Susurros en la casa abandonada la noche de Halloween

Susurros en la casa abandonada la noche de Halloween

Susurros en la casa abandonada la noche de Halloween

Era una noche oscura y misteriosa, la típica de Halloween, cuando las hojas crujían bajo los pies y la luna llena iluminaba el sendero entre los árboles. En el pequeño pueblo de Valle Sofía, un grupo de cinco adolescentes decidió que era el momento perfecto para hacer algo emocionante: explorar la legendaria Casa del Olvido. Se decía que la casa estaba embrujada y que los ecos de sus antiguos moradores aún susurraban en sus pasillos.

Ana, la más entusiasta del grupo, se adelantó mientras sus amigos la seguían con una mezcla de temor y emoción. Tenía el cabello rizado y rebelde que siempre parecía desafiar la gravedad, y una risa contagiosa que invitaba a la aventura. “¡Vamos! No hay nada que temer. Solo son cuentos de pueblo”, exclamó, dándole un toque optimista a la situación. Sus ojos brillaban con valentía.

Martín, un chico alto que siempre llevaba una gorra hacia atrás, miró nerviosamente a su alrededor. “¿No crees que deberíamos escuchar los relatos de los ancianos? Aquellos ojos brillantes en la oscuridad… ¿y si son más que cuentos?” Su voz temblaba un poco, pero derechamente sus preguntas resonaban más como un intento de ocultar su inquietud que como un comentario sincero.

“Lo que necesitamos es un buen susto”, agregó Clara, una chica con una gran pasión por el arte gótico, que se había pintado las uñas de negro y llevaba un vestido que casi parecía de otra época. “Quiero ver un fantasma de verdad”, insistió, levantando su linterna de forma teatral, mientras un pequeño grupo de murciélagos sobrevolaba su cabeza.

Luis, el más pragmático del grupo y un amante de los videojuegos de terror, se cruzó de brazos, tratando de aparentar seguridad. “No creo en fantasmas. Solo en los bugs de los juegos. Pero si hay algo ahí dentro, apuesto a que no es nada bueno,” dijo, intentando ocultar su propia inquietud bajo una capa de escepticismo.

La última de las chicas, Sofía, quien paseaba por la vida con una actitud relajada y un halo de misterio, sólo sonrió. Tenía un aire enigmático que hacía que todos se preguntaran qué secretos guardaba. “Quien no arriesga, no gana. ¿Qué tal si esta noche realmente descubrimos algo?” Y con esta frase, empujó a todos hacia la entrada de la casa, donde el viento parecía susurrar antiguos secretos.

La puerta chirrió al abrirse como si hubiera esperado siglos para ser tocada. El interior era sombrío y cada rincón estaba cubierto de polvo y telarañas. Las sombras danzaban en las paredes, creándoles una atmósfera inquietante. Al encender sus linternas, la luz iluminó viejas fotografías enmarcadas, rostros de personas que habían vivido en aquella casa y que llevaban consigo historias que jamás contarían.

“Aquí huele a historia“, dijo Clara, mirando con intensidad las imágenes de aquellos desconocidos. “La gente dice que algunos permanecen aquí, atrapados, como recuerdos olvidados.”

Mientras exploraban la planta baja, un sonido tenue llegó desde el piso superior. Era un murmullo, como susurros ahogados. “¿Oíste eso?” se preguntó Sofía, deteniéndose en seco. Todos asintieron, esa sensación de inquietud empezaba a tomar forma en sus estómagos. Sin embargo, Ana, llena de coraje, tomó la delantera, seguida por el resto del grupo.

Subieron las escaleras que chirriaban, cada peldaño parecía que le daba la bienvenida al terror. Ya en el corredor, el murmullo se transformó en risas entrecortadas. “Esta casa no está vacía”, dijo Martín, su voz nerviosa resonaba en el aire.

“Sólo son ecos del pasado… o tal vez son los fantasmas atrapados” dijo con un guiño Luis, intentando aligerar el ambiente. Sofía se giró y con un susurro en el aire acentuó “o son solo nosotros, riendo a carcajadas por nuestra propia locura”.

Entraron a una habitación al final del pasillo, y allí encontraron a un grupo de adolescentes de su misma edad, tambaleándose entre risas y un juego de tarjetas de miedo. “¿Qué demonios hacen ustedes aquí?” preguntó Ana, sorprendida. Aquellos jóvenes llevaban disfrazados, máscaras de calaveras y capas negras que danzaban a su alrededor.

“¿Los asustamos?” dijo uno de ellos, un chico de rizos oscuros que se presentó como Julián. “Nosotros pensábamos lo mismo, hasta que llegamos y descubrimos que este lugar es ideal para un Halloween diferente.”

La tensión se desvaneció y en cuestión de minutos, se hicieron amigos y se unieron a la fiesta improvisada, riéndose del susto que habían sentido en un principio. La habitación brilló con la chispa de las linternas, y el eco de la nostalgia y las historias compartidas flotaba en el aire.

“¿Sabían que algunos dicen que esta casa está maldita?” Les contó Julián mientras sus amigos escuchaban atentamente, “pero lo único que estamos encontrando son viejos recuerdos”. La noche avanzó entre risas y juegos, revelando que la soledad de aquel lugar se había llenado con la calidez de nuevas amistades.

Mientras contaban historias de terror, los seis adolescentes notaron una serie de luces en el jardín, que cada vez se hacían más brillante. “Parece que incluso los fantasmas quieren fiesta”, rió Clara, y todos se asomaron por la ventana.

Eran luces danzantes que parecían flotar como pequeñas estrellas en la noche. “¿Creen que son fantasmas?” preguntó Sofía, ahora con un brillo en los ojos. “Tal vez simplemente estén agradecidos de que hemos venido a compartir esta noche con ellos”.

Decidieron ir hacia el jardín, y al salir, el frío aire de la noche les dio la bienvenida. Las luces danzaban a su alrededor, brillando y parpadeando como si estuvieran bailando al ritmo de una melodía mágica. Aquella experiencia trascendía lo que esperaban. Ya no era un simple Halloween, sino una celebración de la vida, la amistad y las historias que resonaban en el aire.

“Parece que el verdadero espíritu de Halloween no es el miedo”, reflexionó Ana mientras se unía al ritmo de las luces. “Es el deseo de conexión”, agregó Sofía, con una sonrisa.

Finalmente, volvieron a entrar a la casa, pero esta vez no había susurros amenazantes, solo risas y ecos de nuevos recuerdos que prometían perdurar. La noche había sido inolvidable, y aunque la casa tenía sus secretos, ellos habían encontrado algo más: un lazo entre ellos y unas historias que seguirían compartiendo juntos, no solo en Halloween, sino cada vez que se reunieran.

Esa noche, se les hizo tarde para regresar a sus hogares, pero la aventura los había dejado tan llenos de energía que, en vez de tener miedo, regresaron como amigos inseparables. En sus corazones, llevaban el eco de las risas compartidas, como si incluso los fantasmas de aquella casa hubieran sido parte de su celebración.

Moraleja del cuento “Susurros en la casa abandonada la noche de Halloween”

La verdadera magia de Halloween reside en las conexiones que se forjan, en la valentía de enfrentar nuestros miedos y en la alegría de compartir momentos con quienes nos rodean. En cada rincón sombrío puede haber un destello de luz y amistad, esperando ser descubierto.

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