Voces del Mar Profundo: El Canto de la Estrella de Mar Perdida

Breve resumen de la historia:

Voces del Mar Profundo: El Canto de la Estrella de Mar Perdida En las profundidades del océano azul turquesa, allí donde el sol apenas alcanza a besar las aguas con sus hilos dorados, habitaban seres de maravillosa estirpe y de cuentos incontables. Entre ellos se hallaba Coralina, una estrella de mar de intensos colores que…

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Voces del Mar Profundo: El Canto de la Estrella de Mar Perdida

Voces del Mar Profundo: El Canto de la Estrella de Mar Perdida

En las profundidades del océano azul turquesa, allí donde el sol apenas alcanza a besar las aguas con sus hilos dorados, habitaban seres de maravillosa estirpe y de cuentos incontables. Entre ellos se hallaba Coralina, una estrella de mar de intensos colores que contrastaban con el azul interminable. Tenía cinco brazos repletos de pequeñas joyas que parecían espejitos, reflejando la luz escasa del fondo marino.

Coralina despertaba la curiosidad de todo ser viviente, desde los peces payaso hasta las majestuosas ballenas que, en su migración, se permitían desviarse para escuchar sus melodías. Era conocida no solo por su belleza, sino por su voz. Una voz tan clara y cristalina que incluso los humanos, en sus barcos, a veces creían escuchar sus cantos mezclados con el golpeteo de las olas.

Una noche, una inusual agitación perturbó el tranquilo vaivén del reino submarino. Coralina había desaparecido. La noticia se esparció rápido como el correr de un pez volador: la cantante del abismo se había esfumado. Al instante, una expedición se organizó, liderada por el sabio pulpo Octavio y el valiente caballito de mar, Hidalguito.

«¡Nos adentraremos en la oscura grieta!», proclamó Octavio, y las criaturas del océano se quedaron mudas ante la mención de aquel lugar temible. Se rumoreaba que era un abismo sin regreso, donde la luz no se atrevía a entrar y criaturas desconocidas habitaban.

Hidalguito fue el primero en reaccionar, impelido por su noble corazón. «Si ese es el único lugar que no ha sido explorado, entonces allí encontraremos a nuestra amiga Coralina», dijo con determinación. Y sin más, la comitiva de rescate se internó en la grieta, dejando tras de sí una estela de burbujas y esperanza.

En paralelo, Coralina despertaba de un sueño forzado en el confín más remoto de la grieta. A su alrededor, la oscuridad era total y un silencio sepulcral lo dominaba todo. Pero no estaba sola; junto a ella, criaturas de formas inimaginables, con ojos que brillaban como perlas en la noche, la observaban con curiosidad y admiración.

Al principio, sobrecogida por el miedo, Coralina intentó cantar para ahuyentar a aquellos seres, pero su voz se quebró en un temblor apenas audible. No obstante, uno de los seres, un calamar luminiscente llamado Fulgor, se acercó lentamente hacia ella. «No temas», dijo con una voz suave, «Vives porque tu canto ha calmado a la bestia del abismo y ahora deseamos escucharte para siempre». Coralina se dio cuenta entonces de que su música había salvado su vida.

Mientras tanto, la expedición avanzaba sorteando obstáculos inenarrables y bestias que solo la más vívida de las imaginaciones podría concebir. Octavio demostraba ser, no solo un erudito, sino también un hábil estratega, desviando peligros con su ingenio. Hidalguito, por su parte, daba ánimo a todos con su valiente ejemplo y su fe inquebrantable en el encuentro con Coralina.

Las horas parecían eternas y el miedo a lo desconocido pesaba cada vez más. No obstante, a lo lejos, una débil luz comenzó a ser visible. «¡Luz!», exclamaron al unísono, y pusieron rumbo hacia ese resplandor, sumergiéndose cada vez más en las entrañas de la grieta.

De vuelta con Coralina, su miedo inicial se desvanecía lentamente. Comenzó a cantar, primero con timidez, y luego con mayor confianza. Las criaturas del abismo, fascinadas, la acompañaban con sonidos que jamás había escuchado. Así, se dio cuenta de la conexión que su música creaba entre mundos tan distintos, y su corazón se llenó de una calidez nueva y reconfortante.

Pero mientras Coralina encontraba belleza en la oscuridad, otro ser, llamado Luzmira, una manta raya que tenía la cualidad de reflejar la luz en las sombras, llevaba consigo una pequeña piedra luminosa que había prometido usar solo en la más extrema necesidad. El destello fue lo que la expedición de rescate había divisado.

«¡Es aquí!», gritó Luzmira, señalando un pequeño túnel por el que apenas cabía. «Debemos atravesar». Fue una travesía arriesgada, una prueba de fe y coraje, con Octavio liderando el camino y Hidalguito cerrando la marcha para asegurarse de que nadie se quedara atrás.

A medida que se acercaban a la fuente del canto, los sonidos del abismo se unían en una armonía compleja y profunda. Estaban atónitos, sin creer que aquel sinfonía pudiera existir. «Es el canto de Coralina», dijo Hidalguito, y sus palabras resonaron como un mantra de esperanza entre la comitiva.

Finalmente, llegaron a un amplio salón subterráneo iluminado por seres bioluminiscentes. Allí estaba Coralina, con su cuerpo reluciente, rodeada de las criaturas abisales que la escuchaban con respeto y admiración. Al ver a sus amigos, su corazón se llenó de alegría, y su voz se elevó en un canto de encuentro y regocijo.

Octavio, al contemplar aquel espectáculo, comprendió que en el corazón del océano latían secretos maravillosos y que Coralina había sido un puente entre dos mundos. «Debemos contar al océano entero sobre esta maravilla», propuso, con los ojos brillando de una sabiduría recién descubierta.

Y así fue como el regreso a su hogar no solo fue la vuelta de Coralina, sino también el inicio de un intercambio entre las criaturas de la luz y las sombras. Unidos por la música y la curiosidad, el abismo ya no fue temido, sino respetado y admirado.

El océano entero celebró con fiestas que duraron días enteros. Se decía que incluso la superficie reflejaba una felicidad desconocida, como si las propias olas danzaran al ritmo de una nueva era de entendimiento y paz.

Coralina compartió las melodías del abismo, enseñando a todos que la música era un idioma universal, capaz de unir diferentes corazones bajo el mismo mar. La leyenda de su aventura cruzó mares y fronteras, y su canto se volvió eterno, una melodía de unión y esperanza.

Moraleja del cuento «Voces del Mar Profundo: El Canto de la Estrella de Mar Perdida»

En lo más profundo de nuestras diferencias, yace una melodía compartida que puede guiarnos a la luz de la comprensión y la amistad. La música del corazón no conoce de sombras y puede iluminar los rincones más oscuros, uniendo mundos y almas en un abrazo de eterna armonía.

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