Bailes a medianoche en salones encantados que prometen aventuras amorosas
En un reino donde las colinas susurran antiguas leyendas y los ríos cantan melodías de un mundo olvidado, existía un castillo de muros cobaltos y torreones plateados que deslumbraban bajo el cielo estrellado.
En este lugar de ensueño, vivía la princesa Althea, una joven de hebras doradas y mirada serena tan profunda como el vasto océano.
La princesa Althea contaba con un corazón bondadoso y un espíritu inquebrantable, concediendo su amistad y respeto a todo ser que habitaba en su reino.
Pero en su interior, un deseo ardía con la suavidad de una llama eterna: encontrar un amor tan puro y firme como la brisa matinal que despertaba las flores de su jardín secreto.
Una noche, un mensajero llegó al castillo.
Traía consigo un pergamino sellado con cera de un sello desconocido.
La princesa desenrolló el mensaje y leyó en voz alta: «Se convoca a los valientes de corazón a un baile misterioso que tendrá lugar a la medianoche en los Salones Encantados de Aeslind. Quienes se atrevan a danzar bajo la luz de la luna, hallarán aventuras amorosas prometidas por el destino mismo«.
Fascinada por la promesa de aventuras, Althea decidió asistir al baile, aunque aquello significara adentrarse en un mundo desconocido y lleno de enigmas.
Los días previos al evento, el castillo se llenó de murmullos y especulaciones.
Los sirvientes intercambiaban teorías, mientras preparaban el carruaje más elegante para su princesa.
La modista real, una señora de ojos perspicaces y manos hábiles, diseñó un traje celeste que reflejaba el brillo de las estrellas que recorrían el firmamento cada noche.
La noche del baile, Althea lucía como una visión celestial.
Sus zapatos de cristal tintineaban con cada paso que daba, como un suave acompañamiento a la sinfonía de la noche.
Antes de partir, miró hacia el cielo y suspiró brevemente, como pidiéndole permiso a la luna para ser parte de su encantamiento.
Al llegar a los Salones Encantados de Aeslind, la princesa se encontró con una escena que superaba cualquier fantasía.
La música flotaba en el aire, un delicado vals que parecía tener la habilidad de transportar a otros mundos, y las parejas danzaban en perfecta armonía.
Sin embargo, nadie reconocía a sus compañeros de baile, pues todos llevaban máscaras que ocultaban sus rostros.
Althea, maravillada, se unió al baile.
Fue entonces cuando un caballero de expresivos ojos verdes y traje bordado de hilos de plata se acercó a ella, extendiendo su mano en señal de invitación al baile.
«Señora, permítame ser el cómplice de su danza esta noche«, dijo con una voz que a Althea le resultó extrañamente familiar.
Los dos danzaron por lo que parecieron horas, ajenos a los susurros intrigantes de los presentes.
Con cada giro, cada paso y movimiento, sentían cómo una conexión invisible los unía más allá de la música y las máscaras.
«He soñado con un momento como este«, confesó Althea, su voz apenas un murmullo entre la melodía. «Y yo con una dama como usted«, replicó el caballero.
Conforme avanzaba la noche, Althea comenzó a notar que algo inusual sucedía.
A veces, la música se tornaba más lenta sin razón aparente, o los bailarines desaparecían para luego reaparecer en otro rincón del salón.
Aunque esto le causaba cierta inquietud, la seguridad que le brindaba su misterioso compañero la reconfortó.
Sin embargo, la princesa no era la única que experimentaba estos extraños sucesos.
En un salón adyacente, el joven príncipe Eiran, heredero del reino de Solargrace, descubría que sus pasos de baile dejaban tras de sí una estela de luz que iluminaba la estancia. Además, había una melodía que solo él podía escuchar, que lo guiaba hacia una misteriosa figura: Althea.
Althea y Eiran, aún sin saber la identidad del otro bajo las máscaras, se encontraron en un baile destinado a revelar sus almas.
«Curioso destino es aquel que nos junta en soledad dentro de un salón lleno«, comentó Eiran con una sonrisa tras su máscara.
«Quizás no se trate de quiénes somos, sino de lo que somos capaces de sentir«, respondió Althea, entrelazando su mirada con la de él.
Durante la noche, Althea y Eiran compartieron risas, secretos y miradas, construyendo un castillo de confesiones y sentimientos en el aire. La forma en que sus pasos encontraban armonía al bailar hacía creer a todos que estaban hechos el uno para el otro.
Justo cuando el reloj estaba por anunciar la medianoche, una voz profunda envolvió el salón: «Se acerca la hora de la verdad, donde las máscaras caerán y los corazones mostrarán sus verdaderas formas«.
Todos contuvieron la respiración en anticipación al hechizo que parecía invocar la voz.
Cuando la última campanada sonó, las máscaras se desvanecieron como hecho de humo y destellos de luz.
Althea y Eiran se miraron, ahora reconocibles, y sonrieron con el alivio y la alegría de dos almas que, sin buscarlo, se habían encontrado.
El salón estalló en exclamaciones de asombro y felicidad.
Muchos descubrieron que habían estado bailando con viejos amigos y otros se topaban con miradas nuevas, prometiendo futuras citas.
Para Althea y Eiran, sin embargo, aquel mágico baile había sido el inicio de un amor profundo, una historia entrelazada por el destino y las estrellas.
Al cabo de los días, con el consentimiento de ambos reinos, la noticia del compromiso de Althea y Eiran se difundió como la luz del amanecer, llenando de esperanza cada rincón del reino.
Los preparativos para la boda se convertían en motivo de festividad y la unión de dos almas en amor fue celebrada por todos.
El día de su unión, el sol brillaba fuerte y el viento llevaba consigo la promesa de días felices.
Althea, radiante en su vestido de novia, caminaba hacia Eiran, quien la esperaba con una sonrisa que reflejaba todo el amor de su corazón.
Un amor que había comenzado con un baile a medianoche y que prometía durar por toda la eternidad.
La celebración fue memorable y la felicidad contagiosa.
Aquel día, la música, las risas y las palabras amorosas llenaron cada espacio del castillo y los jardines.
La princesa Althea y el príncipe Eiran danzaron su primer baile como marido y mujer, sellando su compromiso bajo el cielo claro, ante la mirada atenta de todos los seres de su reino y más allá.
Moraleja del cuento «Bailes a medianoche en salones encantados que prometen aventuras amorosas»
En la vida, al igual que en un baile a medianoche, las máscaras que llevamos pueden ocultar nuestras verdaderas intenciones, pero cuando le permitimos a nuestra esencia brillar sinceramente, el amor genuino encuentra su camino.
La princesa Althea y el príncipe Eiran enseñaron al mundo que más allá de títulos y apariencias, es la autenticidad y la conexión de dos corazones lo que forja un amor eterno.
Que cada paso de baile, cada elección que hagamos, nazca de la pureza de nuestras intenciones y se eleve, majestuoso, en la búsqueda incesante de la felicidad compartida.
Abraham Cuentacuentos.