavivando la industria y la esperanza de todos.
Fue una jornada festiva sin igual, donde la risa y la música llenaron el ambiente de nuevo, como en los viejos tiempos.
El espíritu navideño había obrado su milagro en Lumina, gracias al coraje de dos niños y la magia de Santa.
Pero el día guardaba aún una sorpresa más; cuando creían que todo estaba hecho, un suave zumbido comenzó a oírse por encima de las risas.
Desde el horizonte, una luz intensa se acercaba.
Los habitantes, incrédulos, se frotaban los ojos.
Ante ellos, iluminando el cielo, se materializó la poderosa silueta de Santa Claus en su trineo, conducido a través de las estrellas.
Su voz resonó, llena de alegría: «¡Feliz Navidad, ciudad de las luces! ¡Que vuestra esperanza alumbre siempre vuestro camino!»
Nico y Eva, de manos dadas, sonreían bajo la nieve que caía suavemente.
Santa Claus les había enseñado que incluso en los momentos más oscuros, la luz de un solo acto de bondad puede encender la chispa que caldee los corazones y haga brillar de nuevo una comunidad entera.
Con el crepúsculo, las luces de Lumina centelleaban, ahora más radiantes que nunca.
Las familias se reunían, compartiendo historias y dulces, mientras los niños jugaban alrededor del gran pino de Navidad, iluminado por innumerables bombillas parpadeantes.
En esa Navidad, Lumina no solo recuperó su fulgor; encontró algo mucho más valioso: la unidad, la solidaridad y la generosidad que antaño gobernaban su espíritu.
Y así, rodeados de luces, la ciudad más resplandeciente no era aquella cuya luminiscencia provenía de las bombillas, sino de los corazones de sus habitantes.
A medida que la noche caía y las estrellas comenzaban a parpadear en el frío cielo de diciembre, cada niño, mujer y hombre en Lumina se tomó de las manos alrededor del pino central, ofreciendo en un susurro palabras de agradecimiento y deseos para un futuro prometedor.
Papá Noel, desde su trineo en lo alto, contemplaba la estampa conmovido.
Sus ojos brillaban, reflejando cada destello de las luces de la ciudad.
Lumina era un lugar distinto ahora; y aunque la noche era profunda y estrellada, la verdadera luz estaba en la tierra, vacilante y cálida en el solaz de sus moradores.
La nieve seguía cayendo, vistiendo de blanco los techos, las calles y los corazones de quienes habían experimentado el milagro.
n las escarchadas ventanas, los niños pegaban sus narices, esperanzados, sabiendo que había más magia en el mundo de lo que sus jóvenes mentes podían comprender.
Mientras la ciudad de las luces se sumía en el sueño de una noche de paz, la leyenda de esa Navidad comenzó a extenderse, prometiendo que quien visite Lumina, encontrará una estrella guía en cada sonrisa y sabrá que la más pequeña llama puede derretir el hielo más gélido y abrigar el alma del mundo.
Y así, cada año desde aquel mágico día, la Navidad en Lumina se convirtió en una celebración no solo del nacimiento del niño Jesús sino también del renacer del espíritu humano, de la bondad, la solidaridad y la luz interior de cada ser.
Las viviendas se poblaban de luces, no como un mero adorno, sino como un símbolo perpetuo de que, independientemente de las sombras que la vida pueda arrojar, siempre habrá una luz esperanzadora en algún lugar, esperando ser encendida por el toque de la navidad.
Moraleja del cuento Santa Claus en la ciudad de las luces
La luminosidad de una comunidad no se mide en vatios o bombillas, sino en la capacidad de cada corazón de propagar esperanza y generosidad.
Porque incluso en las noches más oscuras, un simple acto de bondad puede ser el farol que guíe a todo un pueblo hacia un amanecer radiante.
Abraham Cuentacuentos.